Un almacén con la iluminación imprescindible y un piso impersonal de habitaciones alquiladas en el que duermen inquilinos de nacionalidades diversas son, prácticamente, los únicos dos escenarios en que se desarrolla la película On Falling, el primer largometraje (tras algunos cortos) de la joven cineasta de Oporto Laura Carreira. Ésos son también los espacios en los que transcurren casi todas las horas del día en la vida de Aurora, una inmigrante portuguesa en Escocia que trabaja como picker, preparadora de pedidos, junto a un enjambre de empleados de mil orígenes y circunstancias que comparten techo y luz menguante durante muchas horas, pero apenas se conocen de vista.
Las conversaciones entre unos y otros, las de Aurora y las de todos, serán breves, balbuceantes y repetitivas; jamás personales. Diseñadas para salir del paso, se centran en el tiempo, la comida, la última serie; como mucho en algún pequeño favor económico, porque sus jornadas entre estanterías reciben escasa remuneración. El sueño de una de sus compañeras no es una vida de placer: es trabajar sentada.
Si las charlas van más allá de esos detalles, banales y robóticos, pueden entrar en terrenos pedregosos: cuáles son tus aficiones, qué haces por la tarde. La respuesta será amarga a secas (lo normal, equivalente a nada) o humorística y también amarga (hacer la colada).
La ausencia de dramatismo, el hecho de que ni siquiera se tuerzan los gestos en secuencias como las que implican humillaciones de su empresa (chocolatinas a cambio de productividad, solicitud de donaciones para causas medioambientales a quienes no alcanzan un salario digno) o, sobre todo, el suicidio de un compañero sin nombre cuya hazaña en su tiempo libre era, justamente, poner la lavadora subrayan la crudeza de esta película: podemos suponer que un grito de angustia hubiera significado un desahogo, pero nadie aquí se lo concede. Por anestesia o por saberse derrotado, cuando hasta buscar otro empleo requiere de un tiempo que no tienen.
Casi ninguna de las escenas de On Falling es desoladora en sí misma, pero todas lo son por repetición: el drama está en el bucle y en la asepsia con la que es recibido. Cuando se asientan las acciones que convierten a estos trabajadores en casi máquinas, de personalidad limitada, mantener una conversación fluida equivale a escalar una montaña y Carreira ha sabido retratar con mucho esmero esos ochomiles de la comunicación y el papel del móvil como agujero negro de los escasos huecos libres que las obligaciones dejan.
Todo en On Falling es rutina y anulación de la vida, y todas las ropas y los lugares son metafóricamente grises… hasta que alguien necesita ayuda y encuentra la bondad de los desconocidos, o hasta que la maquinaria, accidentalmente, se detiene.
Carreira emparenta la alienación y la soledad y encuentra en el contacto, en el regreso al bucle de las amistades, la vía de escape. Señala la puerta de salida, pero no afirma ni termina de negar que sea posible. Su primera obra resulta desoladora y preclara, arraigada del todo en nuestra época y en las experiencias de los trabajadores intercambiables. No es la primera vez que este asunto se aborda en el cine reciente (À plein temps, de Éric Gravel; Sorry We Missed You, de Ken Loach), pero sí una de las que más abunda en los efectos personales de la precariedad.