Si pensamos en Jacques Henri Lartigue lo haremos primero en blanco y negro, y probablemente vendrá a nuestra mente gente saltando. Es normal que sea así: buena parte de las exposiciones y estudios que hasta ahora se le han dedicado se centraban en esa faceta de su obra, pero este artista francés, que conoció por su extensa vida la mayor parte del siglo XX, fue pintor y escritor además de fotógrafo y, seguramente por influencia de esa primera actividad, desarrolló hasta un tercio de sus imágenes en color, una vertiente de su producción hasta la fecha no demasiado examinada y reconocida, quizá por el menor prestigio de esa fotografía durante décadas, al quedar asociada al ámbito comercial y al amateurismo.
Una exhibición en la Fundación Canal, comisariada por Marion Perceval y Anne Morin, responsables respectivamente de la Donation Lartigue y de diChroma photography, viene a paliar esas lagunas: “Lartigue, el cazador de instantes felices” cuenta con casi 150 trabajos, en su mayoría fotografías en color destinadas al propósito romántico de capturar momentos placenteros, pero también dibujos y bocetos, como aquellos que elaboró para ensayar motivos decorativos destinados a cojines, con tonos muy vivos.
La incorporación del color a sus composiciones fue progresiva y natural, discurrió en paralelo a su consolidación en la fotografía en un sentido general, y fue casi siempre aparejada al afán de Lartigue de lograr la captación de lo bello de la vida: como Saul Leiter, manejó paralelamente el blanco y negro, pero cuando esta era una limitación técnica sabemos que experimentó frustraciones al no poder hacer suyos instantes cuya fidelidad se le escapaba. Después llegarían las búsquedas estéticas ligadas al efecto de la luz sobre las tonalidades o a la combinación de estas.
Nacido en una familia de la alta sociedad francesa, de hecho la octava fortuna del país gracias al negocio de los ferrocarriles, Lartigue tomó su primera cámara a los ocho años y captó a miembros de la alta sociedad, escenas deportivas, coches y aviones: le gustaba, y mucho, la velocidad y la plasmación del movimiento. Sus trabajos iniciales en color datan de las décadas de los diez y los veinte y dan comienzo a esta exposición: podremos contemplar, a través de visores estereoscópicos, una decena de autocromos junto a reproducciones de páginas de los álbumes que él mismo elaboraba junto a sus composiciones -no podemos llamarlas aún instantáneas-, dibujos y bocetos.
Empleó Lartigue la que era entonces la tecnología más puntera: ese estereoscopio con placas en color que habían comercializado los hermanos Lumière, cuya técnica conjugó con la propia del autocromo en su afán por replicar con la mayor viveza y sensorialidad la experiencia perceptiva de los momentos fugaces. Se valía de placas de 6 x 13 centímetros, pero dado que inmortalizar sus motivos requería de unos segundos, sus obras primeras recuerdan en cierto modo a la pintura, en la que se ensayan los colores y las formas y no es posible representar las dimensiones reales de los motivos. Aquellos imperativos técnicos le llevarían a retomar los lienzos en los treinta y los cuarenta, fechas en las que trabajó, asimismo, como decorador (por ejemplo, para el Casino de Cannes) o elaboró diseños de telas y vestidos (para firmas como Maison Carven). Veremos en la Fundación Canal dibujos casi caricaturescos de las mujeres elegantes que encontraba en el Bois de Boulogne, influenciados por el estilo de Georges Goursat (Sem), y también copias tardías y sobre papel de las placas autocromas en las que introducía algunas variaciones: las recortaba, reencuadraba o inclinaba de modo que las antiguas poses elaboradas ganaran cierta (pretendida) inmediatez. El fotógrafo afirmó haber producido cerca de 300 de esas placas, pero solo 86 de ellas se conservan entre los fondos (120.000 imágenes) que donó al Estado francés.
Un segundo ámbito de esta muestra nos introduce en una suerte de laboratorio de color de Lartigue, que como decíamos, con su ojo de pintor, siempre lo asoció a la vida: nos esperan aquí sus mencionados ensayos para cojines, que nos harán recordar las incursiones en el textil de algunos artistas de vanguardia, y una estupenda selección de fotos en pequeño formato dedicadas a motivos florales. Si los prodigios técnicos de la época contemporánea centraron sus primeras obras, en su mayoría en blanco y negro, las de su tiempo de madurez reflejarían la belleza de la vida en todas sus dimensiones, también las sencillamente naturales.
Sus experimentos cromáticos tempranos los había desarrollado nada menos que en la Académie Julien y la moda le proporcionó ocasión para profundizar en ese campo, pero en la fotografía también planeó combinaciones de formas y colores: las empleó primero, de hecho, como modelo para sus pinturas o para sus diseños de telas o papeles pintados, progresivamente el mecanismo se invirtió y finalmente fotografió flores por su misma belleza. Ya en los setenta, se valdría de filtros o sobreimpresiones para generar centenares de ellas borrosas, evocando la apariencia puntillista de los autocromos y acercándose a su vez a la abstracción.
A continuación, nos sumerge el recorrido de la Fundación Canal en sus fotos en color del tiempo de posguerra, en los cincuenta y los sesenta, época en la que estas ya se habían masificado como medio de comunicación y en la esfera cotidiana. Trabajó especialmente en formato cuadrado y en buena medida para la prensa ilustrada, dejando ya sí la pintura en un segundo plano: por su objetivo pasaron las celebridades que veraneaban en la Costa Azul francesa (fotografió a Picasso, con el que sin embargo no llegó a mantener amistad, o a Cocteau rodando); también la boda de Rainiero de Mónaco y Grace Kelly, tomando igualmente bellísimas imágenes de su entonces esposa, Florette, en Montecarlo. Porque, en paralelo a estas colaboraciones con publicaciones internacionales, y con la agencia Rapho, nunca dejó de desarrollar sus personales homenajes al encanto de los pequeños momentos, del color, la playa, el verano. Su consagración internacional llegaría de la mano de una individual que el MoMA le brindó, bajo el comisariado de John Szarkowski, en 1963, y con la publicación de su portafolio en LIFE en ese mismo año, poco después del asesinato de Kennedy.
Se cierra la muestra con la proyección de un fruto interesante de la investigación en su archivo: repasando sus imágenes primeras en blanco y negro y su última producción en color, puede apreciarse que reinterpretó, de manera claramente intencionada aunque no lo dejara por escrito, las escenas de los principios tamizadas por el paso del tiempo, de los tonos y de su nuevo conocimiento de la fotografía callejera americana. Evolución y fidelidad a sí mismo.
“Lartigue, el cazador de instantes felices. Fotografías a color”
c/ Mateo Inurria, 2
Madrid
Del 8 de febrero al 23 de abril de 2023
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