Presente y futuro del periodismo cultural

15/05/2015

Presente y futuro del periodismo cultural. Casa del Lector
Presente y futuro del periodismo cultural. Casa del Lector

Hace unas semanas os resumimos en Fuera de menú las ideas y dudas compartidas en el I Congreso de Periodismo Cultural que la Fundación Santillana organizó en el Palacio de la Magdalena de Santander los días 10 y 11 de abril. Un mes antes había comenzado en el Auditorio de la Casa del Lector de Matadero Madrid el ciclo de debates Presente y futuro del periodismo cultural, puesto en marcha por esa institución y por la Fundación Banco Santander. Finalizó el pasado miércoles y también queremos contaros algunas de las aportaciones más interesantes que hemos escuchado allí para complementar las del Congreso y permitiros profundizar en este tema a quienes, por estudio, trabajo o mera curiosidad, os interesa la relación entre periodismo y cultura. Para saber más os invitamos a consultar en Twitter el hastag del ciclo, #PeriodismoCultural.

CULTURA Y PRENSA EN PAPEL, ¿HAY FUTURO? LA CULTURA COMO SECCIÓN

En la primera mesa participaron los directores de cuatro de los principales diarios españoles: Antonio Caño (El País), Màrius Carol (La Vanguardia) Casimiro García-Abadillo (entonces al frente de El Mundo) y Bieito Rubido (ABC).

Caño se refirió a lo paradójico de debatir la importancia de la cultura en la prensa en papel cuando ésta ha perdido influencia a raíz de la democratización de la información y del acceso a ella que ha supuesto Internet, circunstancia a la que hay que sumar la triple crisis a la que hace frente todavía el periodismo, cultural o no: la general, el cambio de modelo tecnológico y la pérdida de aproximadamente, 12.000 empleos en el sector. Afirmó que la cultura ha sido seña de identidad de El País desde sus inicios, llegando a aparecer información de este tipo en portada en algunas ocasiones.

Planteó también si es o no necesario que exista como tal una sección de cultura en prensa escrita, recordando que en el ámbito anglosajón no suele existir, al aparecer la cultura de manera implícita en el resto de secciones; él no es contrario a este modelo al entender que una sección cultural rígida puede llegar a encorsetar esta información. Sí defendió el director de El País, que con o sin sección cultural, hay más público interesado en la cultura del que solemos pensar.

García-Abadillo lo contradijo en parte: él cree que los medios escritos están sometidos a una crisis de ingresos pero no de influencia, porque hoy los diarios cuentan con más lectores que nunca, eso sí, en los medios digitales, y en su opinión marcan la agenda política y tienen más peso social que la radio y la televisión.

Como posible vía de salida a esa crisis de ingresos planteó la opción del pago –aunque sea en cifras muy modestas- por contenidos, dado que la información es un derecho ciudadano y no puede, por tanto, dejar de existir. Puso como ejemplos la buena marcha de los canales de televisión y la música de pago, siempre asequible.

Defendió Abadillo que un periódico no es sólo un medio de información, sino también un proyecto intelectual con el que los lectores se identifican o no y que se hace presente en todas las secciones, también en la de cultura. En este sentido comentó que sesenta periodistas de El Mundo habían escrito libros, aludiendo a que periodismo y literatura siempre han caminado juntos, sobre todo en el caso de la prensa en papel.

En relación con el suplemento El Cultural de El Mundo, Casimiro mostró su voluntad de que pudiera volver a comprarse junto al periódico sin pagar por él un precio adicional; no sabemos si el nuevo director de este diario mantendrá o no ese deseo.

En línea con los anteriores, Bieito Rubido argumentó que la cultura lo es todo en un periódico, es una forma de pensar y de ver la vida, pero sí defendió la vigencia como género independiente del periodismo cultural, de ahí que ABC mantenga un suplemento cultural propio a la venta junto al periódico los sábados. Para hacerlo económicamente viable, subrayó la necesidad de que sean las propias industrias culturales, en mayor medida que otras, las que  apuesten publicitariamente por estos suplementos (hoy aportan más ingresos de este tipo las compañías eléctricas, por ejemplo).

Como grandes virtudes de la prensa cultural de hoy, Bieto se refirió a su valor como oasis de reflexión pausada y compleja, a su carácter prescriptor, al deleite estético que ofrece, a su prosa, a veces, de alta calidad, a su personal cualificado y a la riqueza de los debates que plantea, ayudando a pensar a fondo, a evitar prejuicios. En cuanto a sus defectos, citó un cierto lenguaje obtuso, que a veces es mera impostura para encubrir vacíos; a la tendencia de algunos críticos de escribir para otros críticos, al esnobismo en la elección de los temas, despreciando por sistema lo masivo; a un aburrimiento –ocasionalmente- manifiesto, a la formación de camarillas de grupos editoriales que miran fundamentalmente por sus intereses, a la promoción de los mismos libros, exposiciones o discos por esa misma razón y a la reducción de personal, y en el camino, de contenido, que la crisis nos ha traído.

Planteó el director de ABC dos preguntas para el debate: si la información cultural sigue aportando prestigio a los medios, y si hay que dar mayor cabida a la cultura-espectáculo o a la que resulta más sesuda y, para algunos, “aburrida”. En fin, ¿qué cultura queremos y qué valor le damos?

Para Antonio Caño, la información cultural debe cumplir los mismos requisitos que la de otras secciones: resultar atractiva e interesante, no convertirse en un ghetto para exquisitos y hacer accesible al lector todo tipo de manifestaciones. De acuerdo con él, Abadillo pidió riesgo y controversia, apuestas diferentes, porque, más que ningún otro, la cultura es un campo donde no hay respuestas unívocas, verdades indiscutibles.

Para Rubido, toda información cultural puede ser interesante y en principio, no hay nada que no pueda ser susceptible de ser publicable en este terreno, pues los periódicos –afirma- deben elaborarse para la suma de muchas minorías, no para una sociedad global y banal. Al ser (siempre lo han sido y cada vez más) un producto minoritario, implican ya un alto nivel de selección de contenidos que no debería forzarse más, no hay cultura-espectáculo –dijo Rubido- en los periódicos.

Màrius Carol se refirió al contraste entre las muchas cabeceras existentes y la poca gente que lee, en su opinión y contradiciendo a García-Abadillo. También afirmó que la cultura ha sido un elemento clave en La Vanguardia desde sus comienzos y recordó que su sección propia en los periódicos tiene unos cuarenta años de vida.

El debate llevó a plantear la gran pregunta: ¿qué hacer para incrementar la lectura? Bieito Rubido no cree que las medidas gubernamentales puedan afectar a los comportamientos individuales, pero sí que las autoridades pueden hacer más por su prestigio; Abadillo recordó que Francia ofrece ayudas a universitarios para la compra de periódicos, aunque él defiende que éstos resuelvan sus problemas de ingresos de forma independiente y espera de los Gobiernos que ni ayuden ni pongan trabas y Carol pidió la rebaja del IVA cultural, la toma de medidas que den valor social a las industrias culturales y la protección de la propiedad intelectual.

¿Y el futuro? Para Bieito Rubido, la esencia del periodismo, también del cultural, será la misma, pero las redacciones se reducirán al mínimo y los periodistas estarán en constante movimiento, y según García-Abadillo, la hegemonía de los grandes medios tiene los días contados, pero la información periodística, gran artífice de la globalización, continuará gozando de un enorme protagonismo independientemente de su soporte. Cree que se tiende cada vez más a utilizar el papel para los grandes reportajes, el análisis, los artículos de lectura tranquila… y que la información instantánea tendrá en la Red su medio natural. Sí defiende que la información, en cualquier caso, tendrá que adoptar todos sus formatos a los móviles, y que ganarán presencia la voz y la imagen. Marius Càrol también opina que convivirán el papel y lo digital con roles distintos; siempre habrá personas (más o menos exquisitas) que necesiten leer en papel, relegado quizá a producto delicatesen.

EL PAPEL Y LA CULTURA QUE NOS MERECEMOS

La segunda mesa del ciclo también abordó la cultura en papel, y en ella participaron algunos de quienes directamente la elaboran: Concha Barrigós, de la agencia EFE; Borja Hermoso de El País, Jesús García Calero de ABC, Manuel Llorente de El Mundo, Carmen Lobo de La Razón y Nacho Orovio de La Vanguardia.

Barrigós aprovechó la ocasión para plantear las que para ella son cuestiones clave en este asunto: quién decide qué cultura se publica, cuáles son las diferencias entre cultura y entretenimiento, qué incidencia tiene la información cultural en las actividades de ocio y si realmente la prensa se hace eco de la cultura de base. A algunas respondieron los ponentes.

Calero habló de un presente estrecho para la cultura en papel, por la crisis y por los cambios de soporte de la lectura, por la caída del número de páginas culturales en los periódicos, la reducción de personal y la disminución de los puntos de venta. Subrayó que, gracias a las redes sociales, la anterior lejanía entre periodista y lector ya no es tal y que leer periódicos no es hoy una obligación sino una elección de unos (¿muchos?) pocos. Pese a ello, afirmó con convicción que en el contexto de periódicos burocráticos dominados por la política y el deporte, la presencia de la cultura es más necesaria e importante que nunca.

Su reto es la conjunción de calidad y rapidez y la combinación de información sobre temas con gancho con reportajes más elaborados y que inviten a la reflexión, aunque dijo que cada vez están menos delimitados los artículos de uno y otro tipo. Si estableció diferencias entre el trabajo para papel y el realizado para colgar en la web: mientras este último requiere inmediatez, el primero, al publicarse cada 24 horas o los fines de semana, permite mayor profundización. No obstante, y bien entendido, Internet también alimenta la autoexigencia del periodista ante la posibilidad del lector de consultar su fuente en un click.

Contó que rara vez coinciden contenidos de uno y otro medio; se refirió a ellos como mundos paralelos, cada uno con su respiración. Los temas menores suelen colgarse en Internet y en papel las noticias aparecen o no según jerarquías básicas, pero sin reglas fijas. Alguna vez, pero pocas, un contenido exitoso en la web ha pasado al papel (que supone el 80% del negocio de su periódico).

Para García Calero, la cultura se ha transfigurado y todos lo hemos hecho con ella, y eso es lo más interesante del momento que vivimos, en el que la información cultural se debate entre seguir el pálpito de la actualidad o caminar un paso por delante. Según el periodista de ABC, la cultura que tenemos es la que nos merecemos, ni más ni menos, y los ciudadanos tenemos una responsabilidad activa en su mantenimiento y enriquecimiento, que no depende sólo de los poderes públicos. En este punto incidió en la importancia de mejorar e incrementar nuestra participación en actividades culturales, de elegir, a veces, las más audaces, y de no caer en el consumo de productos pirateados. De pensar, en definitiva, que las ideas de otros, la cultura, es tan importante como el pan y el circo.

Para García Calero, la cultura se ha transfigurado y todos lo hemos hecho con ella

Borja Hermoso se mostró escéptico respecto al futuro: dijo que la cultura en papel funciona dando palos de ciego, mediante el mecanismo de prueba-error, y que su presente se está acabando y el futuro es incierto. Respecto al número de páginas que ocupa en un diario, recordó que en El País la cultura llegó a ocupar veinte páginas diarias, y con ese volumen – dijo- es difícil mantener la calidad.

Eliminó romanticismo: desde su punto de vista, el periodismo cultural es una rama más del periodismo, y no conviene olvidarlo, y los periódicos no se nutren con lo que pasa, sino que llenan páginas con lo que, por determinadas razones, viene bien llenarlas. Pocos temas culturales aseguran audiencia y los directivos empiezan a demandarla; el hecho es que Sánchez Ferlosio no la da y Madonna sí, así que, según Hermoso, es urgente definir qué es información cultural, tarea peliaguda porque hay pocas materias más heterodoxas que la cultura.

Como Calero, diferenció entre información para web e información para papel: no se publica lo mismo en ambos formatos, salvo excepciones. Para Hermoso, España no lee, sólo lo hace una minoría, y no por falta de campañas de potenciación de la lectura, sino, en su opinión, porque los poderes públicos no han asumido la imbricación real entre educación y cultura; esta última sigue siendo sospechosa –esta frase la repitió en el Congreso de Santander- , y además, mayoritariamente, no interesa.

Abogó, no obstante, por ponerse en el lugar del lector y procurar darle claves sobre qué está pasando en la esfera cultural partiendo de la creencia de que los periódicos ya no son omniscientes, ni prescriptores, ni unidireccionales, especialmente en Internet, donde son posibles los comentarios. Propuso fomentar un periodismo cultural que sea a la vez solvente, riguroso y divertido, dijo que el llamado “periodismo ciudadano” no ha cambiado su forma de trabajar y que el blog es un género periodístico como otros, aunque no hay demasiados de calidad, a día de hoy- cree él.

Hizo una predicción: las portadas (esas en las que la cultura rara vez aparece), como reflejo de jerarquías informativas, tenderán a desaparecer.

Respecto a la selección de contenidos, para Hermoso ésta se basa en apuestas y descartes. Aunque en papel existe la presión del espacio y cada vez se presta más atención a Internet, nicho fundamental de lectores, el criterio básico a seguir es que la información sea interesante, relevante o curiosa.

En relación con las enormes dificultades para definir lo que es cultura a las que aludió Hermoso, Carmen Lobo opinó que de ella tienen conceptos distintos miembros de distintas generaciones, así que se hace necesario que la prensa amplíe el arco y que se consiga además que esta sección tenga más peso. En cuanto a la pervivencia del papel, ella, como los directores de los periódicos que citamos antes, tiene fe en que será posible, pero cree que el periódico se convertirá en un artículo extraño, encantador y minoritario.

Llorente recordó las limitaciones de este medio respecto a la web: de extensión de contenido, de cierta seriedad en los temas tratados  y sobre todo en relación a la no incorporación de las imágenes en movimiento, muy atractivas para el público. También dejó claro que un periodista cultural, tanto o más que sus compañeros de otras ramas, debe formarse continuamente, especializarse y mantener viva su curiosidad y se refirió a lo importante qué es, precisamente en cultura, apostar en la selección de contenidos, arriesgarse.

Un periodista cultural, tanto o más que sus compañeros de otras ramas, debe formarse continuamente, especializarse y mantener viva su curiosidad

Preguntó el público sobre dos cuestiones interesantes: si sigue vigente el prestigio de determinadas firmas y si existen, y tienen éxito, las presiones publicitarias.

Respecto a la primera, Calero cree que se mantiene ese prestigio (reducido porque se lee menos y las redes sociales y los smartphones actúan como aparatos de prescripción que a la vez quitan tiempo de lectura), aunque en torno a él ha habido cierto abuso; Hermoso piensa que un periódico no debería ser un tratado de filosofía, ni de ningún otro tema, y que en el asunto de las firmas se ha caído en cierta inercia, siendo más favorable que se alternen firmantes y temas; Lobo recordó que los recortes económicos han llevado a suprimir artículos de periodistas de gran peso, y Llorente, que no siempre la calidad la dan los grandes nombres y que éstos en ocasiones no trabajan de forma fija en los periódicos sino que realizan colaboraciones puntuales por motivos concretos.

Según Calero, aunque la crítica ha perdido peso como prescriptora, sigue siendo importante a la hora de contextualizar y de orientar al lector; la prescripción ahora viene dada por la propia información. Hermoso está de acuerdo: al público actual no le interesa la crítica canónica que sienta cátedra, ésta es residual aunque siga existiendo y quizá en algunos años desaparezca. Influyente o no, Llorente pide dotar a la crítica de otro ritmo: si se basa en la reflexión y es fruto del análisis, ¿por qué tanta celeridad al emitirla?

Otros misterios: si importa poco la cultura en España, ¿cómo puede subsistir una oferta cultural amplísima y en crecimiento? – pregunta Calero. ¿Y cómo se explica el volumen de libros que aquí se publica en un país que apenas lee? – remata Hermoso.

En cuanto a las presiones, se restó importancia a las mismas: según Borja Hermoso, no se cae en ellas más allá de cierto trato de cortesía en el trato de alguna información, y García Calero defendió la función del periódico como elemento de presión sobre la sociedad desde una línea editorial propia y legítima. En ese contexto, si defendió el que no se cayese en excesos para ganar la confianza de los lectores y mantenerse más cerca de ellos que de los poderes, porque un periódico es de los que lo leen, no sólo suyo, pero suyo sobre todo.

LA CULTURA EN EL MEDIO AUDIOVISUAL, UNA GUERRA

Participaron en la tercera mesa, sobre presente y futuro de la cultura en los medios de comunicación audiovisuales, Berta Tapia de RNE, María José Ramudo de TVE, Javier Torres de la Cadena SER, Ramón G. Pelegrín de la Cadena COPE y Cristina Casero de La Sexta.

Abrió fuego Casero, afirmando que defender el periodismo cultural en su medio es una guerra, una fuente de sufrimiento y de disfrute. La cultura en televisión-dijo-es un territorio muy complicado, aunque por la posibilidad de unir texto, imagen y audio podría ser el más completo. Costató que, a diferencia de las televisiones públicas, en las privadas no hay programas culturales ni más información cultural que la que se incluye en los telediarios, y no por ello ésta se protege más: colar la cultura en un informativo depende sólo del editor. Es la última sección en concretarse en la escaleta y no siempre quedan minutos para ella si alguna pieza ha sobrepasado su tiempo antes. Hay atajos para que sí llegue a emitirse: introducir polémicas, preguntar a los entrevistados sobre el IVA o sobre sus opiniones políticas…

Precisamente por ello, por el poco tiempo concedido a esta sección, abogó por intentar dar profundidad y valor a las noticias, por no caer en la información rutinaria, por ofrecer enfoques propios y frescos ya que la información cultural no debería depender tanto de la agenda como la política, por ejemplo. Dadas las dificultades –contó Casero- ver una pieza cultural en la escaleta da especial satisfacción.

A quienes trabajen un futuro en información cultural en televisión les asegura frustraciones, pero les recomienda no desistir ni minusvalorarse.

De escasez de tiempo también habló Pelegrín: la crónica cultural en su caso se condensa en segundos, en menos de un minuto, en pinceladas; en su cadena tampoco hay programas exclusivamente culturales, aunque sí secciones propias del tema en casi toda la programación en las que la audiencia no se retira. Defendió que existe creatividad y talento en el  periodismo cultural, que goza en su opinión de una mala salud de hierro.

Retomando el lenguaje bélico de Casero, María José Ramudo habló de la cultura en televisión como de una guerra de guerrillas en la que los periodistas tratan de encontrar fisuras por donde introducir su trabajo, argucias para engañar al editor sin que se note que le están vendiendo cultura seria, porque –dijo- a quienes deciden las escaletas les atraen las “palomitas de maíz”, sin darse cuenta de que la cultura es un antídoto contra la intolerancia y ayuda a entender el resto de secciones de un informativo, por ejemplo, los atentados integristas de Internacional.

El periodista cultural tiene para Ramudo la función de generar en el espectador deseo por conocer una cultura más diversa y profunda que la que les sirve el menú elemental de un informativo.

Tocó un tema que sería controvertido: en su opinión, no se hace información cultural para jóvenes y sería importante; tampoco-dijo- se elabora información al servicio de los creadores en proyectos serios que, aunque no tengan cabida en la televisión privada, sí deberían tenerla en la pública, reportajes que faciliten las cosas a los creadores jóvenes y no muestren sólo éxitos garantizados. También se refirió a la obligación de la televisión pública de promocionar la cultura en español, y a lo que se pierde no haciéndolo, dada la amplia audiencia del canal internacional en Latinoamérica.

Como Casero, cree Ramudo que la mayor compensación del periodista cultural es su salario emocional.

Berta Tapia nos animó a seguir la programación cultural de RNE: lo que se cae del informativo va al fin de semana, a El ojo crítico, a Radio 5… Ella cree en culturizar al público, no en popularizar la cultura, y defendió el modelo de su radio de conceder premios a jóvenes promesas que, por razones económicas, no tienen dotación, pero sí prestigio, y de apostar por opciones minoritarias, que los editores respetan (caso de Cartarescu).

Berta Tapia cree en culturizar al público, no en popularizar la cultura

Para Tapia, no cualquier periodista puede elaborar información cultural; se requiere una especialización que permita realizar aportaciones interesantes para trascender la mera agenda cultural. Falta personal, existe autocensura y al área de cultura, a diferencia de otras secciones, se le exige que la pieza “quede mona”. Resumiendo, en su opinión, “el periodismo cultural está difícil, pero hoy todo lo está”, y la creatividad debe sobreponerse a la limitación de medios.

Javier Torres habló de su experiencia en la SER: el tiempo medio dedicado a una crónica cultural en la radio son 45 segundos, así que implica una gran carga de trabajo para dejarse mucho en el camino, y a los periodistas culturales les tiran con bala en las redacciones.

No cree que el periodista tenga que ser protagonista de su información, sino mediador crítico, porque la noticia es de los oyentes, a quienes se debería escuchar más, y recordó que en la radio no es posible el pirateo y esto genera cercanía. Planteó también muchas preguntas, algunas compartidas con Barrigós: ¿Cuál es la diferencia entre las secciones de ocio, estilos de vida y cultura? ¿Por qué la información cultural casi siempre queda relegada al final de los informativos? ¿Falta espacio para hablar de gestión cultural en los medios? ¿En las ruedas de prensa sobre asuntos culturales se alaba o se hacen preguntas? ¿Por qué se conceden entrevistas antes de las ruedas de prensa, en este ámbito? ¿Por qué suele hablarse, mayoritariamente, de autores hombres, blancos y jóvenes? ¿Por qué algunos temas quedan relegados?

Suscitó debate el asunto de generar información cultural para jóvenes que mencionó Ramudo, quien opinó que se cuenta la cultura, en ocasiones, de forma pacata y con un lenguaje apolillado: Pelegrín está de acuerdo de acuerdo con ella; según Cristina Casero, no es necesario conectar con este rango de público de forma distinta al resto; Tapia sí piensa que hay que adaptar el lenguaje a jóvenes y niños y Javier Torres cree que es preferible contar lo que hay, para mayores y jóvenes, de forma seria, rigurosa y que se pueda entender. Empate.

¿Retos de la cultura en el medio audiovisual? Especialización, afrontar la competencia de los medios digitales, como las radios nacidas en Internet, y, sobre todo, mantenerse.

¿Por qué la información cultural queda relegada al final de los informativos? ¿Falta espacio para hablar de gestión cultural en los medios? ¿En las ruedas de prensa sobre asuntos culturales se alaba o se hacen preguntas? ¿Por qué suele hablarse de autores hombres, blancos y jóvenes? ¿Por qué algunos temas quedan relegados?

 

Presente y futuro del periodismo cultural

SUPLEMENTOS CULTURALES, EL OASIS

En la mesa sobre suplementos culturales debatieron Berna González Harbour (Babelia), Fernando Rodríguez Lafuente (ABC De las Artes y las Letras), Blanca Berasategui (El Cultural) y Sergio Vila Sanjuan (Culturas).

¿Pensáis que hay muchos modelos de suplementos culturales o que todos se conocen demasiado? Vila San Juan repasó algunos de los números más experimentales del Culturas de La Vanguardia, desde la creencia de que celebrar centenarios es un periodismo arqueológico y de que la voluntad de innovar en lo visual obliga a innovar en los contenidos. Su ejemplar dadá, que podía leerse de portada a contraportada o al revés, o el dedicado a la cultura en los Pirineos, que incorporaba un mapa de cuidado grafismo de la cordillera desde el Cantábrico al Mediterráneo a lo largo de todas sus páginas, son ejemplos de los intentos del Culturas por convertir cada suplemento en un pequeño objeto artístico, una peculiaridad heredada de las vanguardias e imposible en el mundo digital. Apuestan por una visualidad diferente y por faltar al respeto a la agenda.

 

Blanca Berasategui hizo autocrítica: en su opinión, los medios de comunicación son muy responsables de la situación cultural general; su tendencia a elegir los titulares o fotos más morbosos para atraer la atención tiene consecuencias. Sería cínico quejarse, según la directora de El Cultural de El Mundo, de la atmósfera de banalidad cuando los medios propician el espectáculo.

Dudó Berasategui si el suplemento cultural es, o debe ser, un producto especializado o uno divulgador; ella dijo haber intentado conciliar calidad y difusión, cultura del espectáculo y cultura del conocimiento o reflexiva, y manifestó sus ganas de  bajar a la plaza pública, pese a su barullo, para no trabajar pensando en unos pocos y saber cómo hacer pedagogía, dando a su suplemento un sentido utilitario para cuantas más personas mejor, porque los lectores –afirmó contra lo que pueda parecer- son cada vez más numerosos y exigentes.

Los males de las publicaciones culturales son, para Berasategui, la velocidad y la abundancia; es un reto trabajar rápido sin que la exigida inmediatez se lleve por delante los buenos textos. Refiriéndose en concreto a la crítica literaria, señaló las complicaciones para elaborar textos con rapidez dado el exceso de producción editorial derivado del prestigio –a su juicio, sobredimensionado- del libro impreso.

Habló Berasategui de la web de El Cultural (se creó hace 16 años e incorpora todo el contenido del suplemento en papel, colgado tres o cuatro días después de su lanzamiento, e información diaria) y remarcó la importancia del feedback con los lectores: para un medio de comunicación –dijo- no hay vida fuera de las redes sociales, que son hoy el prescriptor de mayor éxito, aunque no de mayor credibilidad.

Mencionó el dato llamativo de que entre periodistas culturales hay más mujeres que hombres, pero las tornas dan la vuelta al hablar de críticos, y también abordó el asunto de la divulgación cultural en el medio rural: en su opinión, el peso de la cultura urbana, derivada del éxodo a las ciudades, influye más en cuanto a creación que en cuanto a medios, porque, gracias a Internet, el alejamiento respecto a la cultura de la población de núcleos pequeños va a menos.

Fernando Rodríguez Lafuente nos recordó que en 2016 ABC Cultural cumplirá 25 años: lo creó la propia Blanca Berasategui en 1991. En ese tiempo –resumió- se ha buscado que en ese espacio los que saben hablen de lo que saben, distinguiendo entre divulgar y vulgarizar.

Explicó por qué este suplemento aún no tiene versión web, y no es por problemas de compatibilidad en su configuración: esta última requeriría una ontología propia en relación con el uso de la tecnología e implicaría el mantenimiento de una redacción distinta y paralela. La Vanguardia ya la tiene.

Lafuente prevé que, dentro de un tiempo, la prensa en papel sea fundamentalmente requerida por lectores de entre 35 y 70 años con un poder adquisitivo medio-alto, y la comparó con las áreas de descanso de las autopistas: el periódico como un alto en el camino que implica frenar.

Rodríguez Lafuente comparó la prensa en papel del futuro con las áreas de descanso de las autopistas: el periódico como un alto en el camino que implica frenar

Frente a Internet, hasta ahora un contenedor donde todo cabe, el papel implica una selección, y el público busca jerarquizar, dijo el director del Cultural, que entiende los suplementos como el que dirige como instrumentos de mediación natural entre artistas y lectores. Cree que también que la crítica contribuye poderosamente a la institucionalización de las propuestas culturales.

La lectura implica tiempo y silencio, y si el primero no se tiene, las recomendaciones son claves, de ahí el valor de los culturales, con vocación pedagógica y de filtro frente al desafío digital.

Como Bieito Rubido, opina Lafuente que las industrias culturales (editoriales, discográficas, distribuidoras cinematográficas) apenas han apoyado publicitariamente a los suplementos culturales, y han tenido épocas buenas-dijo.

Berna González Harbour, que piensa que la prensa cultural, en la que prima la buena noticia, es más libre que el resto, se refirió a la desigualdad de oportunidades que padecen, además de las mujeres, los autores jóvenes, y afirmó que la misión última de Babelia es descubrir talentos y compartir hallazgos con los lectores, además de reconocer la calidad de autores ya conocidos.

Aunque cree que el futuro es Internet y el papel languidece, no ve necesario separar sus redacciones (al igual que Berasategui, que no lo considera rentable ni útil) y tampoco piensa que existan en cultura jerarquías ni más filtro que el de los prescriptores, que también están en la red. Tal vez sea puntual que la mayoría de las visitas a la web de Babelia procedan de las redes, pero ve claro que ese origen va en ascenso.

Para Harbour, el público de calidad sabe distinguir la información de calidad, y esto ocurre también en Internet. Lo importante son los contenidos, independientemente del formato.

Ve también claro que el corazón de los suplementos sigue siendo la cultura literaria, que debería ser honesta, valiente, más valorativa que descriptiva e independiente, destinada al lector y no al sector (idea ésta muy repetida).

La misión última de Babelia es descubrir talentos y compartir hallazgos

Gracias a esta mesa supimos también que la mayoría de los periódicos ofrecen formación periódica sobre herramientas digitales a sus empleados y que (esto lo sospechábamos ya) a ningún escritor le gusta que la crítica de su libro aparezca en la versión digital de un diario; todos, también las editoriales, prefieren el papel y consideran Internet una segunda división. Entre no aparecer y aparecer en Internet, mejor lo segundo, claro.

Sobre el muy abordado asunto de la supervivencia del papel, Vila San Juan tomó al New York Times como referencia en cuanto a qué podemos esperar: hace unos años optó por los contenidos bajo suscripción, después los abrió de nuevo, más tarde apostó por el fin del papel y hoy este periódico estadounidense espera que no desaparezca, pero que sólo opte por él una parte de la población. En cualquier caso, las suscripciones digitales al NYT comienzan a ser negocio.

Preguntados por los blogs, Berasategui no ve claro su futuro dada su proliferación; Rodríguez Lafuente cree que hay más blogs que asuntos que tratar y que caen a menudo en lugares comunes y González Harbour recordó que El País cuenta con varios culturales propios, y renegó de los anónimos.

¿Qué características debe tener para ellos un buen suplemento cultural? Blanca Bersategui cree que lo es aquel que logra la credibilidad gracias a buenos textos a cargo de periodistas independientes que saben de lo que escriben y de un panel de críticos lo más libre posible.

Aunque el seguimiento de la actualidad está muy denostado, opina que da la oportunidad de rescatar figuras y de hacer agenda, aunque también defiende la innovación, la atención a los jóvenes creadores y el respeto a la tradición.

Según González Harbour, un buen suplemento cultural no es un púlpito para dar lecciones sino una plataforma para compartir descubrimientos sin amiguismos y, en opinión de Rodríguez Lafuente, lo es aquel que tiene un concepto claro de la cultura contemporánea en toda su diversidad, que evita la autocensura y que puede crear complicidad con sus lectores, animándolos a desarrollar un espíritu crítico y curioso.

Como comentó en el Congreso de Santander, Sergi Vila San Juan ve claro que el periodismo cultural está cerrando un ciclo iniciado en el 75, y que imaginación y pasión deben ser sus bases desde ahora. Avisó a navegantes: no se puede ser periodista cultural a tiempo parcial, la formación es constante.

 

LA CRÍTICA CULTURAL, DISTINGUIENDO ECOS DE VOCES

A esta mesa acudieron Juan Ángel Juristo (ABC), Ángel Basanta (El Mundo) Juan Antonio Masoliver (La Vanguardia) y Javier Rodríguez Marcos (Babelia).

Para este último, la crítica ha sufrido una mutación en lo relativo a su recepción: anteriormente algunas tenían tal poder y llegaban a ser tan demoledoras que podían retirar obras teatrales del cartel; ahora el género ha perdido presencia pero no necesidad, por la criba imprescindible que implican las voces múltiples de Internet y la publicidad. La red multiplica opiniones que antes no se hacían públicas y la crítica –explicó- es importante a la hora de distinguir las voces de los ecos. Cuanta más gente opine, más relevante será la opinión autorizada de quien ha formado bien su criterio (hecho de erudición e intuición), porque el mero gusto, más o menos educado, viene de serie.

El lector espera del crítico que lea y escriba mejor que él: una gran crítica pude persuadirnos para leer algo que en principio no nos atrae. Citó a W.H.Auden en La mano del tañedor para hablar de la misión de la crítica, recuperamos el texto completo: ¿Cuál es la función del crítico? Acercarme obras o autores con los que no estaba familiarizado hasta ahora; convencerme de que he menospreciado determinadas obras o autores porque no los he leído con la suficiente atención; mostrarme relaciones entre obras de distintas épocas y culturas que nunca habría podido descubrir por mi cuenta porque no tengo conocimientos suficientes y nunca los tendré; ofrecerme una lectura de la obra que acreciente mi comprensión de la misma; arrojar luz sobre el proceso de construcción artística, y arrojar luz sobre la relación entre el arte y la vida, la ciencia, la economía, la ética, la religión, etcétera. Los tres primeros exigen erudición, los tres siguientes un grado mayor de perspicacia, cuando las cuestiones que suscita el crítico son nuevas e importantes.

Observa Rodríguez Marcos que las revistas literarias y culturales en general han perdido relevancia frente a los suplementos de los periódicos, y no ve futuro en desligar éstos de sus diarios a la hora de la venta.

Masoliver cuestionó el término crítica: entiende que su función no es criticar sino explicar una obra y determinar a qué tipo de público puede interesar, porque no hay lectores –hablando de crítica literaria- más o menos sofisticados y la misión del crítico no es hacer polvo a un joven escritor, sino desprestigiar a autores de moda a quienes todo el mundo celebra y definir los criterios que justifican la calidad de una obra.

Él busca en sus críticas que haya comunicación con los lectores que buscan estímulos, textos con personalidad (porque está convencido de que el crítico tiene que ser también escritor), informar, escribir bien y divertir, pues el sentido del humor es fundamental en todo.

Como González Harbour, el de La Vanguardia defiende la importancia de la capacidad de revelar, de descubrir autores y editoriales poco conocidos.

Uno de los problemas del crítico, dijo Masoliver, es que no depende sólo de él, sino también del director del suplemento, que determine quizá que no se puede hablar de según qué libros, y de los editores que presionan para hablar de otros, a lo que hay que sumar la presión de los autores en cuestión. No es verdad-aseguró- que el crítico tenga independencia. Otro problema es que el crítico escribe de libros que, habitualmente, nadie más ha leído, está solo, sin posibilidad de compartir impresiones, algo que no ocurre normalmente en Internet.

Juristo comentó que el juicio hace al oficio antipático, y que entre sus desafíos, más que la censura o la autocensura, está hacer frente a las presiones del mercado. También considera esenciales la contextualización y el descubrimiento de nuevos valores, aunque observa que las nuevas generaciones cultivan a veces una narrativa más convencional que la de autores de los 60 y 70, y da importancia a que el lector conozca al crítico.

Basanta distingue dos tipos de crítica: la académica o universitaria y la de prensa o de urgencia, y encuentra semejanzas y diferencias entre ellas, las últimas relacionadas con el tiempo, las obras a tratar y el lector al que se dirigen: el de prensa cultural es un lector muy concreto, más especial que el que lee el periódico generalista. Tiene fe en que siempre habrá una minoría lectora de buena literatura, como la de la poesía, poco comercial pero con un magnífico y fiel público.

La crítica de prensa debe hacer frente a la saturación del mercado, en el que todo va demasiado deprisa, circunstancia que favorece la manipulación.

Según Basanta, el trabajo del crítico requiere conocimientos de múltiples disciplinas, para evitar presentar como novedad lo que no lo es (y casi todo lo esbozó Cervantes). Él también citó como reto el de sobreponerse a la urgencia, que no es sino falta de perspectiva temporal. Le preocupa que por sus manos pase una novela como La saga fuga de J.B y no lo perciba, porque el error es inherente a la crítica, que implica apuestas. Y hablando de éstas, cree que hace falta prestar más atención a las obras escritas en las lenguas autonómicas en los suplementos de difusión nacional y viceversa, a las obras escritas en castellano en los suplementos regionales.

El del crítico es el primer acercamiento a un texto artístico nuevo, y también forma parte de la historia de la literatura, de la que forman parte las obras y sus lecturas, no sólo las primeras en sucesión yuxtapuesta. Juristo también considera la crítica un género literario más.

La crítica debe, para Basanta, constar de información, análisis y valoración, y esa opinión no tiene porqué ir al final. El crítico debe hacer gala de su saber como lector hablando de la estructura de la novela, de su estilo y de la construcción de los personajes, pero también mojarse, contar qué aporta la obra como novedad, aspirar a tener razón asumiendo que puede que no la tenga.

En la mesa también se discutió el futuro de los suplementos culturales, que mantienen para Rodríguez Marcos una “rara vitalidad” a tenor de los escasos ingresos publicitarios que generan. Dan prestigio, no dinero. Juristo prevé la desaparición de periódicos y suplementos culturales de aquí a diez años y la adopción de un modelo como el del New York Art Review, porque la edad media de los lectores de prensa en papel en la actualidad ronda los cincuenta años y Carlos Aganzo, moderador de la mesa y director de El Norte de Castilla, ve posible que puedan subsistir de los lectores en lugar de tener en la publicidad su principal fuente de ingresos, al contrario que el resto de los ponentes, que no cree factible que sobrevivan desligándose de los periódicos que los editan y siendo de pago.

EN EXPANSIÓN ¿FRUCTÍFERA? LA IMPORTANCIA DE LA CULTURA EN EL PERIODISMO EN INTERNET

A esta última mesa acudieron Ignacio Cardero (El Confidencial), Ignacio Escolar (El Diario), Montse Domínguez (The Huffington Post), Bernardo Marín, responsable de la Web de El País y Carmela Ríos, de El Mundo. Ella propuso que los periodistas autoexaminasen cómo consumen información para ser capaces de elegir la mejor plataforma, el mejor canal, formato y horario para contar cada información, desde la creencia de que Internet no corrompe el conocimiento sino que da acceso a él de otra forma.

Carmela tiene la tesis de que las redes sociales son la portada de la portada de los medios, suponen un filtro de cara al lector, no constituyen sólo una plataforma para divulgar contenidos de una web, sino información en sí misma, titulares sobre los que se amplían o no conocimientos.

Montserrat Domínguez también se mostró convencida de que Internet lleva a explorar nuevos modos de comunicar en todos los géneros periodísticos (muy especialmente a buscar legibilidad en el formato móvil), y esto en cultura resulta especialmente apasionante.

Antes los lectores buscaban los medios donde informarse, ahora son éstos los que van a buscar a su público, ya que las grandes cabeceras ya no son tan importantes debido al cariz prescriptor de las redes sociales.

Antes los lectores buscaban los medios donde informarse, ahora son éstos los que van a buscar a su público

La directora del Huffington se refirió a la “infidelidad” de los lectores de hoy: saltamos de un medio a otro independientemente de su línea ideológica o de la credibilidad que nos ofrezca y adoptamos distintos hábitos de lectura según las horas del día. También somos cada vez más capaces de leer formatos largos en Internet, y en la red es especialmente importante que los contenidos culturales puedan compartirse, teniendo mayor éxito en este aspecto, según su experiencia, las galerías de imágenes, sobre todo las dedicadas al arte urbano, porque la cultura es infinitamente más visual ahora que antes.

Internet implica para Montserrat un ejercicio de humildad permanente, de acercamiento al lector. Atienden por eso, en el Huff, la información “light” que la prensa tradicional aleja o aparta, y no han querido eliminar a los prescriptores sino dar voz a personas con algo interesante que contar, en varios blogs.

También han cultivado la relación de contenidos (enlaces a otros medios), una práctica que los medios tradicionales rara vez practican, y utilizan un lenguaje fresco, o más canalla, experimentan con titulares diferentes…

Bernardo Marín también hizo hincapié en la necesidad de buscar y echar el lazo a los lectores allí donde estén en un periodo como el actual en que vamos cada vez menos a los quioscos y a las homes y nos movemos más en buscadores y redes sociales. Ese “picoteo” puede tener sanas consecuencias: siempre es enriquecedor leer medios de distintas tendencias políticas.

Para el responsable de la Web de El País, el periodismo ya es prácticamente digital, el analógico resulta desigual y la brecha entre ambos se está cerrando, pero no debemos perder de vista que las reglas del oficio no cambian y que aún hay mucho que aprender de los periodistas tradicionales.

Sí subrayó que, en el periodismo digital, las imágenes y el sonido son la materia prima con la que trabaja el periodista tanto o más que el texto, no son un complemento.

Mirando hacia el futuro, Ignacio Cardero opinó que los lectores van siempre un paso por delante y que aún no sabemos cómo será el periodismo digital, menos aún en el caso de la cultura. En cuanto a número de lectores, manejó cifras para reflexionar: las cabeceras digitales se mueven entre el millón y los dos millones de visitantes únicos mensuales frente a los 100.000 – 120.000 lectores de los periódicos en papel. Niega que la calidad en la red sea más baja, y tampoco cree que se profundice menos, sino que ese análisis se realiza por otros medios: enlaces, vídeos…, necesarios para fidelizar a quien lee y para hacer un producto original.

Cree que en Internet los medios no deberían tender hacia la generalización sino hacia la especialización y a la información local, a la calidad frente a la cantidad (las exclusivas preparadas con mimo serán difícilmente replicables; no hay tiempo para leerlo todo, así que el público se dirigirá a lo mejor), y ve una utopía que el pago por contenidos sea rentable en España.

Contó Cardero que El Confidencial tardó doce años en tener una sección cultural: los necesarios – dijo- para encontrar al personal adecuado, en referencia a Peio H. Riaño.

Ignacio Escolar también cree que la división entre prensa en papel y prensa digital es falsa, porque a día de hoy el 80% de los lectores de un medio están en Internet y sólo un 20% va al quiosco y comparte asimismo con Cardero y Domínguez la idea de que no tienen sentido los modelos generalistas al uso, porque en Internet no existe la fidelidad.

Junto al resto de personas que pusieron en marcha El Diario (doce, diez de ellos periodistas) se propuso poner en marcha, en un primer momento, “el mejor periódico que pudiésemos pagar” para después conseguir “el mejor periódico que pudiéramos soñar”. Al principio sólo se informaba de política (la cultura ha tardado dos años en llegar) y la vía de financiación de El Diario la constituyen tanto la publicidad como sus socios (11.000), que no pagan por contenidos sino por garantizar la independencia del periódico. Sus aportaciones no superan las de la publicidad, pero sí suponen un apoyo importante, y Escolar los considera su primer cliente.

En su opinión, la cultura en los medios en papel se ha olvidado de las series y los videojuegos, muy consumidos hoy, así que El Diario incluye mucha información sobre esos campos.

Para Escolar, en el mercado de la abundancia en que estamos sumidos, lo más importante es la prescripción, la buena recomendación, y la reflexión, misión de los periódicos. No tiene sentido, en su opinión, trasladar del papel a Internet la dimensión de los artículos, porque en la red funcionan los muy cortos o los muy largos, no los standard de 800-1000 palabras, que no implican ni brevedad ni profundidad.

Cree que nunca ha habido tanto lector de prensa escrita como ahora (papel + web) y que hay que procurar encontrar un punto medio entre atender al cliente-lector y no perder tu rumbo por la audiencia. En palabras de Montserrat, no hay peor artículo que el que no se lee pero no hay que publicar sólo lo que se sabe que va a funcionar. Y esto en Internet se sabe, en papel no se puede medir el éxito de lectores de un artículo concreto.

Hablando de audiencia, no cree en el valor representativo de los comentarios de los contenidos; la participación es amplia, pero la mayoría de esos comentarios los realiza un número pequeño de lectores; el debate está realmente en las redes.

Hay acuerdo entre los participantes en esta mesa en que los blogs culturales no son un síntoma de intrusismo sino una posibilidad de enriquecimiento y de que, como en Internet “el talento flota”, los periodistas jóvenes no tienen qué esperar a recibir una oportunidad.

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