En el caso de Huguette Caland, la biografía importa: hija del primer presidente del Líbano independiente y nacida en su capital en 1931, desarrolló buena parte de su trayectoria en París y Los Ángeles para regresar a Beirut al final de su vida (falleció en 2019). Tanto esta como su carrera artística estuvieron marcadas por la búsqueda de libertad, en todos los sentidos -a la hora de vivir, de crear, de ejercer la maternidad, de enfocar sus relaciones- y por el convencimiento de que todas las personas tenían derecho a hallar su lugar en la sociedad.
Aunque le costó alcanzar el reconocimiento internacional, consiguió que su producción formara parte de las colecciones de centros como el Hammer Museum y el LACMA de Los Ángeles, el MOMA y el MET de Nueva York, la Tate Modern o el British Museum de Londres; de allí proceden buena parte de las piezas que ahora integran “Una vida en pocas líneas”, la antología que le brinda el Museo Reina Sofía en colaboración con Deichtorhallen; otras, las que llevó a cabo durante su juventud en Líbano, no han podido viajar a Madrid a causa del conflicto palestino-israelí. Una de ellas da título a esta muestra.
Son cerca de trescientas las obras reunidas, entre dibujos, pinturas, textiles y collages, en ocasiones inéditos, y el propósito de este montaje, atendiendo a su comisaria Hannah Feldman, ha sido articular a partir de esos trabajos una lectura diferente de su andadura, más allá de su conocida transgresión de las convenciones de su época y de su país, de su manejo del desarraigo tras asentarse en Europa y Estados Unidos y de sus posiciones teóricamente apolíticas.
Las obras de Caland se exhiben en el Reina Sofía en una docena de salas, atendiendo a criterios cronológicos, poniendo en continua relación sus avances con su pasado y enlazando su desarrollo personal y artístico con los escenarios donde residió, desde el convulso Beirut recién independizado, hasta el París utópico de los sesenta y las décadas siguientes, la bohemia creativa que tomó Los Ángeles, y Venice Beach, durante los noventa y 2000, y el regreso último a Líbano, donde moriría.
La cercanía de la artista con el universo político fue estrecho y no se debió solo a sus antecedentes familiares, por más que ella procurara mantenerse al margen y no formulase opiniones cerradas: su marido, padre de sus tres hijos, era miembro de la oposición partidaria de la ascendencia francesa sobre su país, y ella, en 1969, cofundó Inaash, una organización no gubernamental que a día de hoy continúa ayudando a las mujeres palestinas de los campos de refugiados libaneses a obtener beneficio de las labores tradicionales del bordado palestino, el tatreez, presente en algunas de sus composiciones junto con otras formas de bordado.
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Caland, que en algún momento manejó el deseo de ser escritora en lugar de artista plástica, no consideró que las herramientas propias del arte tuvieran que ser necesariamente sus instrumentos: deseó llevar a sus trabajos sus encuentros con amantes, amigos, familiares, culturas, artistas y escritores, animales, insectos e incluso paisajes; sin dejar a un lado sus tendencias y creencias: se manifestó a favor de la libertad sexual y en contra de diversas formas de conservadurismo social.
El primer cuadro de esta autora, Sol rojo/Cáncer, lo llevó a cabo justo después de la muerte de su padre a causa de esa enfermedad, representando tanto el modo en que lo había devorado como el nuevo comienzo que se abría ante ella; a continuación ingresaría en la Universidad Americana de Beirut, donde conformó un estilo que bebía de fuentes muy diversas, del surrealismo al pop pasando por las corrientes contemporáneas de diseño gráfico. A lo largo de su trayectoria realizó un buen número de autorretratos y uno de los pocos en que se presentó específicamente como artista, con señales de su producción tanto en su cuerpo como en el fondo, puede contemplarse en el MNCARS: Self Portrait in Smock, de 1992.
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Criaturas fantásticas y paisajes urbanos y naturales pueblan, igualmente, las obras de su primer periodo y nos hablan de su deseo de salir fuera de su entorno conocido y de avanzar en el tratamiento del cuerpo, el lenguaje y los signos gráficos. Piezas como Sácame el dedo (1971), ejecutada poco después de abandonar su país, informan de su sed de libertad expresiva cuando esta en su país era limitada, en los años anteriores a la Guerra Civil.

Establecida en París, Caland encontró en el caftán una suerte de prenda identificativa y liberadora, en lo estrictamente físico y en los marcos mentales: no deseaba adoptar una vestimenta europea. Aunque en esta época apenas expuso, no dejó de trabajar: fue entonces cuando dio inicio a su serie más conocida, Bribes de corps/Retazos de cuerpo, que destaca por su poder cromático, que parece remitir a los campos de color, y su minimalismo en lo formal. Encontramos en estos trabajos formas de tonos brillantes que devienen representaciones sugerentes de una carne asexuada, paisajes eróticos en los que la paleta gana a la línea.
Paulatinamente, sobre todo después del fin de la cruenta guerra en Líbano, esas piezas comenzaron a adoptar distintas escalas, incluso del tamaño de una postal, y aquellas partes del cuerpo adquieren ojos y bocas casi caricaturescas con labios anchos y fruncidos, sumando nuevos orificios a su repertorio. Esa evolución culminaría su crudeza en composiciones como Guerre incivile (1981), en la que los fragmentos corporales ya no sugieren placer, sino agonía, por más que se de cierto erotismo latente en su habitual convivencia con la muerte.
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Al Reina Sofía han llegado, igualmente, sus dibujos de líneas sinuosas: en la utilización de la línea continua, la basada en no levantar el lápiz hasta haber resuelto sus ideas, la había instruido John Carswell. El procedimiento respondía, de todos modos, a una de sus ensoñaciones: Una única línea que atraviesa el universo. Ha sido mi gran fantasía… Es una línea elástica y totalmente imaginaria. Para mí existe. Cada vez que dibujamos algo, atrapamos esa línea y luego la dejamos ir. Esos dibujos lineales llegó a llevarlos a sus caftanes, a modo de bordados que animan el cuerpo bajo la ropa; los expuso sobre maniquíes.
En su etapa francesa, como vemos, el cuerpo y su relación con el tratamiento de la individualidad y la autonomía fueron el centro de su obra, en la que ganaron protagonismo las partes de dicho cuerpo y las emociones menos visibles exteriormente. Sus pinturas se acercaron a la tridimensionalidad: en Funambule (1984), una figura desafía la gravedad mientras camina por una tensa cuerda; es posible que encontrara Caland cierta identificación personal con ella.
Tras viajar junto a su entonces amante, el escultor Georges Apostu, a canteras de caliza rodeadas de robles, incorporó a sus creaciones paisajes que remitían, aunque alterando sus escalas, a obras tempranas en Beirut o a las ondulaciones corporales de Bribes de corps. Esas referencias fluían de manera natural: Nada se parece tanto a un cuerpo como un paisaje… Las mismas líneas podrían semejar un rostro, una flor, un paisaje, expresó.
Nada se parece tanto a un cuerpo como un paisaje… Las mismas líneas podrían semejar un rostro, una flor, un paisaje.

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Esa confluencia de naturaleza y paisaje la mantendría en Los Ángeles, adonde se trasladó en 1987. En los autorretratos en collage que allí llevó a cabo se mezcla la escritura y la pintura, e incluso se incorporan fragmentos ilegibles de las cartas que había enviado a un amante décadas antes, previamente despedazadas. Estas imágenes apelan a la comunicación, pero también al silencio, que ella definió como la mejor forma de expresarse. En América realizó igualmente la serie El dinero no compra la felicidad, pero contribuye en gran medida a ella, formada por pequeños cuadros construidos irónicamente a partir de monedas, composiciones evidentemente eróticas, o la serie Cartas silenciosas, su regreso al examen del lenguaje: la escritura deviene expresión lineal que brota de líneas hechas en páginas de cartas escritas a mano para destinatarios reales.
En paralelo, y en cuadrículas, exploraba Caland el modo en que la línea podía adquirir significado en los paisajes urbanos en los que vivía, en organización rectilínea; podemos identificarlas con las manzanas cuadriculadas de Venice Beach, pero también con el urbanismo caótico de Beirut: es posible que nos trasladen su deseo de ubicar y concretar un sentido de hogar que comenzaba a serle esquivo.
Ya en 2013 regresó a Beirut, donde crearía a partir de un lenguaje basado en puntos, surcos, puntos de cruz y marcas diacríticas; con ellos generaba rostros caricaturescos e insectos fantásticos insertos en patrones que recordaban al pañuelo palestino. También trabajó, al final de su vida, en grandes lienzos, casi murales, aunque a veces se asemejen más a tapices o colchas que pintaba por partes, tras teñir previamente sus telas en la lavadora. En colores vivos, sugieren sueños de juventud, visiones de lugares que nunca vio o evocaciones de la muerte. Antes de fallecer tuvo tiempo de participar en la 57ª Bienal de Venecia, en 2017.
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“Huguette Caland: Una vida en pocas líneas”
MUSEO NACIONAL CENTRO DE ARTE REINA SOFÍA. MNCARS
C/ Santa Isabel, 52
Madrid
Del 19 de febrero al 25 de agosto de 2025
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