Hace cuatro años desde que Louis Garrel presentó su primera película como director, Dos amigos, que abrió en 2015 el Festival de Sevilla. No alcanzaba la seducción de Un hombre fiel, la que ahora ha llegado a salas (quizá resultaba más superficial), pero sí las unen conexiones evidentes: ambas hablan de relaciones amorosas a varias bandas con instantes de comedia y trasfondos de drama.
Además de ser más seductora y madura, Un hombre fiel se mueve en terrenos más hondos aunque lo haga desde ese don de la ligereza que (caemos en tópicos, pero aún no se han visto desmentidos) pocos cineastas como los franceses saben transmitir a la hora de narrar historias de enamorados y sus adyacentes. Pudo ser esta una trama de fidelidades e infidelidades, de compañía y soledad, de juventud y experiencia… y es todo eso, pero también un relato sobre la filosofía del buen vivir.
Aborda Garrel con mucha delicadeza la historia de un joven periodista, de carácter nada complicado (lo interpreta el propio cineasta), que es abandonado de un día para otro por su novia (Laetitia Casta, a su vez pareja en la vida real del director). La “excusa” es su supuesto embarazo de un tercero, compañero de Universidad de ambos al que no llegamos a conocer. A la muerte repentina de aquel, el periodista y su ex, ahora exitosa asesora en comunicación política, retoman su relación, que intenta ser boicoteada por la hermana del fallecido (Lily-Rose Depp), eterna enamorada del personaje encarnado por Garrel, y también, con genial brillantez, por aquel niño que precipitó la ruptura.
Lo interesante comienza entonces: este trío, que acabará no siendo tal, maneja con sabiduría su cruce de pasiones; lo de menos es el romanticismo y los engaños que no son tales, lo de más, el arte de afrontar el deseo, los celos y el fin del amor por parte de dos mujeres que constantemente exhiben determinación, juicio y valentía frente al aturdimiento masculino. Ese rasgo sí puede ser interpretado por algunos como cliché.
Cabe subrayar que el guionista no es ningún novato en lo suyo y que da muestras de excelencia expresando lo necesario y sumando algunas intrigas paralelas: hablamos de Jean-Claude Carrière, que trabajó para Luis Buñuel. Solo han necesitado, Carrière y Garrel, una hora y cuarto, para introducirnos con buen tino en las personalidades y las emociones de los personajes, aunque estas suelan ser extraordinariamente contenidas y expresadas con gracia y sin tragedias.
El peso de la voz en off y la frescura evocan inevitablemente (sucedía ya en Dos amigos) a la Nouvelle Vague, corriente a la que seguramente homenajea, aunque la trama de Garrel sea más compleja y enlace pasados y presentes, menos aventuras y más atisbos de sentimientos poderosos. Frágiles, cambiantes, desdramatizados… pero incontestables.