Un doctor en la campiña, no solo medicina

30/05/2016

Un doctor en la campiñaEsperar a que te abran la puerta más allá del tiempo en que parezca razonable, dejar hablar al paciente sin cortarle, poner en su sitio a una panda de ocas revueltas que te impiden el paso y, sobre todo, mucha cercanía.

Thomas Lilti, el cineasta que antes fue médico, regresa tras Hipócrates con Un doctor en la campiña, una comedia dramática de tono amable en la que de nuevo plantea asuntos profundos que conoce bien: la deshumanización de la medicina, sus rigideces y la falta de empatía con el paciente. Sus tesis quedan claras, pero no deja de mostrárnoslas desde el humor y la ternura, a través de la historia de Jean-Pierre (François Cluzet), un médico rural buen conocedor de los enfermos que trata, a quienes visita a domicilio y cuida con mimo, prestando atención a problemas personales que van más allá de lo que le correspondería atender. Las subtramas encarnadas por los enfermos prueban la complejidad del panorama humano al que debe hacer frente la medicina con la empatía como arma fundamental, y en sí mismas podrían generar películas paralelas: la muerte en casa de los ancianos, el aborto, el machismo, las enfermedades mentales, la necesidad de acompañamiento a las personas mayores solas… A los pacientes Lilti los convierte en personajes redondos sin aplicar la condescendencia.

Jean-Pierre enferma de cáncer y cuenta desde entonces con otra médico para acompañarlo, una joven de ciudad que, de su mano, se acostumbra paulatinamente a los usos de la medicina rural y sobre todo a atender a sus pacientes con un nuevo ritmo, más lento, personalizado y menos reglado. Se trata de Nathalie (Marianne Denicourt), que os sonará por Hipócrates. Si ella aprende de Jean-Pierre a amoldarse a su nueva vida y trabajo en el campo, él aprende de ella a aceptar su enfermedad (en casa del herrero, cuchillo de palo) y a delegar su trabajo sin sentir celos, y ese proceso en el que ambos cambian, en beneficio en ambos casos de los enfermos, es el meollo de esta obra; el espectador espera que lo suyo trascienda la amistad laboral, pero se acierta al mostrar esa relación de manera evidente, no cayendo en clichés previsibles. Ambos ofrecen interpretaciones curtidas, nos dejan entender sus motivaciones y sus debilidades sin excesos de guión.

Sobre todo en la figura de Jean-Pierre se hace patente la idea de que en ciertas profesiones –si no en todas, al menos en algunas- el trabajo forma parte indisoluble de la identidad personal hasta el punto de no entenderse la una sin aquel.

Un doctor en la campiña, citando referentes como Relatos de un joven médico de Bulgakov, es una apuesta, ante todo, por la empatía y la escucha como vía para tomar las mejores soluciones y logra que, abordando la enfermedad y la muerte en todo momento, nunca nos resulte una película oscura sino luminosa.

 

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