Hace tres años por estas fechas se clausuraba en la Galería Fernández-Braso un recorrido por la producción de Isabel Villar entre los setenta y 2017; proponía un recorrido por una treintena de lienzos marcados por la fantasía: veíamos en ellos animales conviviendo armónicamente entre sí y con las personas, flores y escenas que transmitían pureza y bondad. En aquellos trabajos encontrábamos desde mansos céspedes a bosques frondosos, estampas con figuras pulcramente vestidas inspiradas en imágenes tomadas de álbumes familiares, mares y escenas pastoriles con algún lobo bueno de por medio o recreaciones de mundos ideales en tiempos de mucha incertidumbre en nuestro país. Después llegarían, ya en los noventa, ángeles que no sugerían ingenuidad sino que actuaban como humanos, porque es habitual que en la producción de Villar se den cita lo humano y lo divino sin recurrir a lo cándido. Decía Calvo Serraller que en su pintura se advierte un progresivo refinamiento, un proceso de perfeccionamiento en el que la artista, dentro de su evidente fidelidad a sí misma y una clara voluntad de independencia, va perfilando y enriqueciendo su esquema básico de representación.
Hasta el próximo mayo esta galería presenta una exhibición que podemos considerar como continuación de aquella: un repaso a sus trabajos realizados desde 2019, en los que ha continuado desarrollando ese vocabulario propio que trata de evitar encasillamientos y cuyo repertorio solo puede resultar inocente en una mirada rápida; Estrella de Diego explica en el catálogo de la exposición que pone trampas a los ojos porque es una pintora de estrategias, las que construyen su método con esmero y, más aún, con precisión. Villar es implacable de tan precisa.
La académica también subraya que, pese a la soledad habitual de sus figuras femeninas y su apariencia meditativa, es la artista una autora que se divierte pintando; puede apreciarse el lado lúdico de esos animales salvajes que las acompañan, domesticados pero libres, y su apelación a través de ellos a nuestra capacidad de asombro.
Salmantina, abandonó sus estudios cuando aún cursaba el bachillerato para preparar el examen de ingreso a la Real Academia de San Fernando. Lo consiguió, y en los años cincuenta en Madrid compartió estudios y amistad, tardes de pintura al aire libre y exposiciones colectivas con colegas como Alfredo Alcaín, Antonio Zarco, Ángel Doreste, Vicente Vela o Eduardo Sanz.
Su primera exposición individual llegó en 1958 y, desde entonces y durante los sesenta la artista se esforzó por pintar a su manera, dejando a un lado convenciones impuestas: quiso desarrollar temas propios, emplear un cromatismo más audaz y, en definitiva, desarrollar desde una perspectiva personal su pintura y su carrera. En su caso, esto equivalía a crear obras intimistas donde cupieran la inocencia y la vulnerabilidad, lo humorístico y lo inquietante.
Tras cierto parón coincidiendo con los años posteriores a su matrimonio con el citado pintor Eduardo Sanz, a fines de los sesenta retomó su carrera artística y la primera individual que presentó tras su regreso pudo verse en 1970 en la Galería Sen, entonces meca madrileña de los jóvenes artistas. Aquella exhibición, formada por pinturas de formato pequeño y mediano y por esculturillas, supuso un impulso a su nueva producción, marcada por la representación de figuras femeninas a menudo desnudas, sentadas, volando o de pie, con rostros y posturas muy serenos. Hieráticas y ensimismadas, inmersas en explanadas de césped, jardines o selvas, parecen metaforizar Evas más allá del tiempo. Su mundo es interior pero reconocible.
El catálogo de esta exposición, por cierto, se completa con otro texto inédito de Sabina Urraca que pone relato a los lienzos: La muchacha observa cómo el agua es de una densidad diferente a la del mundo que siempre ha conocido. Cada segmento de agua es una línea que se enreda. Y aun así, ve su cuerpo, sus piernas desnudas bajo el agua, como si el río fuese transparente. La corriente y una procesión de hipopótamos traen una barca. En la barca, un ángel con su pelo, con su cara. El ángel despliega las alas, usando la brisa a su favor. La muchacha observa cómo en su plumaje se entreveran el amarillo, el azul, el rosa. Se le abre la boca en un inevitable gesto de asombro.
Isabel Villar. “Ese otro bosque dentro del bosque”
c/ Villanueva, 30
Madrid
Del 4 de marzo al 14 de mayo de 2021
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