Desde hace varios años, la Universidad Complutense viene potenciando las lecturas e interpretaciones inéditas de sus fondos artísticos, documentales y científicos y en algunos de esos proyectos vienen entrelazándose, de forma natural, ciencia y arte, dando lugar a relaciones inesperadas. Ocurre en la muestra “Herbarios imaginados”, que su Centro de Arte presenta hasta el 31 de marzo y que comisarían Toya Legido y Luis Castelo, profesores ambos de la Facultad de Bellas Artes de la UCM.
Se propone un diálogo entre el pasado científico y el arte contemporáneo a partir de determinados objetos y especímenes seleccionados entre las colecciones de los herbarios de las Facultades de Farmacia y Ciencias Biológicas, el Museo de la Farmacia Hispana y la Colección de Drogas de la Facultad de Farmacia, además de algunos volúmenes históricos de la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla y de la Biblioteca de la Facultad de Bellas Artes y de ciertos archivos fotográficos del siglo XIX y principios del XX que permanecían ocultos en la Facultad de Farmacia.
Así, forman parte de “Herbarios imaginados” ochenta piezas vinculadas a la historia de la ciencia (modelos tridimensionales de plantas y flores, herbarios o algunos de los primeros tratados botánicos) junto a setenta trabajos de artistas actuales, jóvenes y consagrados, entre ellos Joan Fontcuberta, Javier Vallhonrat, Mandy Barker, Nurit Bar-Shai, Alberto Baraya o Juan Baraja, Paula Anta, Juan Gallego y Andrés Pachón, estos últimos formados justamente en la Facultad de Bellas Artes de la Complutense. Las piezas se agrupan en varias áreas temáticas: Venenos y medicinas, Viajes y expediciones, Jardines y florilegios y Ciencia y medioambiente y para el planteamiento de cada una de ellas se ha contado con la asesoría de expertos: José Pardo-Tomás, sobre los orígenes de la farmacia; Esther García Guillén, sobre los viajes y expediciones; Juan Pimentel, sobre los jardines y Tonia Raquejo, en relación con ciencia y ecología.
Son muchas las sinergias posibles en este jardín-laboratorio: plantas a las que diversas culturas atribuyeron virtudes ocultas, desde las sanadoras a las alucinatorias o mágicas (hay que recordar que, hasta el siglo XV, la medicina, la magia y la religión tenían una frontera difusa) se muestran junto a las irónicas mandrágoras con forma animal de Manuel Barbero Richart, esas que la mitología fantástica del medievo consideraba producto del semen de los ahorcados, capaz de trasladar su iconografía a otras especies. De Fontcuberta contemplaremos un homenaje (también mordaz) a la obra Urformen der Kunst (Formas originales del arte, 1926) del fotógrafo alemán Karl Blossfeldt; se refiere el artista a los lenguajes y contextos culturales que tenemos interiorizados como científicos desde el humor, sirviéndose de la fotografía para presentar como creíble lo imposible en un imaginario herbario compuesto por fragmentos orgánicos y materiales artficiales. Y en esa línea, Linarejos Moreno exhibe un readymade también creado a partir de la obra de Blossfeldt, registrando no su obra original sino la interpretación científica. Estos trabajos plantean, en buena medida, la disolución de límites entre ciencia y arte, subrayando igualmente lo que toda representación tiene de quimera.
No faltan tampoco en el Centro de Arte Complutense algunas de las primeras fotografías donde se plasmaron trabajos científicos, como las de Anna Atkins, que empleó la técnica de la cianotipia para obtener imágenes por contacto colocando los objetos directamente sobre una superficie previamente emulsionada y exponiéndolos a la luz solar. Sus motivos más frecuentes fueron las algas británicas, frecuentemente dibujadas por Eugen Johann Christoph Esper. Junto a las cianotipias de Atkins, podremos detenernos en la obra de dos autores que trabajan sin cámara: Lorena Cosba, que aplica emulsiones fotográficas sobre objetos que pertenecen a los antiguos tres reinos: el animal, el vegetal y el mineral, y Antonio Tabernero, que muestra una revisión técnica y artística de la historia de la fotografía de flores.
En la sección Viajes y expediciones comprobaremos cómo el descubrimiento de América abrió un nuevo universo botánico; allí algunos proyectaron un posible Jardín del Edén. También dio pie a numerosas expediciones científicas en siglos siguientes, con consecuencias en el desarrollo de la botánica, impulsado asimismo por la necesidad de conocer las plantas medicinales; por este motivo, algunas de las representaciones vegetales más maravillosas que existen no aparecen en la historia del arte pero sí en los tratados de historia natural.
En el siglo XVII, Maria Sibylla Merian, grabadora y acuarelista, documentó la metamorfosis de las mariposas, estableciendo los fundamentos de la entomología moderna, y su obra se exhibe junto a la de María Ángeles Atauri, cuyos sutiles dibujos de naturalezas, de líneas muy finas, reflexionan sobre nuestra relación emocional con el entorno. Además, José Quintanilla, en su obra Transcurso, propone viajes a lugares artificiales reconquistados por las plantas, una naturaleza que oculta desechos y basuras humanas, aminorando su huella. De Alfonso Galván veremos pinturas oníricas relativas igualmente a la pureza de lo salvaje: la naturaleza no es en ellas enemiga sino aliada, un paraíso nuestro.
Si aquel nos invita a viajar soñando, colocándonos en la vertiente más idílica de la representación colonial, Andrés Pachón realiza una crítica de la visión occidentalizada del otro en su serie Tropologías (2013), en la que trabajó con los retratos de los filipinos traídos a Madrid en 1887 con motivo de la Exposición de Filipinas realizados por el fotógrafo Fernando Debas, quien situó a sus modelos frente a un fondo pictórico que evoca el estereotipo colonizador de la imagen selvática. Sobre ellos realiza este autor modificaciones, borrando a los nativos del fondo y devolviéndonos a su entorno, de modo que pasen de ser objetos observados y colonizados a sujetos que contemplan, desde la incomprensión, nuestras visiones interesadas de la otredad. Por su parte, Juan Baraja planteó de forma crítica los esfuerzos occidentales por trasladar paraísos a lugares imposibles en Experimento Banana (2014), donde nos traslada a un invernadero a unos kilómetros de Reikiavik. En él, tras la II Guerra Mundial, los agricultores islandeses, con el apoyo del Gobierno, comenzaron a cultivar sus propios plátanos en grandes invernaderos para el abastecimiento del país. Parecía que sería uno de los cultivos más rentables, pero fracasó por la dificultad de la fruta para madurar en este entorno.
El proyecto Palmehuset (2007), de otra de nuestras fichadas, Paula Anta, se desarrolla en diferentes jardines botánicos. La artista muestra estas naturalezas, ahora artificiales, como islas dentro de las urbes modernas, pero plantea igualmente que estos invernaderos son las pieles que contienen lo salvaje y que nos convierten en conservadores de especies que hemos esquilmado. Otra artista que trabaja el tema del jardín es Marián Cao, que utiliza sus ilustraciones botánicas para hablar en primera persona del paisaje: su Jardín Interior (2018) es un jardín de memoria en el que se enlazan las presencias, las pérdidas y las ausencias.
Junto con esos vergeles y el comercio botánico surgirían los bodegones, en los que las flores son objetos estéticos y símbolos religiosos. Basándose en la tradición de ese género, Carmen Van den Eynde cultiva en su jardín las flores que luego fotografía, homenajeando a Rachel Ruysch, Margarita Caffi y Georgia O´Keeffe y subrayando que hoy las representaciones antiguas son imposibles, pues hasta sesenta especies de orígenes diversos pueden aparecer en un mismo jarrón. Incide también en que las pinturas barrocas estaban más cerca de ser un inventario de especies que un tributo a la religión y en sus procesos combina la tecnología digital y las tendencias actuales.
Debemos fijarnos igualmente en una versión sencilla, en blanco y negro, de Hortus Eystettensis. Plantarum Horti Eystaettensis Classis Aestiva, de Basilius Besler, obra maestra de la ilustración de libros de botánica del Barroco, y en el herbario artificial, realizado con plantas de plástico al modo de las ilustraciones botánicas científicas, de Alberto Baraya. O en las pinturas de Juan Gallego, que pone de manifiesto las imperfecciones de los pétalos florales, deteniéndose en su aspecto marchito y en las posibilidades expresivas de la luz.
Por otro lado, en la tradición japonesa de la escuela Ukiyo-e y sus imágenes del mundo flotante, la ilustradora sueca Lotta Olsson diseña bosques imaginarios al margen de dictados tradicionales y de la estética de la representación occidental; su producción supone una exploración fantástica de las formas y detalles visuales de un árbol.
De Cristina Almodóvar podemos contemplar esculturas que nos sacan del espacio expositivo para llevarnos a la naturaleza, incidiendo en la belleza de los instantes efímeros en que la contemplamos, y Peter Callesen explora la transformación de las plantas recortadas en un papel plano, en figuras que se expanden en el espacio que las rodea.
Ya en la última sección, Ciencia y medio ambiente, encontraremos estupendos ejemplos de publicaciones científicas ilustradas por artistas, cortes histológicos pintados sobre papel y manifestaciones artísticas que podríamos estructurar en tres categorías: Arte valiéndose de Ciencia, Arte sobre Ciencia y Arte como instrumento científico. Javier Vallhonrat exhibe La Senda y la Trama (2014), que se inspira en los recorridos realizados en la segunda mitad del siglo XIX por el archiduque Luis Salvador en la Tramontana mallorquina; Javier Riera presenta sus indagaciones en las relaciones entre la geometría y la naturaleza y Mandy Barker muestra, en su serie Soup, la crisis de la contaminación plástica de los océanos a través de bellas imágenes inspiradas en la estética nipona.
“Herbarios imaginados. Entre el arte y la ciencia”
c/ Juan de Herrera, 2
Madrid
Del 17 de enero al 31 de marzo de 2020
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