Gerhard Richter: sesenta años de distorsión y poesía

La Fondation Vuitton acoge su mayor retrospectiva

París,

En su línea de brindar exhibiciones monográficas ambiciosas a autores clave de los siglos XX y XXI -entre los más recientes en su programación, a Jean-Michel Basquiat, Joan Mitchell, Mark Rothko o David Hockney-, la Fondation Louis Vuitton de París dedica ahora todos sus espacios expositivos a Gerhard Richter, el enorme artista alemán que, aún en activo superados sus noventa, se atrevió a llevar la contraria a Adorno al afirmar que, incluso tras Auschwitz, existe la poesía.

Presente en las colecciones de esta institución desde su inauguración en 2014, Richter es objeto este otoño de esta retrospectiva excepcional, que consta de casi trescientas piezas realizadas desde los sesenta hasta el año pasado, entre pinturas al óleo, esculturas de vidrio y acero, dibujos a lápiz y tinta, acuarelas y fotografías intervenidas. Hasta ahora no se le había dedicado una muestra de esta envergadura.

Puede que sea, el de Dresde, el más significativo entre los creadores de su generación que decidieron hacer del lenguaje pictórico el centro de sus investigaciones, concibiendo esta disciplina como un campo de experimentación cuyos límites podían explorarse constantemente, al margen de categorías. Su formación primera en la Academia de Bellas Artes de su ciudad le llevó a desenvolverse tempranamente en los géneros tradicionales del bodegón, el retrato, el paisaje y la pintura histórica, y el resto de su andadura hasta hoy responde al propósito de reinterpretarlos desde una perspectiva contemporánea; en esas indagaciones es en las que se explaya esta propuesta.

Independientemente de los temas que aborde, Richter nunca pinta directamente del natural: cada una de sus imágenes se filtra a través de un medio intermedio —una fotografía o un dibujo— a partir del que construye una obra nueva y autónoma. En el transcurso de las décadas y hasta 2017, ha explorado una enorme variedad de técnicas y desarrollado diversos métodos de aplicación de la pintura sobre el lienzo, ya sea con pincel, espátula o rasqueta. En ese año diecisiete tomó la decisión de dejar de pintar, que no de dibujar.

Gerhard Richter. Tío Rudi, 1965. Stredocesca Galeria, Praga
Gerhard Richter. Tío Rudi, 1965. Collection Lidice Memorial, República Checa

Presentada en orden cronológico, cada sección de la exposición abarca aproximadamente una década en su carrera, determinada por la ruptura con ciertos rasgos anteriores y la continuidad de otros, desde sus primeras composiciones basadas en fotografías hasta sus últimas abstracciones.

Incluso en los mismos comienzos de su trayectoria, la elección de temas por Richter fue compleja: por un lado, elaboraba imágenes aparentemente mundanas extraídas de periódicos y revistas, como la obra que considera su “hit” de 1962, una estampa de una mesa tomada de una revista de diseño italiana y parcialmente borrada; por otro, realizaba retratos familiares que aluden a su propio pasado (Onkel Rudi, Tante Marianne), así como a las sombras de la historia de su país (Bombers). Ya a mediados de la década de los sesenta, desafiaba las convenciones ilusionistas de su medio con su escultura Four Panes of Glass y sus primeras Cartas de color. En su serie de Paisajes urbanos exploró un estilo de impasto pseudoexpresionista, mientras en sus Paisajes y Marinas volvió a poner a prueba los géneros clásicos de forma disruptiva.

Gerhard Richter. Kerze, 1982. Institut d’art contemporain, Villeurbanne/Rhône-Alpes
Gerhard Richter. Kerze, 1982. Institut d’art contemporain, Villeurbanne/Rhône-Alpes

La segunda sala de la exposición recoge los cuarenta y ocho retratos que Richter preparó para la Bienal de Venecia de 1972: supusieron para él el inicio de una nueva etapa de revisión de la naturaleza de la pintura por múltiples vías, entre ellas el difuminado, la copia y disolución progresivas de una Anunciación de Tiziano, la distribución aleatoria de los tonos en sus grandes Cartas de color y el rechazo de la representación y la expresión en las llamadas Pinturas grises.

Entre los setenta y los ochenta, sentaría Richter las bases de su singular enfoque de la abstracción: ampliando estudios de acuarela, examinando la superficie pictórica y convirtiendo la pincelada per se en el tema central de la pintura (Strich). Al mismo tiempo, elaboró los primeros retratos de su hija Betty y continuó investigando temas “tradicionales”, como el paisaje y la naturaleza muerta, desde enfoques que no lo eran.

Gerhard Richter, Tisch, 1962. Colección particular.
Gerhard Richter, Tisch, 1962. Colección particular

Motivado por una visión profundamente escéptica de los cambios artísticos y sociales de ese momento, el de Dresde desarrollaría su serie 18 de octubre de 1977 —excepcionalmente cedida por el MoMA en esta ocasión—; se trata de su único conjunto de obras que alude de forma explícita a la historia reciente de Alemania (la muerte de integrantes del grupo terrorista Baader-Meinhof en prisión). En los ochenta produjo igualmente algunas de sus obras abstractas más impactantes y sombrías y, retomando el tema de sus primeras pinturas familiares, creó la serie de Sabine con su hijo.

En los últimos años, ya antes de 2017, el dibujo creció en importancia en su producción. Para Richter es uno de los pocos métodos de trabajo que, esencialmente y si es íntimo y espontáneo, no puede integrarse en un proceso controlado; supone, de hecho, la antítesis del control.

Los que llevó a cabo en los ochenta no los mostró al público hasta la exposición que Kunstmuseum Winterthur le brindó en 1999: ofrecen formas lineales desarrolladas a partir de bocetos espontáneos, trabajadas hasta convertirse en superficies estructuradas y difuminadas, en paisajes imaginarios. Pese a su poder sugestivo, los preparaba en pequeño formato, favoreciendo la anotación directa.

Gerhard Richter. Gudrun, 1987. Fondation Louis Vuitton
Gerhard Richter. Gudrun, 1987. Fondation Louis Vuitton

En 1996 nació la hija menor de Richter, Ella Maria, y su vida (y su obra) recibieron un impulso quizá inesperado. Se trasladó a una nueva casa (y a otro estudio) en Hahnwald, a las afueras de Colonia, pero no cerró su taller en el centro de esta ciudad para poder trabajar en diferentes grupos de obras simultáneamente. Para entonces ya no pintaba cuadros abstractos individuales, sino ciclos caracterizados por su estructura muy articulada y su estudio tonal. También se manejaba en pinturas íntimas ejecutadas a partir de fotografías, entre ellas su primer autorretrato. Basándose en motivos cotidianos, creaba metáforas que reflejaban su visión melancólica de la realidad.

El encargo de diseñar la vidriera del crucero sur de la Catedral de Colonia, que Richter recibió en 2002 y en el que se valió de un proceso aleatorio para determinar la distribución de los colores, lo inspiró a emprender otros proyectos. Tras pintar los ciclos Silikat y Cage, se dedicó a trabajar con vidrio -a veces, dando instrucciones para que otros lo hicieran-.

Y tras varios años de pausa, retomó la pintura en un sentido tradicional en 2014 -como sabemos, no por mucho tiempo-. El primer tema que abordó fue, de nuevo, el pasado alemán: durante muchos años había intentado crear una obra que tratara sobre el Holocausto, pero nunca había encontrado la manera adecuada de expresar las abrumadoras emociones que este asunto conlleva.

El punto de partida de sus pinturas de Birkenau son las únicas fotografías que se conservan de ese campo de concentración y exterminio, tomadas por los prisioneros. Finalmente, el ciclo evolucionó hasta convertirse en cuatro pinturas abstractas que se expusieron por primera vez en Alemania, y posteriormente en Inglaterra, y en la retrospectiva del artista que presentó el Metropolitan en 2020. Además, versiones fotográficas de este proyecto están instaladas permanentemente en el Reichstag de Berlín y en el Memorial de Auschwitz-Birkenau.

2016 fue un año importante de cara a su consideración futura: se fundó la Fundación de Arte Gerhard Richter, con el objetivo de crear una exposición permanente de un conjunto esencial de sus obras en Berlín y Dresde. Y entre 2015 y 2017, ideó una serie de pinturas abstractas abiertamente expresivas que marcaron un final; tras una pausa, declaró concluida su obra pictórica.

En los últimos años concentra Richter su actividad en la realización de dibujos y obras destinadas al espacio público. En lugar de pintar en la pared, ahora trabaja en su escritorio y fecha cada dibujo, lo que permite examinar su proceso creativo en el tiempo. No los lleva a cabo de forma continuada, sino en grupos que abarcan varios días o semanas.

En estas nuevas láminas, explora el alemán la mecánica y las posibilidades del dibujo como medio artístico. Utiliza líneas, frottage y tonos parlantes, y experimenta con técnicas inusuales en él; el movimiento inconsciente de la mano adquiere una importancia sin precedentes. En ocasiones, añade tintas de colores, que deja caer juguetonamente sobre el papel para recrearse en sus configuraciones aleatorias, redibujarlas con regla, compás u otros instrumentos.

Continúa Richter trabajando en Colonia, buscando otras dudas más que respuestas.

Gerhard Richter. Möhre (Carotte), 1984. Fondation Louis Vuitton
Gerhard Richter. Möhre (Carotte), 1984. Fondation Louis Vuitton

 

 

 

Gerhard Richter

FONDATION LOUIS VUITTON

8 Avenue du Mahatma Gandhi

París

Del 17 de octubre de 2025 al 2 de marzo de 2026

 

 

 

 

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