Bajo el título de “Games are forbidden in the labyrinth”, Javier Téllez presenta su primera muestra individual en la Costa Oeste norteamericana, una muestra coproducida por REDCAT y la Kadist Art Foundation que incluye la instalación reciente Chess (2014) y el proyecto fílmico Dürer’s Rhinoceros (2010), en el que este artista, que vive y trabaja actualmente en Nueva York, reflexiona sobre la concepción social e histórica de las instituciones psiquiátricas ahondando en aspectos muy variados, desde sus estructuras arquitectónicas hasta sus tratamientos o las tecnologías empleadas. Su modelo fue el centro Miguel Bombarda de Lisboa, que se construyó en 1896 y estuvo operativo hasta 2011.
Téllez, venezolano conocido fundamentalmente por sus trabajos en vídeo, ha trabajado en colaboración con pacientes psiquiátricos o personas con discapacidad en documentales que en ocasiones incorporan relatos de ficción, a menudo extraídos de la literatura y el cine, en los que cuestiona los prejuicios sociales que establecen fronteras ficticias entre las nociones de normalidad y patología.
La estrategia de convertir en protagonistas de sus obras a individuos a menudo socialmente invisibles o marginados es para Téllez un medio de contaminar versiones totalitarias de la historia, dando voz a quienes normalmente no la tienen y convirtiendo su trabajo en una forma de resistencia frente a la homogeneización como discurso dominante.
Para Dürer’s Rhinoceros, Téllez pidió a los pacientes de la citada clínica portuguesa imaginar historias sobre quienes se alojaron antes que ellos en ese hospital psiquiátrico con el fin de reconstruir, desde un enfoque subjetivo y original, su pasada vida cotidiana. En el vídeo, ese pasado inventado se completa con lecturas con voz en off de textos de Platón (La caverna) o Kafka (La madriguera), vinculados con la arquitectura y la idea de vigilancia, y con un escrito de Jeremy Bentham sobre los llamados albergues de criminales.
Téllez se familiarizó con las enfermedades mentales a raíz de la profesión de sus padres, ambos psiquiatras, y su interés por la imagen en movimiento deriva del trabajo de su abuelo, propietario de un cine. Además de por su calidad estética y su riqueza conceptual, en su obra destaca una absoluta ausencia de prejuicios y un gran respeto hacia todo lo humano.
Su producción va más allá de la documentación de los trastornos psiquiátricos y no busca convertirse en terapia para los afectados sino en un puente hacia la desestigmatización del diferente.
Su método de trabajo consiste en pedir la colaboración de instituciones psiquiátricas públicas, en la mayoría de los casos históricas, en las ciudades donde se desarrolla un evento artístico al que ha sido invitado; contactar con los pacientes, presentarles sus trabajos anteriores e implicar a los interesados, siempre voluntarios, en la elaboración y del proyecto final.
La muestra puede verse hasta el 1 de junio.
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