Si Crónicas diplomáticas (Quai D’Orsay) resiste en la cartelera hasta el próximo 21 de mayo, coincidirán en nuestros cines dos películas recomendables y muy distintas que ofrecen una visión descarnada de la política y sus vicios adyacentes, sobre todo en lo relativo a sus discursos en fondo y forma.
CRÓNICAS DIPLOMÁTICAS (QUAI D´ORSAY)
Bertrand Tavernier ha dirigido esta sátira inteligente, divertida, y, sobre todo, políticamente incorrecta sobre las palabras vacías y redundantes de los discursos de un Ministro de Exteriores francés que trata de disimular su ineficacia y su escaso talento escudándose en una imagen de carisma y seguridad que realmente no posee. Su equipo determina cada uno de sus pasos, de sus intervenciones y de sus silencios, y, dado que en el fondo su capacidad de decisión es nula y la verborrea es la fachada de su falta de ideas, palía su necesidad de sentirse líder dando portazos, exigiendo eddings nuevos y ordenando repetir en decenas de ocasiones trabajos perfectos con órdenes contradictorias.
En esta película (a la que quizá le sobran metraje y personajes secundarios) priman la ironía y el humor absurdo, pero se logra mantener cierto respeto hacia los funcionarios realmente diligentes en su trabajo, como el interpretado por Niels Arestrup; por un lado, podemos sentir frío al pensar en los “preadolescentes” que rigen los destinos de un país (palabras de la consejera Julie Gayet); por otro, se ofrece un margen estrecho de confianza, un resquicio, muy pequeño eso sí, a la esperanza.
El majestuoso y barroco edificio que sirve de sede a este ficticio ministerio y de lugar de trabajo a un enorme equipo de asesores puede entenderse como un símbolo de la percepción social actual de la política: una escenografía recargada y antigua contrasta con los comportamientos erráticos, infantiles o imprevisibles de los actores que la pueblan.
El cine francés reciente ha cargado las tintas más de una vez contra la cara menos amable de sus políticos (ahí están la también satírica De Nicolás a Sarkozy o la mucho más cruda El ejercicio del poder). Crónicas diplomáticas se introduce en la crítica desde la caricatura y el esperpento y se inspira en el tebeo Quai d’Orsay de Christophe Blain y Abel Lanzac, a su vez presuntamente basado en la figura de Dominique de Villepin.
No es seguramente lo mejor de Tavernier, pero sí nos deja el gusto agrio de la pregunta inevitable: ¿supera la realidad a la ficción o viceversa?
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VIVA LA LIBERTÁ
Si La gran belleza podía apabullar al espectador medio y el cinismo de su protagonista nos resultaba tan brillante como oscuro, en Viva la libertá Toni Servillo interpreta a unos hermanos gemelos contrarios y complementarios: un político de oficio, de discurso y andares calculados, falto de pasión en lo personal y lo profesional, y un filósofo brillante, que ha pasado por diversos psiquiátricos, ha aprendido a amar la vida a fondo tras ser capaz de sortear todas sus dificultades y, precisamente por su bagaje, sabe empatizar y conectar con la gente, pues en definitiva es uno más entre ellos.
Sin planearlo ninguno y buscando ambos su libertad, intercambian papeles: el político escapa a París en busca de un amor de juventud (Bruni Tedeschi) y allí se reconcilia con los placeres de la vida sencilla y ajena a los sondeos y la crítica pública; el filósofo sale del aislamiento y se gana al electorado con un estilo franco y directo, su cercanía a la gente de a pie, su espontaneidad y su brillantez.
Viva la libertá se inspira en una novela de su director, Roberto Andò, El trono vacío, y en ella encontramos un brillante elogio de la locura y de la naturalidad y una crítica, no feroz pero sí evidente, a las formas tradicionales y caducas de hacer política. Más allá de ella, supone también un estudio del comportamiento humano y un alegato contra la rigidez.
No perderemos de vista futuros trabajos de Servillo: su cara podría ser la de cualquier viajero del metro en quien nadie repara, pero, frente a una cámara, resulta completamente moldeable, capaz de expresar raciocinio, locura, infinita tristeza o infinito escepticismo.
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TREN DE NOCHE A LISBOA
El cuadriculado profesor de latín interpretado por Jeremy Irons en Tren de noche a Lisboa también busca cierta libertad cuando, tras un encuentro fortuito con una joven a punto de suicidarse, decide viajar a Lisboa sin billete de vuelta (sus motivaciones no quedan suficientemente explicadas) en busca del escritor Amadeu de Prado. En la capital portuguesa, donde, aunque veáis la peli en versión original, todos hablan un perfecto inglés, rastrea el pasado y el presente de un grupo de miembros de la resistencia a la dictadura de Salazar y queda cautivado por sus peripecias vitales, políticas y amorosas. Su viaje geográfico se acompaña, como es recurso habitual, de un viaje interior en el que el profesor abandona la rutina, adopta la improvisación y maneja la idea de enamorarse de nuevo.
Su fotografía es muy atrayente, pero más allá de su encanto visual y del aportado por Irons y Charlotte Rampling, Tren de noche a Lisboa promete más de lo que da y no profundiza en la evolución del protagonista. Ofrece además una visión, aunque subliminal, excesivamente exótica (pintoresca, ¿decimonónica?) de Portugal. No obstante, la trama, que atrapa al espectador al modo de las series televisivas, y el buen trabajo de los actores, hacen de esta película una opción aceptable.
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MATTERHORN
Si os gusta el cine de interpretaciones abiertas que trata al espectador como a un ser inteligente, con el desafío que esto supone, puede gustaros Matterhorn. Este largometraje del holandés Diederik Ebbinge habla de soledad y de amor, pero no sabemos dónde termina una y empieza el otro y si son causa y consecuencia.
Un viudo ordenado, puntual y estrictamente religioso que expulsó a su hijo homosexual de casa ve trastocada su forma de vida y su reputación al aceptar convivir con un deficiente mental que tiende a vestirse de mujer y a imitar los sonidos de los animales. Según su director, la obra es fundamentalmente “una comedia excéntrica que se revela como una conmovedora fábula sobre la búsqueda de la felicidad”. Nos quedamos con la lucha de los personajes por la aceptación, o al menos por la tolerancia, propia y ajena, con la reflexión sobre los efectos del rechazo social y con el estudio en esta obra de los motivos de la crítica al diferente: en este caso, muy relacionados con la envidia, y, de nuevo, con la soledad. Otra posible lectura: nunca subestimemos nuestra capacidad de cambiar.
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