Romería: Carla Simón filma la duda

17/09/2025

Romería. Carla SimónSi, en Verano 1993, Carla Simón filmaba desde una cierta distancia las dificultades de una niña, huérfana reciente, para encontrar su lugar junto al resto de su familia, y en Alcarrás desplegaba un friso de vivencias en torno a los frutales que han de abandonarse, Romería, el trabajo que como es sabido cierra esta trilogía personal, es quizá la más subjetiva de esas tres películas, los tres largos que la catalana nos ha ofrecido hasta ahora.

Todas remiten a su propia biografía, pero en esta última las sensaciones, las dudas, incluso las impresiones ante el paisaje ganan a la narración per se; el punto de vista adoptado es, ya no el de una niña que queda más o menos lejana o el disperso de un grupo familiar amplio, sino el propio de la directora haciendo memoria de un episodio no demasiado distante.

Romería se construye en torno a la incertidumbre: su protagonista, Marina, posee muchas más preguntas que certezas sobre la relación de sus padres, fallecidos ambos a causa del sida, y fundamentalmente sobre los años últimos del padre, del que no guarda recuerdos. Cuando acude a Galicia por cuestiones de papeleo, para obtener una beca universitaria, y conoce a la familia paterna, algunas de esas dudas se disiparán, pero la personalidad de él permanecerá en buena medida en la niebla: sobre algunos detalles sus hermanos manejan versiones contradictorias, la vivencia de la enfermedad se ocultó o se negó, e incluso ella misma, administrativamente, no consta como su descendencia. Sus abuelos, en un contexto acomodado y tradicional, se esforzaron -y continuaban esforzándose- por esconder adicciones que no entendían y que consideraban vergonzosas.

Dado que, además, los lugares donde sus padres habían habitado no permanecían ya igual (otros vecinos, otros usos, locales cerrados), Marina habrá de poner en pie ideas propias sobre la vida de sus progenitores a partir de su intuición, imaginando desde el pálpito lo que la vida y el desconocimiento de los demás, o sus secretos, le negaban. Comienza entonces una de las mejores secuencias de la película: aquella en la que la misma actriz que interpreta a la joven (Llúcia Garcia) encarna a su madre tal como ella la esboza en su juventud, junto a su padre (Mitch).

Es la primera mitad de los ochenta, lo descubren todo y Carla Simón rueda los que pudieron ser sus disfrutes (el amor, los viajes, una sensación de libertad y ausencia de deberes que experimentaron con plenitud) y sus males (la droga y sus efectos, desconocidos en origen). Así, al enigma que era su padre, la adolescente Marina le pone imagen y le dota de vivencias: unas posibles, las que a ella le suscita la Galicia que conoció. En esa recreación hay belleza, más que análisis; la película se articula desde la emotividad, y desde una visión suavemente idealizada del tiempo de la Movida, no desde la mirada evaluadora a la etapa en que sus padres gozaron y enfermaron. La perspectiva de la protagonista, el punto de vista de la directora, dominan el filme -hipnótico-; ésa es su belleza. Otros enfoques, más atentos a lo colectivo, lo habrían conducido por diferentes caminos.

Romería. Carla Simón

 

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