Acabamos de saber que Toni Erdmann será candidata por Alemania al Óscar a la Mejor Película Extranjera (de llevarse el premio sería uno más de una lista larguísima) y no hemos podido evitar qué diría y cómo iría vestido Toni si tuviera que subir al escenario a recogerlo.
Ha sido recibida con críticas unánimes y como una de las mejores películas del año (que lo es), pero la mejor manera de disfrutar del tercer largo –el más difundido hasta ahora – de la joven directora alemana Maren Ade es ir al cine con simples ganas de divertirnos, que es lo que vamos a hacer, y sin demasiadas ideas previas. Toni Erdmann es una comedia que no pretende la risa constante sino buscarnos las cosquillas a través de dos personajes fundamentales: los de un padre y una hija de personalidades aparentemente antagónicas que se ven unidos en una aventura marcada por el humor y la ternura, siempre sobria.
Él es un tipo lleno de humor cuyo rol fundamental en la vida es el de payaso, un payaso no naif que busca obtener sonrisas casi en cualquier circunstancia: al cartero que va a enviarle un paquete le sugiere que porta una bomba y el disfraz forma parte de su forma de ser dentro y fuera de casa. Su tarea más peliaguda es conseguir que su hija ejecutiva se relaje, tenga un mínimo de vida privada y más ambiciones que las laborales; que deje de ser esclava (a la antigua usanza) de su jefe y recupere la empatía que perdió para prosperar en su carrera, carrera cada vez más abocada, por otro lado, hacia ninguna parte.
Con ese fin se muda durante un tiempo a Bucarest, donde reside ella, y tras comprobar que por la vía convencional no consigue que pasen tiempo juntos, opta por la peluca morena, el traje de empresario y los dientes afilados y se convierte en Toni Erdmann, la sombra de la joven Inès cuando trabaja y cuando se divierte, con sus compañeros de trabajo, con sus amigos y con los algo más.
Nada vuelve entonces a ser igual, porque viene lo mejor: una sucesión de secuencias muy originales que conmueven, hacen reír y ponen el dedo en la llaga a partes iguales sin rozar el sentimentalismo. El más inolvidable, y la prueba del éxito del padre tenaz en sus propósitos, es el de la inesperada fiesta nudista de cumpleaños en casa de la ejecutiva, pero el que realmente apunta a lo esencial del mensaje del filme lo da la primera pérdida del ridículo cuando, con Toni Erdmann al piano, Inès se lanza a cantar ante numeroso público The greatest love of all: Decidí hace mucho tiempo que no caminaría a la sombra de nadie (…) Aprender a amarte a ti mismo es el mayor amor de todos…
Al margen de esos instantes-joya en el camino de esta mujer hacia un mayor disfrute de la vida, conviene fijarse en los que apuntan a las convenciones de las relaciones sociales y a los puntos negros de las relaciones laborales de hoy: aparte de la servidumbre de Inès hacia sus superiores, se hace muy visible la de su secretaria hacia ella, en una especie de pirámide feudal, y el personal más bajo en el escalafón (los extractores de petróleo) son tratados con absoluta rudeza.
Toni Erdmann es una peli inolvidable. Larga, sí, podría haberse condensado mucho más, pero sus casi tres horas son disfrute.