Yo, Daniel Blake. Apelar antes de morir

28/10/2016

Ken Loach. Yo, Daniel Blake

Hoy llega a cines Yo, Daniel Blake, lo último de Ken Loach, que obtuvo por este filme la Palma de Oro en Cannes. Esta vez su cine comprometido apunta a la burocracia de los servicios sociales y a una maquinaria que pone sus normas poco prácticas por delante de las personas: Daniel Blake es un carpintero de unos cincuenta años, viudo, sin hijos, y con problemas cardiacos que según los médicos le impiden trabajar. Su invalidez es invisible más allá del corazón, así que no se le concede una pensión de invalidez; para tratar de cobrar alguna prestación se le obliga a solicitar el paro, justificando para poder recibirlo que está buscando empleos que, sin embargo, por causas médicas no puede aceptar.

En un endiablado proceso hacia ninguna parte, pasa por un calvario de llamadas, cartas, y solicitudes que solo puede registrar por Internet aunque él no lo maneje. Encuentra apoyo en sus vecinos, en los usuarios de los locutorios y en una sola de las funcionarias que lo atienden en las oficinas de bienestar social, pero la mayor parte de los empleados de estos servicios, que son públicos y por tanto debieran estar al servicio de los ciudadanos, actúan con él y con el resto de personas en situaciones frágiles desde la frialdad y una total falta de empatía.

Una de esas personas en dificultades que conoce cuando es expulsada de una oficina es Katie, joven madre soltera con dos hijos pequeños a los que Blake ayuda cuanto puede, casi como un padre de los tres, subrayando con claridad las diferencias entre la solidaridad desinteresada practicada entre particulares, pese a que el que da tenga tantas necesidades como el que ofrece, y el desamparo en que sumen a estas personas las instituciones cuando sus casos escapan a supuestos estrictos e insalvables.

El estilo es el de Loach en el último medio siglo, directo y sin florituras, ni en el lenguaje ni en la estética; no encontramos en sus tramas ni en sus personajes preciosismos sino ejemplos de dignidad que no por previsibles resultan menos conmovedores: Blake no es un revolucionario que pinta sus reivindicaciones en las paredes, sino un hombre tranquilo que siempre ha trabajado con normalidad y que ve esa vida serena y sin pretensiones amenazada por una burocracia sin alma. Aunque más que hacia la falta de compasión, su crítica en esta película apunta directamente hacia la falta de justicia.

Ken Loach. Yo, Daniel Blake

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