Su producción no es extensa, porque dedicó parte de sus esfuerzos a la difusión de la fotografía cuando la disciplina no era considerada popularmente como arte, pero sin las aportaciones de Gerardo Vielba el desarrollo de la imagen fotográfica en nuestro país seguramente no hubiese sido el mismo desde la segunda mitad del siglo XX.
Su legado lo reivindica, desde hoy y bajo el comisariado de Antonio Tabernero, la Consejería de Cultura de la Comunidad de Madrid en la Sala Canal de Isabel II: nos esperan allí más de un centenar de imágenes, siempre en blanco y negro, tan sencillas como sugerentes: los motivos escogidos por este autor madrileño podemos considerarlos trampolines que conducen al espectador a otros territorios, a otras dimensiones; transmiten una cotidianidad evidente pero también una atmósfera atemporal en la que cabe la rareza, un surrealismo sutil que cuestiona lo real desde dentro. En su caso, como ha incidido hoy Tabernero, el fotógrafo no acude a su entorno para documentarlo, sino para pervertirlo.
Hay que recordar, además, que Vielba mantuvo relevantes inquietudes artísticas: dibujó con notable virtud; tuvo relación con los miembros del grupo El Paso, con Antonio López o César Manrique; le interesó la arquitectura y abordó su trabajo con la cámara bajo un enfoque fundamentalmente creativo, atendiendo a los enigmas de la representación y no tanto a pormenores técnicos que entendía subalternos. En las calles, playas o descampados donde tomaba sus imágenes buscaba el madrileño “aquello que latía en él”, no tanto un reflejo (documental) del pálpito externo.
El recorrido de la exposición subraya cómo su obra resultaría fundamental en la transición entre la fotografía más o menos relamida, de sombras proyectadas, de los cincuenta, y la que posteriormente evolucionó hacia una mayor naturalidad, en línea con las corrientes internacionales; se nutre de imágenes bien conocidas, como la felliniana que nos muestra a un lector de prensa de espaldas en la playa de Santander (fue portada de las Autobiografías ajenas de Tabucchi) o a una mujer solitaria en el paisaje de Llanes, junto a otras inéditas y rescatadas del archivo familiar; algunas de estas últimas las realizó en París en 1962, durante una estancia de seis días que dedicó, esencialmente, a fotografiar.
Comprobaremos que, frente al prestigioso instante decisivo de Cartier-Bresson, a Vielba le interesaban mucho más los momentos que no lo eran: no los desconocidos saltando sobre charcos, sino los que dormitaban en bancos, como seguirían haciendo en el minuto anterior o en el siguiente, los que leían el periódico en la calle, los que tomaban café o mataban el tiempo, emigrantes con la mirada perdida, parejas más que acostumbradas a su compañía y, sobre todo, los niños, constantes niños, parados o jugando, porque suya es la capacidad de sorprenderse y también la de generar sorpresa. Atendía, en definitiva, a aquello que normalmente no capta nuestra atención, a lo que requiere, según Tabernero, un tiempo de introspección por tener más que ver con los gestos que con las palabras.
Eligió Vielba, como decimos, mirar individuos y estampas plenas de dignidad y evocadoras de optimismo antes que optar por la denuncia y ese enfoque dejaría huella evidente en los autores de la llamada Escuela de Madrid, de la que él mismo formó parte (entre ellos, Gabriel Cualladó, Paco Gómez, Leonardo Cantero, Juan Dolcet y Fernando Gordillo). Algunos de ellos han pasado ya por el Canal de Isabel II y con ellos compartió nuestro artista christmas fotografiados, algunos presentes en la exposición; los ayudó en sus carreras (su carácter era, según ha recordado el comisario, muy generoso y atento) y también de trató de colaborar con las nuevas generaciones de fotógrafos, y en el camino, de impulsar el desarrollo de este campo.
Si hemos de vertebrar en temas los trabajos reunidos en Santa Engracia, podemos diferenciar sus retratos (junto a los de niños y anónimos, destacan los familiares, como los de la serie Neófito Lisardo), sus reportajes y sus imágenes parisinas; en unos y otros, en cualquier caso, encontraremos evidentes huellas de su búsqueda del potencial poético tanto de lo cotidiano como de la misma fotografía y cierta latencia del realismo poético francés; habita en estas escenas habituales lo extraño, lo inesperado en el aire; un misterio con el que podemos fantasear pero que permanece arraigado bajo nuestros pies y que refuerzan sus alusiones, constantes, a una historia del arte que siempre estudió.
En palabras de Tabernero, lo que la fotografía de Vielba da a ver y a comprender él no lo da jamás por completo, aunque la imagen represente enteramente lo real. Hay una constante en las imágenes de Vielba, en las que lo visible es una apuesta por lo invisible. Su obra guarda, en lo más recóndito, algunos de los atributos mágicos que tuvo el arte en sus fases iniciales, cuando era poco más que un tótem, un fetiche, una energía engendrada por un singular impulso creativo. Estas imágenes nos llevan a estadios anteriores a la Historia, los de la imagen arcaica. Allí donde todavía no se había dado nombre a las sombras. No había lenguaje, ni retrato, ni paisaje, ni pintura, todavía…
La exhibición se acompaña de charlas en zoom y encuentros con el comisario; sabed más de esas actividades paralelas aquí.
“Gerardo Vielba. Fotógrafo, 1921 – 1992”
SALA DE EXPOSICIONES CANAL DE ISABEL II
c/ Santa Engracia, 125
Madrid
Del 19 de mayo al 25 de julio de 2021
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