Un simple accidente: contar Irán en una furgoneta

23/10/2025

Un simple accidente. Jafar PanahiFrente a cineastas como Mohammad Rasoulof (La vida de los demás, La semilla de la higuera sagrada), Jafar Panahi, que ha padecido como él -son amigos- numerosos juicios y prohibiciones por parte del gobierno de Irán, venía optando hasta el momento por mostrar las ataduras que sufre la sociedad de su país de forma evidente, pero no cruda. Recurría a circunstancias cotidianas, y al reflejo del torpedeo al pensamiento libre, para aludir a esa represión, pero no a la violencia expresa.

En Un simple accidente, película con la que ha obtenido la Palma de Oro en el último Festival de Cannes y que representará a Francia en los próximos Óscar, convierte las torturas a los opositores al régimen, y el trauma que éstas generan, en el eje que explica la trama de su historia; si bien, como de él podíamos esperar, no veremos brutalidad, sólo sus ecos, y en el relato tiene cabida el humor, porque nunca se ha inclinado Panahi hacia la tragedia.

Le interesa revelar que los canales por los que fluye la barbarie son omnipresentes, pero también subterráneos: en los primeros minutos del metraje, no podremos afirmar quién fue agredido y quién agredió en función de su carácter o apariencia; más bien tendremos impresiones contrarias. Quien fue brutal ha podido alcanzar una vida plácida; quien recibió sus palizas ha adquirido el semblante de un herido sospechoso.

Una vez conocidos el funcionario represor y su víctima primera, nos presentará Panahi a un friso de individuos, hombres y mujeres, dañados por el mismo verdugo y muy distintos entre sí, reunidos en una furgoneta conducida hacia destino incierto. Allí tendrán que decidir si eligen vengarse del victimario del todo o parcialmente; si es preferible liberar, infligir castigo o causar muerte, y en sus deliberaciones, apresuradas, cambiantes, enfrentadas… reside la riqueza de esta película, en la que no hay protagonista, sino el conjunto de la sociedad iraní discutiendo el futuro de quien frustró su pasado.

El simple accidente que avanza el título, desde la ironía, no es ni mucho menos tal: nos sitúa Panahi frente a un juicio popular improvisado en el que no se penalizará un incidente aislado; más bien una causa común, larga y triste, de origen difuso, pero con consecuencias muy concretas. Que en este filme llegan a atisbarse porque, casualmente, un perro ha sido atropellado; un perro que viene a suponer el último eslabón (metafórico) de una cadena de atropellos previos y cuya muerte, como bien señala una niña inocente, no la ha querido la voluntad divina, sino que es fruto de la negligencia.

Este cineasta, maestro de la sutilidad narrativa (y del rodaje sobre ruedas, prohibiciones obligan) vuelve a remarcar que el dolor bajo la superficie sólo necesita ser accidentalmente señalado para desbordarse y que, en las dictaduras más violentas, no hay perfil de individuo al que el drama no alcance ni acontecimiento feliz -bodas y nacimientos- que no destiña.

 

 

 

Comentarios