Hace noventa años nacía Juan Benet y hace cincuenta, en 1967, publicó su obra Volverás a Región, después de que una colección de relatos previa, Nunca llegarás a nada (1961), hiciera honor a su título solo en un primer momento, pasando desapercibida.
Después regresamos a aquellas narraciones porque anticipaban el universo raro y alucinante que Benet desplegaría en Volverás a Región, la novela más característica de los mundos fantásticos de este novelista, poblados de personajes desarraigados que vagan en entornos donde no existe la calidez. Región es un espacio geográfico aparentemente imaginario que se convierte en lugar significador de las vidas y los acontecimientos, en escenario de historias personales que tienen como contrapunto otra historia general y particular, la de la Guerra Civil.
La narración, muy compleja, se presenta desde tres perspectivas: la del propio narrador, la del personaje del doctor y la de la hija del general Gamallo, y entre sus visiones se da una constante superposición de planos temporales diferentes.
Por su estructura, muchos creen que Benet escribió utilizando a conciencia una técnica de origen musical (era muy aficionado a este arte, y a Wagner, y el resto de sus novelas también cuentan con estructuras complicadas). Él calificaba su forma de narrar como una diversión muy compleja, pues escribir es una forma de indagar en el propio pensamiento, que sin este ejercicio puede quedar enterrado, sepultado. El hecho de que tengamos que poner una palabra detrás de otra te obliga a hacerte más claro.
Parece que, más que la trama y su desenlace, importan las divagaciones, las referencias: Benet habla del 36 y su atmósfera de violencia, pero lo hace desde el simbolismo y no desde el realismo o la denuncia social: esa fue una de las mayores innovaciones de esta obra. Cuando comenzó a escribirla, en 1961, varios años antes de publicarla, Benet, ingeniero, trabajaba en otra: la de la presa leonesa del Porma, en el valle de Vegamián (que muchos asociaréis a las novelas sobre la despoblación, el olvido y el desarraigo de Julio Llamazares).
Benet no era un ingeniero amante de la construcción sin más: en Volverás a Región habla de los paisajes de estas zonas, de las poblaciones y los campos que los embalses van a dejar anegados, planteando ese dilema entre la necesidad de mantener las raíces y de nunca dejar la memoria a un lado, y la de ciertas formas de progreso. Salvando las distancias, ese ayer y ese hoy es el que encarnan los dieciséis miembros de la familia protagonista de Distintas formas de mirar el agua de Llamazares: el apego a la tierra y la orfandad de quien la ha perdido frente al desapego y la incomprensión de quienes por generación y contexto (urbano) no comparten esa identificación familiar con el lugar de donde se es. Simplemente bonito para unos, triste además para los que lo perdieron. Precisamente una cita fría de Benet cierra las páginas de la novela del de Vegamián: Todo el aire de esa región queda reducido a bien poco: una sierra al fondo, una carretera tortuosa y un monte bajo en primer plano…
Tomando como punto de partida conceptual Volverás a Región, el MUSAC y la Fundación Cerezales han trabajado en los últimos tres años en un proyecto de investigación sobre las repercusiones en el territorio leonés de la construcción del embalse de Porma y del posterior de Riaño. Los frutos podemos verlos en la exposición “REGIÓN (Los relatos). Cambio del paisaje y políticas del agua”, abierta hasta el 27 de febrero de 2018 en las dos sedes.
Consta de periódicos con noticias sobre el asunto, archivos cedidos por particulares, planos de ingeniería, vistas aéreas de las zonas desaparecidas, fotografías y carteles, documentos audiovisuales sobre la construcción de los pantanos, expedientes de expropiación… y también de obras de artistas que en algún momento han reflexionado sobre el impacto ambiental de las grandes obras públicas, como Ibon Aranberri, Daniel García Andújar, Carlos de Haes, Carlos Irijalba, Manolo Laguillo, Rogelio López Cuenca, Ortiz Echagüe, Isidoro Valcárcel Medina o Valentín Zubiaurre.
La exhibición repasa, a través de testimonios múltiples -en línea con las múltiples perspectivas desde las que han narrado Benet y Llamazares-, cómo la sequía ha sido problema social, político y medioambiental allende los siglos y cómo fue novelada y convertida en protagonista y desencadenante de dramas familiares en películas como la muda y tristísima La aldea maldita, dirigida por Florián Rey y filmada en 1930 en Ayllón, Pedraza, Sepúlveda y Segovia.
Para paliar el mal, unos y otros gobiernos desde la época de Alfonso III han propuesto diversos planes hidrológicos: algunos de ellos, como los desarrollados en León, con consecuencias sociológicas y emocionales, además de medioambientales; cuestionados por unos, aplaudidos por otros o entendidos como mal inevitable. Han sido muchos los relatos.
La muestra atiende tanto a los planteamientos institucionales como a los periodísticos, los personales y los culturales, poniendo voz e imagen a un paisaje transformado décadas después de que fuera noticia (otro asunto muy debatible es el eco informativo en los grandes medios del medio rural más allá de crímenes, loterías y eventuales tragedias ecológicas).
“REGIÓN (Los relatos). Cambio del paisaje y políticas del agua” se acompaña de un ciclo de cine y de debates; podéis consultar aquí la programación: musac.es