Tanto por la vertiente formal y material de sus propuestas como por su carácter alegórico y su dimensión intelectual, la producción del autor franco-argelino Kader Attia se ha interpretado desde puntos de vista estrechamente ligados a nuestro tiempo presente, en lo que tiene que ver con cultura, política, arte e incluso espíritu. Buena parte de sus proyectos parten del examen a las realidades poscoloniales y esbozan la articulación estética de éstas: interesan especialmente a este artista, que en 2017 recibió el Premio Joan Miró, el desarrollo de la creatividad en territorios anteriormente dominados, la noción de reparación desde un enfoque tanto social como artístico, esto es, la intervención (a veces material y otras no) sobre objetos e ideas pasadas para hacer germinar cicatrices culturales que mitiguen el dolor derivado de heridas de raíz política, y la compatibilidad entre pasado colonial y modernidad allí donde se da el primero.
Su propia experiencia biográfica, a medio camino entre Francia y Argelia, le ha permitido profundizar, a partir de ese caso particular de historia común, en las complejidades del debate público tanto en los países que fueron imperio como en las antiguas metrópolis, así como en las posibilidades de suavizar traumas colectivos, conceptos que aportan el trasfondo imprescindible a sus instalaciones y ensamblajes escultóricos, ampliamente expuestos en museos internacionales y en citas como las bienales de Venecia, Sharjah, Shanghái o Gwangju, Manifesta o Documenta.

Hasta el próximo enero, es el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. CAAC el que muestra sus creaciones, en una de las primeras exhibiciones de Attia en España (la Fundació Miró le brindó otra en 2018, con el significativo título de “Las cicatrices nos recuerdan que nuestro pasado es real”). La sevillana, llamada “El paraíso perdido”, consta de trabajos pasados y nuevas producciones: esculturas, instalaciones, vídeos, collages y objetos, elaborados en materiales tan diversos como el mármol, el cristal, la madera, el papel maché y el acero, que de forma más o menos explícita inciden en la idea de que Occidente se ha aproximado a aquel concepto de reparación tratando de borrar el rastro físico del colonialismo, mientras que en otras culturas esas señales materiales son aceptadas y ocasionalmente incorporadas a procesos artísticos. Este último camino es el que, para este autor, contribuye en mayor medida a sanar las potenciales heridas.
Trabajos como La Venus Dogón (2024), Fantasma (2007), El mar muerto (2015), S/T (Espejos) (2022–2024), Sobre el silencio (2021), Intifada (2016) o Reinterpretación (2024) se sumergen, desde distintos ángulos, en la representación de la herida como huella que para ser curada debe ser pensada, y del paraíso como espacio simbólico que, según la comisaria, Jimena Blázquez, directora asimismo del CAAC, se ve transformado necesariamente por la pérdida, la resiliencia y la crítica.
La pieza que abre el recorrido es justamente La Venus Dogón, una escultura a cuya base clásica se superpone un tronco tallado que alude a la estética tradicional africana; entre una y otra parte, Attia no buscaba generar armonía, sino al contrario: propiciar un claro contraste visual que incida en que toda identidad se construye a base de estratos. Fantasma, por su parte, se ha reelaborado en colaboración con alumnos de la Facultad de Bellas Artes de Sevilla y cuenta con decenas de figuras huecas moldeadas en papel de aluminio; en este caso, remiten a los individuos silenciados a lo largo de la historia, dispuestos aquí en situación de rezo. En cuanto a El mar muerto, que ha cumplido una década, se realiza cubriendo el suelo con prendas azules usadas, en referencia al drama de las migraciones en el Mediterráneo; cada objeto simboliza una ausencia y porta memoria.

En el CAAC han recalado, igualmente, trabajos en papel maché creados a partir de envases de alimentos industriales, lienzos que por sus costuras visibles encarnan la opción de idear nuevas imágenes sin negar daños, o los proyectos recientes Conversación eterna, mural ejecutado con calabazas secas y recipientes de acero inoxidable que, al tiempo que enlaza lo ancestral y lo moderno, vincula lo orgánico y lo industrial, y Pluvialité #1, un vídeo en el que la lluvia nos invita a pensar en el devenir histórico como proceso basado en la erosión y la persistencia.
Completan la exposición Algunas huellas de la modernidad, intervención espacial con vigas de tren reutilizadas, planteadas como huella palpable del colonialismo industrial; Intifada: los rizomas interminables de la revolución, red de materiales reciclados que recuerda las resistencias subterráneas; Sobre el silencio, compuesta por prótesis que flotan como cuerpos ausentes; Halam Tawaaf, latas de cerveza cuya distribución ritual las sitúa a medio camino entre el consumismo y la fe; Máscaras espejo, una puesta en cuestión de la idealización de las tradiciones africanas, u otra máscara, Reinterpretación, que al haber sido recompuesta en madera alude a la reparación como proceso de repetición crítica.
Por último, Siguiendo la genealogía moderna supone una cartografía visual del relato histórico moderno desde la discontinuidad del collage y El gran espejo del mundo no da lugar a pérdida con sus fragmentos rotos en el suelo. En las manos de Attia, la vulnerabilidad es una fuerza con poder transformador.

Kader Attia. “El paraíso perdido”
CAAC. CENTRO ANDALUZ DE ARTE CONTEMPORÁNEO
C/ Américo Vespucio, 2
Sevilla
Del 26 de junio de 2025 al 18 de enero de 2026
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