Vermiglio: Maura Delpero en los Alpes, cine con olor a lumbre

06/03/2025

Vermiglio. Maura DelperoVermiglio es un pueblo alpino de la región de Trento, pequeño y enclavado en plena montaña: lo bastante cerca de las cumbres para que la nieve lo cubra por completo cada invierno y lo suficientemente lejos del mundanal ruido como para que los grandes y pequeños hechos de actualidad puedan sacudirle lo justo. Pero en ese resquicio de lo justo cabe un friso de situaciones, de nuevo grandes y pequeñas.

La directora Maura Delpero, cuyo padre nació precisamente allí y falleció hace unos años, decidió rodar en este lugar y en localidades cercanas su última película, destinada a preservar al menos visualmente las formas de vida, costumbres y mentalidades en las que Delpero padre se había criado; contó, igualmente, con muchos testimonios del pasado de los habitantes de esta zona durante la preproducción. A través de la memoria paterna, por tanto, pretendía homenajear esta cineasta a la memoria colectiva, retomando además en el camino, de forma tangencial, alguno de los asuntos que ya abordó en su anterior trabajo, Hogar, sobre la convivencia de madres solteras y religiosas en un centro de acogida para las primeras.

La vida cotidiana de los habitantes de Vermiglio en 1944, la referencia temporal elegida por la directora, venía marcada por el transcurso de las estaciones y en torno a ellas se articula también la película, que pivota sobre una muy amplia familia, aunque alrededor de ella emerjan muchas otras: esa vida diaria era sobre todo comunitaria, guardar un secreto era cuestión ardua y todas las vecinas sabían cuándo un niño tosía demasiado y corría peligro. El padre de un número creciente de hijos que dormían en camas compartidas, algunos en la cabecera y otros en los pies, era el maestro, más comprensivo y complaciente en la escuela que en su casa y más atento a sus gustos y caprichos personales que su esposa, bastante más joven y siempre inquieta por cubrir las necesidades de los niños ya llegados y los que asumía que podrían venir.

A fuego lento, Delpero entreteje las vidas no siempre armónicas pero sí previsibles y plácidas de adultos y pequeños, la sucesión de partos y muertes recibidos todos con naturalidad, los hielos severos y la hierba al sol, los desayunos de leche caliente junto a la leña. El quiebro lejano a esos hábitos hundidos en los siglos no llega de muy lejos: la guerra transforma las esperanzas y las penas, sume en el miedo a las posibles viudas y a los padres de los reclutados, pero no cambia la mayoría de las costumbres; su eco se hace carne, sobre todo, cuando llega a Vermiglio un soldado desertor, acogido con una mezcla de comprensión y recelo. Su matrimonio breve con la hija mayor del maestro supondrá no solo un antes y un después para ella y para todos (en poco tiempo, se suceden la boda, una despedida que debía ser corta, un nacimiento, la muerte), sino el anuncio metafórico de un tiempo nuevo, especialmente para las mujeres; a través de ellas se nos habla de un pasado y de un presente: solo una podrá estudiar; otra lo desea, pero seguirá su vocación religiosa atemperada con esfuerzo frente a tentaciones; la madre joven y sola tomará el camino de la independencia y el trabajo; y la madre de todas ellas será capaz de reclamar a su marido mayor tacto y afecto hacia todos.

Aunque desde la pausa de las estaciones, de la vida puerta con puerta con los animales, la maquinaria de la contienda y del mundo nuevo también han llegado a Vermiglio, y a cada uno de sus individuos, no solo a la colectividad. Como en la montaña, también cada uno se hace pequeño ante ese engranaje, por más que las batallas y las bombas sean una llamarada al fondo.

Más allá de la guerra, en el filme de Delpero, con ecos de Ermanno Olmi y su árbol de los zuecos, gana el olor a lumbre, la presentación delicada de los modos de hacer y de compartir que fueron léxico familiar para casi toda una generación que maduró de inviernos a veranos. Y de algunos de sus traumas.

Vermiglio. Maura Delpero

 

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