La mayor parte de las obras de Gabriela Bettini no pertenecen a una única disciplina sino a varias (pinturas o dibujos se combinan con vídeos o con objetos) y tampoco resultan fácilmente clasificables: en lo formal resultan equilibradas, de factura acabada, pero una contemplación minuciosa de los escenarios con los que trabaja revela detalles de potente expresividad que van más allá del orden aparente; una inquietud latente desafía a quien observa, inmerso en juegos perceptivos que le impiden acomodarse.
En aquellos escenarios que maneja no encontramos nunca lugares neutros: quienes por ellos han pasado han dejado su huella en cuanto a recuerdos, miedos u obsesiones de sujetos ausentes que vivieron allí sus dramas y pasiones. Sus interiores y paisajes pueden resultarnos familiares, pero en ellos lo seguro puede devenir efímero, los objetos cambiar su sitio y suelo y techo han llegado a intercambiar posiciones. Se difuminan lo real y lo simulado, lo que podríamos calificar como “verdad” y lo escenificado.
En sus más recientes proyectos, pasado y presente continúan entrelazándose por caminos que, cada vez de forma más evidente, trascienden lo personal: en “Raíces Secundarias”, la muestra que la artista presenta hasta junio en la sede de la Galería Sabrina Amrani en Sallaberry, se vincula el asentamiento del colonialismo europeo en América Latina con el inicio del capitalismo en esa región, y la actual crisis de sus recursos naturales con el desarrollo de expediciones botánicas en el Caribe desde el siglo XVI, la minería boliviana o las actividades industriales que han modificado paisajes desde el monopolio.
En esa misma senda, establece Bettini relaciones históricas entre el esclavismo, el comercio con personas africanas y locales en la época virreinal, y el robo de bebés en las dictaduras del Cono Sur a mediados del siglo pasado y plantea esa red de nexos, entre el trato dado a la naturaleza y a los cuerpos ayer y hoy, recurriendo también a sus memorias familiares, ligadas a la dictadura argentina.
Esta exposición, articulada como instalación, consta de pinturas cuya contemplación, a su vez, ha de completarse con la lectura de los textos de la propia Bettini que forman parte del catálogo del proyecto. Las series de gran formato Chuquicamata II, III y IV se dedican a una vasta mina a cielo abierto, al norte de Chile, de la que se extrae cobre, oro y molibdeno: su paisaje se nos presenta aquí fragmentado en encuadres superpuestos de color que hacen referencia a la evolución de la orografía local con el paso de los siglos, una transformación obviamente debida a la mano humana.
Esos encuadres se han concebido, así, como vistas estereoscópicas que nos permiten atender al antes y el después de este lugar: donde hubo montes nevados, hoy hay planicie y, donde crecieron palmeras y cactus, encontramos ahora un secarral.
Se relaciona con aquel conjunto The Heart of the Andes, que alude a esa conocida panorámica de Ecuador que llevó a cabo Frederic Edwin Church, uno de los pintores de la Escuela del Río Hudson. También ha fracturado Bettini su paisaje, rompiendo su monumentalidad: ha reproducido sobre papel, en carboncillo y conté, cuatro detalles de la naturaleza andina contenidos en la obra original; sus dibujos son autónomos entre sí, pero tienen en común una mancha dorada que hace referencia a las explotaciones auríferas en Quito en el periodo colonial. En último término, reflexiona la madrileña en estos trabajos sobre los paralelismos entre la evolución de la representación de la naturaleza latinoamericana desde las que fueron sus metrópolis y sobre el peso del extractivismo en la economía de estos países.
Otra erosión del paisaje, la producida por el expolio de metales preciosos, centra trabajos como Red-breasted Toucan, Mexican Hummingbirds, Family of Hummingbirds, Prickly Pear, The Great Water Lily of America y Passiflora, que a su vez se inspiran en las ilustraciones de especies vegetales y animales que acompañaban escritos científicos. Se trata de óleos sobre lino en los que se subrayan la riqueza de la biodiversidad en Latinoamérica y los peligros de su extinción: aves y plantas aparecen semiocultas entre, de nuevo, manchas plateadas referidas a esa extracción de metales cuyas formas, además, nos hacen recordar algunos mecanismos de amordazamiento, desde los cuadrados negros a las miras telescópicas en el armamento.
His Majesty’s Giant Anteater, por su parte, supone un homenaje a la osa hormiguera gigante que sobrevivió a un viaje de ochenta días en barco y treinta en carro desde Buenos Aires a Madrid, en tiempos de Carlos III. Allí fue retratada por Francisco de Goya, custodiada en la Casa de Fieras del Retiro y luego expuesta en el Real Gabinete de Historia Natural tras su muerte, que ocurrió siete meses después de llegar a nuestro país. Sample of American Birds I y II y Large and Small Turtles from America son también tributos a otros animales que fueron desplazados para favorecer los avances en los estudios de zoología europeos: originalmente los pintaron artistas noratlánticos, y sus obras responden a un espíritu del momento: el de dominar la naturaleza americana por la vía de su documentación y clasificación. Bettini, que representa estos seres con franjas de colores vivos, recuerda estos especímenes en su individualidad, incidiendo en que son dignos de ser recordados.
Por último, en Colección de mariposas y Herbario vemos docenas de ejemplares de fauna y flora sobre el fondo crudo de linos sin pintar; no ofrecen datos sobre su entorno, porque han sido desprovistos de su hábitat. Ese desarraigo queda patente en Agave / Guacamayo, enorme papel tendido sobre un bastidor que exhibe, en uno de sus lados, una planta suculenta, y en el otro, un ave de plumaje vivo. Pese a su proximidad, planta y ave están espalda con espalda y no pueden encontrarse en su forma natural: un guacamayo posado sobre un agave.
Gabriela Bettini. “Raíces Secundarias”
c/ Sallaberry, 52
Madrid
Del 2 de abril al 4 de junio de 2022
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