La Galería Fernández-Braso muestra trabajos del artista fechados entre 1957 y 1962, piezas que le valieron entonces gran reconocimiento internacional
“Luis Feito 1957-1962”
GALERÍA FERNÁNDEZ-BRASO
c/ Villanueva, 30
28001 Madrid
Del 10 de enero al 2 de marzo de 2013
De lunes a viernes, de 11:00 a 14:00 y de 17:00 a 20:30 horas
Sábados, de 11:00 a 14:00 horas
A partir de hoy y hasta el próximo marzo, la galería madrileña Fernández-Braso viaja a la etapa final de la década de los cincuenta para presentarnos una selección de pinturas dela mejor época de Luis Feito, aquella en la que, tras establecerse en París en 1956 y dejarse influir por el Informalismo y la filosofía existencialista en auge entonces, el artista madrileño logró llevar a cabo obras históricas que pudo exponer tanto en Francia como en Estados Unidos y que alcanzaron un amplio reconocimiento de la crítica, pasando a formar parte después de destacadas colecciones internacionales.
En aquellos años, y comienzos de los sesenta, Feito quiso expresarse a través de un lenguaje abstracto capaz de crear emociones mediante el color, el gesto y la materia. Su producción se volcó en la plasmación de lo íntimo y subjetivo, pero también de algunos rasgos propios de la tradición cultural española, sobre todo de sus artistas de obras más expresionista y dramática.
Ligado entonces al grupo El Paso, protagonista de uno de los mejores momentos del arte español del s XX, Feito logró exponer posteriormente en las bienales de Sao Paulo, Venecia o Alejandría, en el MoMA y el Guggenheim de Nueva York y en diversas ciudades europeas.
Formado en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, donde pudo adquirir una sólida base técnica, el madrileño se inició en la pintura postcubista para posteriormente sustraer su pintura de referentes figurativos e introducir en ella intencionados contrastes matéricos y de luminosidad. En la década de los setenta redujo su paleta cromática para investigar gamas monocromáticas con las que construir espacios pictóricos más geométricos, para, en la década siguiente, despuntar con una serie de trabajos elaborados con pinceladas enérgicas que insisten nuevamente en el juego de la materia sobre el lienzo.
Ya en los noventa, combinó lo experimentado en las dos décadas anteriores, siendo ésta su etapa más ligada a la geometría.