En Agosto, de John Wells, el suicidio de un padre al que la vida se le estaba haciendo larga desencadenaba una tormenta familiar a muchas bandas que sacaba a la luz secretos y miserias del pasado y del presente; la más compleja Sieranevada, de Cristi Puiu (director de La muerte del señor Lazarescu), tiene mucho que ver con ella en su punto de partida y su temática, pero va más allá, porque, además de algunos conflictos de la familia del desaparecido, pone de relieve los propios de cada personaje, consigo mismo y con sus parejas: neuras, rebeldías e infidelidades con las que este cineasta rumano logra componer un fresco de frustraciones de vocación universal en el abigarrado descansillo de la casa de los padres.
Precisamente la densidad de objetos en un piso pequeño sin ningún espacio vacío acompaña el despliegue de manías, tristezas y odios labrados durante años que anteceden una comida que tarda en comenzar casi las tres horas que dura la película. Puiu utiliza como excusa la tardanza del sacerdote para justificar ese retraso y se sirve de él para poner sobre la mesa lo esquivos que son la cordura y el sentido común, la necesidad de la distancia -aquí, dificilísima- para entender las disputas, la imposibilidad del entendimiento y hasta qué punto el calor familiar puede convertirse en pura asfixia.
La vivacidad y superposición de los diálogos, la yuxtaposición de discusiones, se ha labrado con tal mimo que no queda más remedio que admirar sinceramente al guionista –el propio Puiu, quién si no podía pulir una obra tan personal–, pero porque su trabajo es difícil de percibir: no es fácil pensar que, tras esa maraña de emociones sin cese, de discusiones políticas, religiosas y de pareja aparentemente espontáneas, pueda existir memorización.
No hay silencios porque no hay paz, y, aunque podamos tener la tentación de pensar que el metraje es excesivo, finalmente se hace evidente que los efectos buscados por Puiu se logran por acumulación: de palabras, de objetos, de personajes, de minutos, de frentes abiertos. No hay sitio, pero todo cabe. Cualquier vida es confusión y conflicto, todo grupo humano es ruido y quizá la única actitud posible para no perder el oremus sea la mantenida por el personaje del gran Mimi Branescu: la conciencia de la situación y la sonrisa (resignada).
Una respuesta a “Sieranevada, crispación en el recibidor”
Raquel Sued
Por favor si la están proyectando en algun lugar de caba???? Gracias, Raquel