Qué bien que hemos podido llegar a Regreso a casa y qué bien que la última película de Zhang Yimou, que se estrenó en cines el 5 de agosto, permanezca en las salas.
Retomando el tono intimista de Amor bajo el espino blanco y regresando a las esencias de sus primeras películas, delicadas visiones de la intrahistoria de la China moderna, Yimou presenta en Regreso a casa las vicisitudes de una familia golpeada por la Revolución Cultural de Mao, un retrato de cómo las dictaduras y sus represiones no suceden solo en los libros de historia ni en los palacios de gobierno sino que se adentran en las habitaciones, en las memorias personales, y definen, con su violencia arbitraria, relaciones tan íntimas como las familiares.
Podríamos entender que el eje de la película es la historia de amor de dos supervivientes a la desgracia impuesta: Lu Yanshi, un intelectual purgado, y Feng Wanyu, la mujer que durante veinte años lo espera y trata de encontrarlo pese a las amenazas del Partido. Pero en la película entra en liza el personaje fundamental y complejo de su hija, muy interesante pese a su juventud: se trata de una muchacha que apenas conoce a su padre cuando este es internado en un campo de trabajo y es educada férreamente en los principios de la Revolución Cultural. Trata de extirpar de su casa y de la memoria de su madre la figura paterna, por presión externa y para no sufrir las consecuencias de ser hija de disidente en su ambiciosa carrera de bailarina. Pasado el tiempo y liberado Lu Yanshi, debe hacer frente a la culpabilidad por su anterior comportamiento y a los reproches de una madre que ahora es a ella a quien no quiere ver.
Si en una primera fase de la película asistimos a la espera doliente de Feng Wanyu (Gong Li, con su muy expresiva mirada perdida) y al crecimiento de Zhang Huiwen como buena súbdita de Mao, en la segunda esta última queda, hasta cierto punto, a un lado, para que asistamos a los pacientes y preciosos intentos de Lu Yanshi (nos recuerdan un poco a los de El viejo y el mar por pescar por fin el gran pez) para ser reconocido por su mujer, que, tras dos décadas sin verlo y padeciendo abusos por parte de cargos del Partido, ha perdido parte de su memoria y es incapaz de identificar su rostro.
Con una austeridad en los diálogos que coincide con el ambiente sencillísimo en el que viven y que evita blanduras sentimentales, Yanshi trata de que su esposa se habitúe a él ya que no puede reconocerlo como su marido, de intentar cuidarla a ella dejando a un lado su propia necesidad de ser cuidado. Para comunicarse con su mujer desde su identidad real, se convierte en lector aparentemente ajeno de las cartas que él mismo le envía y nada hay más conmovedor que la última secuencia entre la nieve, cuando, anciano ya el matrimonio, Lu acompaña a Feng a esperar que él mismo regrese de su destierro.
Ya que, por la contención propia de Yimou y por las necesidades de la trama, las emociones quedan siempre bajo velo, la música es el recurso que nos introduce en el tono melodramático de la película, sobre todo cuando suena el tradicional erhu (los habituales de la estación de metro de Atocha sabéis de qué instrumento se trata).
Regreso a casa cuenta una tragedia personal como tantas anónimas con una sencillez, muy de agradecer, como pocas. No os la perdáis, mientras dure.