Cerca de un siglo separa las trayectorias de Julia Margaret Cameron y Francesca Woodman, pionera del retrato fotográfico en época victoriana la primera y artista estadounidense de corta vida la segunda, autora de autorretratos performativos sobre cuyos enigmas se sigue discutiendo. Aunque ninguna de las dos recibió en vida el reconocimiento que merecía, el paso de las décadas sí que las ha convertido en dos de las fotógrafas internacionales más populares entre el gran público y ahora una muestra que afronta el reto de explorar aquello que las unió entre sus evidentes diferencias puede visitarse en el IVAM valenciano, tras presentarse hasta el pasado junio en la National Portrait Gallery de Londres.
Julia Margaret Cameron (1815-1879), que pudo beneficiarse de la fortuna y los contactos dados por un entorno social privilegiado, llegó tarde al medio, cuando su familia le regaló una cámara en 1863, a sus casi cincuenta años; por lo tanto, desarrolló su legado en sus últimos quince años de vida, y fue fundamentalmente autodidacta. En cuanto a Woodman (1958-1981), formó parte de una familia de artistas, de padre pintor y fotógrafo y madre ceramista, y su fascinación por la imagen fue precoz: tenía trece años, y se educaba en un internado privado, cuando llevó a cabo su primer autorretrato manualmente revelado. Dado su suicidio a los veintidós, en este caso su andadura fue de solo nueve años.
Sus modos de trabajar tuvieron, necesariamente, mucho que ver con los dispositivos técnicos de los que una y otra dispusieron: Cameron utilizaba una cámara complicada de manejar que colocaba sobre un trípode, y creaba minuciosamente copias a partir de negativos de placas de vidrio; Woodman, sin embargo, pudo usar cámaras de formato medio relativamente ligeras, aunque elegía imprimir a mano sus pequeñas copias en gelatina de plata, en un cuarto oscuro. Pese a esa disparidad de procedimientos, podemos decir que las dos compartieron, incluso en ese aspecto, algunas inquietudes y elecciones, como su adopción de determinados procesos de posproducción como caminos para volcar su imaginación o su nula preocupación por generar escenas técnicamente perfectas.
Ahondando en sus temas, es sabido que Julia Margaret captaba a sus modelos, cercanos, como seres angelicales inspirados en la iconografía cristiana y la mitología clásica; lo angelical también está presente en las creaciones de Woodman, pero de modo más elusivo, terrenal y, en todo caso, nutrido de su propia psicología. Justamente el título de esta exhibición, “Retratos para soñar”, alude al deseo de ambas por indagar en ese género del retrato, habitualmente marcado por sus limitaciones derivadas de encargos, desde la imaginación: a ellas les sirvió para abordar ideas relacionadas con la creación de imágenes, las apariencias, la identidad, la autorrepresentación, la noción de musa, los arquetipos o la narración de historias.
Aunque esas preocupaciones hoy pueden resultarnos claramente contemporáneas -y, de modo evidente, están más enraizadas en la americana que en la británica-, lo cierto es que son, igualmente, asuntos subyacentes en las composiciones alegóricas, basadas en la literatura, el mito o la religión, de Cameron, aunque de forma menos provocadora o abierta.
La muestra del IVAM, abierta hasta octubre y comisariada por Magdalene Keaney, se inicia con los primeros retratos de los que estas autoras se declararon satisfechas: el de Cameron se corresponde con un primer plano de una joven de perfil, creado en 1864 y titulado, precisamente, Annie, mi primer éxito; nos resulta bastante distinto, y es curioso, a los numerosísimos retratos de mujeres jóvenes y etéreas en los que se desenvolvería más tarde, pues la mirada de soslayo de la niña y su expresión tranquila sugieren, ante todo, naturalidad. A su lado, la composición de Woodman, aquel autorretrato a sus trece, resulta casi posmoderna: un estudio indistinto en gris en el que su rostro está oculto por su melena y el proceso de trabajo se resalta, literal y metafóricamente, a través del cable disparador que se extiende desde su mano hasta el primer plano inferior derecho, en un desenfoque expandido. Hablamos, en ambos ejemplos, de declaraciones de intenciones a futuro.
El diálogo creativo que el recorrido propone, atendiendo a temas más o menos concretos o esbozados (la creación de imágenes, la naturaleza y la feminidad, los modelos y las musas, la duplicación, los ángeles, los espacios oníricos), viene a subrayar tanto las conexiones entre ambas, a veces tenues, como sus distancias. Hay que incidir en ese capítulo angelical: frente a las raíces religiosas o mitológicas de los trabajos de Cameron (ángeles de luto, Venus casi prerrafaelitas), las autoproyecciones de Woodman en ese sentido nos parecerán carnales e indómitas; su cuerpo dinámico casi sugiere salvajismo por contraste. En la obra titulada justamente On Being an Angel, su cuerpo arqueado se encuadra desde un punto de vista alto, con la boca abierta y el torso desnudo bañado por una luz blanca, pero la sensación de éxtasis carnal queda parcialmente mermada por la sobriedad mundana del entorno: el equipo de cámara sobre las tablas desnudas del suelo, al fondo, y la silueta oscura de un paraguas apoyado contra una pared. Es posible detectar aquí un toque surrealista: aunque muy presente corporalmente, su figura sigue esquivando al espectador. En su caso, el autorretrato parece una forma de autoocultamiento.
Esta suerte de doble antología -de la que también forman parte sorpresas como Iago (Estudio de un italiano) de Cameron, una excepción a sus visiones de una feminidad idealizada, o un tríptico a gran escala que Woodman efectuó poco antes de morir, devenida cariátide- propone, en definitiva, un repaso a las estrategias imaginativas de ambas al margen de sus muy analizadas vidas, situando a la británica como presencia orientadora en los complejos misterios de la estadounidense.
“Francesca Woodman y Julia Margaret Cameron: retratos para soñar”
IVAM. INSTITUTO VALENCIANO DE ARTE MODERNO
C/ Guillem de Castro, 118
Valencia
Del 11 de julio al 20 de octubre de 2024
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