Para acercarnos a la figura de Horacio Ferrer y comprender mejor su significado es interesante volver la mirada a la situación artística que se vivía en España a principios del siglo XX, en la que uno de los debates más frecuentes era el que enfrentaba vanguardias y arte social. La realidad es que ninguna de las dos vertientes tenía demasiado peso en un país que atravesaba un periodo de escasa iniciativa cultural y es, precisamente, ante la falta de artistas vinculados a un arte figurativo de contenido social o político, donde destaca la figura de Horacio Ferrer. Él, partiendo de una formación academicista pero interesado en la modernidad y sobre todo comprometido con su tiempo, fue capaz de mantener la calidad de su trabajo y protagonizar uno de los pocos episodios que puede calificarse de realismo social antes de la República, sin dejarse vencer por la tendencia propagandística.
La Obra Social y Cultural de Caja Segovia ha organizado una exposición con la que pretende reivindicar el papel desempañado por el artista a lo largo de toda su trayectoria y darlo a conocer al gran público, para el que todavía es un desconocido. Los inicios de Horacio Ferrer de Morgado (1894-1978) en la pintura tienen lugar a partir de 1910 en la Escuela de Artes y Oficios de Córdoba, en la que enseñaban artistas ilustres como Julio Romero de Torres o Mateo Inurria, para posteriormente trasladarse gracias a una beca a la Escuela de Bellas Artes de San Fernanado de Madrid. En ese tiempo, deja un poco de lado su formación académica y se centra en un aprendizaje autodidacta a través de la observación de los cuadros de los grandes maestros reunidos en el Prado; siendo sí determinante su segunda y definitiva estancia en la capital a partir de 1916 y algún viaje a París (durante los que realizó cuadros como París en la noche del 14 de julio, que puede verse en esta exposición). En los años veinte y primeros treinta su estilo deriva hacia el naturalismo, el simbolismo e incluso hacia el art-decó, estilo muy de moda en ese momento. En 1934 uno de sus desnudos es admitido por primera vez en la Exposición Nacional de Bellas Artes, aunque ya antes había participado en varias ediciones del Salón de Otoño. Es por esa época también cuando realiza algunos de sus mejores retratos, genero en el que sin duda Ferrer demuestra sus mejores habilidades, destacando Retrato con bañistas (1932-1934), La pequeña salvaje (1932-1934) o La pequeña anarquista (1934). Tras un año en Italia regresa a Madrid, donde está a punto de comenzar la Guerra Civil; por entonces, el estilo de Ferrer ha alcanzado ya su madurez y el realismo que había dominado su producción anterior se tiñe ahora de connotaciones sociales y políticas. Aviones negros, perteneciente al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, es, junto a Éxodo (actualmente en el Deutsches Historisches Museum de Berlín), la obra más importante de este periodo y recientemente ha vuelto a cobrar protagonismo al rescatarse para ser mostrada en la nueva sala del Guernica en el museo madrileño.
En su día, la pintura fue seleccionada para ser expuesta en el Pabellón de la República Española en la Exposición Internacional de las Artes y las Técnicas en la Vida Moderna de París, en 1937, donde compartió escenario con la gran obra de Picasso y con otras de Miró, Calder, Julio González y Alberto Sánchez. Su activa defensa de la Segunda República le llevó a un retiro de la escena pública a partir de 1939 con la llegada del régimen franquista y su trabajo se centró en el tercer cuarto de siglo en la restauración y decoración de edificios públicos y privados de gran relevancia como el monasterio de las Descalzas Reales, la ermita del Palacio del Pardo, la iglesia de San Francisco de Borja, el Teatro de Lope de Vega o el Circo Price, todos ellos en Madrid; y la bóveda sobre el coro de la Colegiata de La Granja de San Ildefonso o el techo del Salón de recepciones del Palacio de Riofrío, ambas en la provincia de Segovia. En este sentido, es interesante señalar que además de recuperar para la memoria el nombre de este destacado artista de las primeras décadas del siglo XX, Caja Segovia intenta promocionar el conocimiento de aquellos creadores que han intervenido en la formación del patrimonio segoviano, como Sorolla, Vázquez Díaz, Manuel Hernández Mompó, Solana, Darío de Regoyos, Benjamín Palencia, Esteban Vicente… , que ya visitaron en su día las salas del Torreón de Lozoya.
Horacio Ferrer
Paisaje, 1920-1925
Colección particular, Madrid
Horacio Ferrer
Los hijos del pintor, 1945 c.
Colección particular, Madrid
“Horacio Ferrer y los nuevos realismos”
Plaza San Martín, 5. Segovia
Del 11 de julio al 31 de agosto de 2008
Comisario: Javier Pérez Segura
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