Han pasado cuatro años, pero aún nos acordamos del impacto que nos causó Locke, el filme de Steven Knight en el que Tom Hardy interpretaba a un padre de familia y empleado estresado cuya vida giraba 180 grados, sin salir de su coche y sin abandonar la conducción, mientras dejaba todo atrás para acudir a hacerse responsable del fruto de un embarazo inesperado. Solo era necesario un manos libres para sumergir al espectador en una atmósfera angustiosa de tensión emocional: diálogos, prescindiéndose de acción y de escenarios.
Esa misma inquietud, al menos, ha logrado transmitírnosla el joven director sueco Gustav Möller en el que es su primer largometraje: The Guilty, protagonizado por un igualmente quemado policía (Jakob Cedergren) que atiende llamadas en un servicio de urgencias y que -como la trama nos irá haciendo saber- está a punto de enfrentarse a un juicio tras haber disparado y matado a un joven. Curiosamente, la duración de Locke y de The Guilty es prácticamente la misma: una hora y media en la que uno y otro quedaron transformados, merced a sus conversaciones telefónicas, y el público se siente hipnotizado, emocionalmente conectado a sus historias, verosímiles y factiblemente cotidianas pese a su gravedad.
Este policía, que pronto adivinamos vulnerable y tenso en un entorno que parece desconfiar de él, atiende la llamada de una mujer angustiada, aparentemente secuestrada por su marido y alejada de sus hijos pequeños, solos en casa. Creemos que puede ser asesinada en cualquier momento ante la frialdad de los responsables de intentar localizar la furgoneta en la que la pareja viaja sobre el terreno, agentes desapasionados que piden más datos antes de empezar a trabajar, ante la desesperación y la impotencia de este joven que se involucra humanamente en el caso. Su preocupación tensa músculos, suyos y nuestros; su impaciencia por saber, su deseo de que nada ocurra traspasan la pantalla, como su frustración al comprobar que, seguramente no por primera vez, esa implicación y sus buenas intenciones pudieron malograr -más de lo que ya lo estaba- el desenlace de esta mujer y de sus hijos.
Möller realiza una jugada maestra: tras meternos en el cuerpo el pavor, nos cuenta que… nos hemos precipitado al creer la visión de los hechos del protagonista y que, a nosotros también, las apariencias nos han engañado. El guion es excelente: a él se debe que nos mantengamos constantemente en vilo, atentos a lo que quedará de una familia deshecha y al profundo conflicto emocional de un policía que quizá busque paliar sus males propios sobreocupándose de los ajenos. Para jugar con nuestras mentes y desafiarnos solo hace falta un teléfono y los interlocutores adecuados.