Tres recuerdos de mi juventud, la enfermedad curable

26/05/2016

Tres recuerdos de mi juventudComo una trinidad, los tres recuerdos de juventud de la película de Arnaud Desplechin que este viernes se estrena se resumen en uno: Esther, amor adolescente pero perdurable de Paul Dédalus, el alter ego del cineasta. La obra, vertebrada en tres partes, nos acerca en un primer momento a la complicada infancia de Paul, que creció sin madre y sin entenderse con su padre, después a una aventura adolescente del protagonista con uno de sus amigos, que prueba cómo él ha sido capaz de convertirse en compañero fraterno de sus amistades pese a su niñez difícil, y más adelante al que es el quid de la película: su relación intensísima con Esther. Los tres fragmentos contribuyen a explicar la personalidad del Paul Dédalus adulto, pero los dos primeros nos resultan realmente una excusa para no abordar desde un inicio el tercero, muy difícil de introducir de otro modo precisamente por su fuerza. Tanta que no parece real: tenemos la sensación de entrar en un sueño, con un aire y una luz de pasado idealizado y de nostalgia.

El punto fuerte de Tres recuerdos de mi juventud es su forma sofisticada y atrevida de describirnos las idas y venidas de un primer amor, de envolvernos en una trama que lo tiene todo de cotidiano y también de especial, hasta el punto de que Desplechin logra convencernos de que nos encontramos ante una historia única al alcance de pocos cuando, como todos sabemos, este tipo de relaciones se suceden y sucederán conforme a esquemas conocidos por todos: apasionamientos extremos, tristezas máximas, inmensos disfrutes y sufrimientos. Bien es verdad que hablamos de cine francés, y aquí los amantes, aunque acaban de estrenarse, se toman el asunto con bastante liberalidad: se aman tanto como se engañan y el sexo sustituye muchas conversaciones.

El noviazgo tan feliz como doloroso de Paul y Esther va forjando, como su infancia de huérfano y sus travesuras de hermandad juvenil, el carácter de Paul; pero en el fondo todo se resume en ella. En la personalidad de Esther, Desplechin nos introduce muy progresivamente, jugando con el misterio que favorece la expresión muy característica de sus ojos. Se trata de una muchacha delicada a veces y descarada otras (como el conjunto de la película), con muchos rasgos de femme fatale y plagada de contradicciones que la hacen para él irresistible. Paul se debate entre sus estudios en París – donde por fin conoce el afecto por un adulto, una de sus profesoras, que ejerce sobre él una función parcialmente materna – y su amor por Esther, lejana en la distancia y que lo reclama de forma constante.

En Tres recuerdos de mi juventud hay mucho romanticismo, pero no del que nos abruma, y el suficiente humor e inteligencia para que no nos sintamos invadidos por un drama sentimental. Además, tanto la personalidad de Paul y Esther como las de la hermana de él y los amigos de ambos nos atraen por sus aristas, sus debilidades y sus divagaciones político-filosóficas, muy del tiempo y muy de la edad.

Las correrías del grupo recuerdan por momentos, con el mismo aire nostálgico del que rememora su primer amor,  fragmentos de Nouvelle Vague: de la pareja desesperanzada de Al final de la escapada o del trío trágico de Jules et Jim. Además, por supuesto, de remitirnos a Comment je me suis disputé… (ma vie sexuelle), con el mismo protagonista.

Desplechin juega con nosotros introduciendo elipsis varias y reflexiona sobre cómo los amores nos cambian y sobre los dolores, celos y pinchazos que dejan dentro, esos que (a diferencia de las relaciones) no se lleva el viento, de ahí la reacción de Paul cuando, ya más que adulto –interpretado por el fantástico Mathieu Amalric-, encuentra casualmente al amigo que le sucedió en la mano de Esther.

 

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