En sus años dorados, Coney Island fue un emblemático lugar de recreo y evasión, una isla festiva en un extremo de Brooklyn a la que los neoyorquinos acudían a tomar el sol y olvidarse de todo. Y a esos años dorados ha viajado Woody Allen en Wonder Wheel, para contarnos una historia continuamente ambientada en un entorno festivo y de trama profundamente dramática, por temática y por forma, porque seguramente es esta la película con tintes más teatrales del director.
Y en su inicio incorpora ya una referencia clara a sus orígenes: Alvy Singer, el alter ego de Allen presente en Annie Hall, vivía en un apartamento en Coney Island con vistas a su gran noria, exactamente igual que la convulsa familia protagonista de Wonder Wheel.
Y también nos guía por la trama un Timberlake narrador que se dirige a nosotros y mira a cámara, recurso que ya manejó en la propia Annie Hall y en Si la cosa funciona.
Podemos hacer alguna otra lectura autorreferencial más: el tono liviano que pone fondo a los conflictos amorosos a bandas varias es el inevitable en el cine de Allen y es fácil acordarse de la Cate Blanchett de Blue Jasmine asistiendo a la deriva de la esposa frustrada que interpreta Kate Winslet; sin embargo, los ecos de Wonder Wheel -lo veremos- son más teatrales que cinematográficos, y el guion tiene, en ese sentido, un peso esencial. Tanto peso a dado a la trama, el sufrimiento y los personajes que Allen ha renunciado a hacer su habitual aparición.
El eje de la película es Ginny (Kate Winslet), camarera que aspira a ser actriz, esposa de un individuo rudo que la necesita tanto como la maltrata y madre de un hijo que tuvo con su anterior marido, su teórico verdadero amor, al que engañó. Como no hay dos sin tres, el niño vuelca sus frustraciones dedicándose a la piromanía. Su vida está dominada por la frustración y encuentra una salida a esos males en el personaje de Timberlake, estudiante aficionado a la lectura que la seduce sin intenciones serias. Porque es entonces cuando aparece en escena la hija de su marido, huérfana de madre y perseguida por la mafia, quizá el personaje más limpio e inocente del filme, y el estudiante, con ínfulas de intelectual y verbo fácil, ha de elegir entre ambas.
Quedarse sin el que era su único asidero en una vida sin alicientes sume a Ginny en la locura y la convierte en verdugo, en la línea de personajes femeninos trágicos y enjundiosos como Blanche Dubois o, yendo algo más lejos en las comparaciones, Norma Desmond. Seguramente Winslet haya bordado aquí uno de sus mejores papeles.
Los diálogos en Wonder Wheel se aproximan, de hecho, más a los dramas de Tennessee Williams que al humor espontáneo de sus películas neoyorquinas: utiliza Allen, en realidad, mecanismos muy distintos a los habituales para plantear sus viejos temas: el peso del azar y el enorme caos que son el amor y la vida. Su tratamiento de la luz, su impacto en el color y la escenografía refuerzan esa sensación: la casa acristalada y sin cortinas de Ginny es un escenario abierto traspasado por luces de neón cálidas o frías según los contextos. Ilusionismo por fuera, tragedia por dentro.