Buena parte de las exposiciones que la Comunidad de Madrid presenta en la Sala Alcalá 31 implican un diálogo con los espacios del edificio que diseñara Antonio Palacios, una propuesta que modifique nuestra percepción del mismo, también desde la altura que nos ofrece la segunda planta. “Un puente donde quedarse”, la exhibición que desde hoy ofrece allí Guillermo Mora bajo el comisariado de Pía Ogea, va un paso más allá: transforma este lugar incluso antes de que nos adentremos en la propia muestra, porque se ha retirado el muro de la entrada que separaba la zona expositiva del área administrativa, posibilitando nuestra vista completa del proyecto desde un primer momento, y también los dos que, en la planta baja, subdividían longitudinalmente el centro y determinaban nuestros recorridos por él en línea recta.
El artista madrileño, que ha reunido aquí cuarenta trabajos datados en los últimos quince años y representativos de su trayectoria (planteándose el catálogo como una obra más), ha logrado así que nuestra mirada se dirija sin remedio hacia su intervención poderosa, en lo espacial y lo cromático, en la que era la nave central: una instalación pictórica que remite al gesto de trazar líneas horizontales, puentes o lazos, de unas columnas a otras, dando lugar a un marco a medio camino entre lo puramente visual y lo arquitectónico. El espectador quedará invitado, así, a recorrer la sala en una senda zigzagueante y flexible en la que se desvanecen las jerarquías y saldrán a su encuentro piezas de pequeño formato, porque en esta muestra se juega también, de manera constante, con la conjunción de lo micro y lo macro.
Cruzar el espacio sin detenimientos ni rodeos resulta, de hecho, imposible, como también lo es, para quien contempla un lienzo, penetrar en él, por más que lo atisbemos como ventana: Mora no exhibe piezas enmarcadas y muy pocas de las suyas se presentan sobre pared, pero son constantes, en su producción y en esta sala, las referencias a la historia de la pintura, a lo que formalmente es propio de esa disciplina y a la posibilidad de desafiarlo.
Los que eran pasillos laterales componen ahora una suerte de puntos de fuga en los que se han situado nuevas piezas de formatos diversos: algunas de ellas, frente a la disposición vertical de las columnas subrayadas por el color, penden del techo; transmiten la sensación de colgar por efecto de la gravedad, de modo que nunca podremos, tampoco, observar desde posiciones estáticas, sino dejándonos mecer por la ascensión o la caída y por aquellos cambios de escalas. El título de la exposición, como explica el artista, se relaciona con esos modos de ver abiertos a lo no previsto: Los puentes se transitan, se caminan, se cruzan, pero pocos son los que se plantean quedarse en ellos, permanecer en su punto central, no estar a un lado ni al otro, sino en ellos mismos.
Mora es, hasta ahora, el autor más joven en exponer en Alcalá 31 y ha planteado este proyecto como una plasmación de su personalidad creadora a día de hoy, incorporando algunas obras inéditas: sus procedimientos de trabajo, en los que se sirve de materiales muy diversos y, como es sabido, expande la pintura a los territorios de la escultura y la instalación, tienen mucho que ver con ese desprenderse de muros, de convenciones, que cercenen tanto la libertad del artista como la fluidez de la mirada y el movimiento del espectador. No resulta útil en absoluto aplicar etiquetas técnicas a estas propuestas: en su vocabulario confluyen los códigos de casi todas las artes plásticas y la pintura se convierte en herramienta para la narración, el cuestionamiento o el cambio.
Las piezas reunidas aquí, en sus pliegues o sus formas rectas, suspendidas, componiendo grupos de diálogo en el suelo o inesperadamente en esquinas, forman parte de un todo en el que lo grande y lo mínimo no se contraponen sino que se enlazan, lo público entra en contacto con lo íntimo y el color demuestra sus poderes vertebrando espacios, (des)ordenándolos o transformando materiales. Si son comunes, entre los autores de su generación, la confrontación de conceptos teóricamente opuestos, el recurso a las dualidades, Mora elige evitar la contraposición; hacer de la pintura un puente.
La elaboración de sus obras, que no siempre queda cerrada sino que a menudo permite reinvenciones, incorpora una evidente vertiente física y performativa: requiere de fuerza, paciencia y de espera a la hora de preparar unas superficies que después manipula, quedando craqueladas o rajadas, abiertas, rotas al torcerse, en lo que debemos entender como un acto de liberación del plano pictórico y también de esa misma disciplina respecto a principios, nudos y desenlaces.
Para saber más, “Un puente donde quedarse” se acompañará, a partir de mayo, de talleres para grupos e intergeneracionales y encuentros con el artista y la comisaria. Podéis consultarlos aquí: www.comunidad.madrid.
Guillermo Mora. “Un puente donde quedarse”
c/ Alcalá, 31
Madrid
Del 28 de abril al 24 de julio de 2022
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