Algo pudo tener en su juventud de la Catherine de Jules et Jim, sus juegos con la seducción y su amor por la libertad, el personaje de Frida que Jeanne Moreau interpreta en Una dama en París, la segunda película del director estonio Ilmar Raag, que contradice aquello de que la vejez es época de sabiduría pero termina afirmando que donde hay vida hay esperanza.
A la acomodada vivienda de Frida en París acude Anna, una emigrante estonia dispuesta a atenderla en sus últimos años y también a dejarse seducir por la ciudad tras una vida de austeridad y sacrificio cuidando a su madre enferma y viendo como sus hijos apenas regresan al nido. Ambas proceden de Estonia, pero Frida escapa de sus orígenes, y también de un pasado “disipado”, mientras Anna no reniega de ellos y trata de contactar con otros estonios en Francia. El trato entre ambas, prácticamente imposible al principio, va ganando enteros con el paso del tiempo al establecerse entre ellas una cierta dependencia, un beneficio, que no es mutuo estríctamente, pero que transforma a ambas, las conduce a un cambio necesario. Su evolución se nos va mostrando, en Frida, en la cada vez menor rigidez de su rostro y de su tono de voz; en Anna, en sus intentos por saber más de la historia de la anciana, por conocer datos que le ayuden a comprenderla, y en esos paseos, con bastante poesía, que da de noche por París descubriendo un mundo nuevo.
La paulatina mejora de su relación, al contrario de lo que ocurre en otras películas sobre amistades irrompibles de difíciles comienzos, se nos narra con un ritmo justo que la hace creíble y que demuestra la sensibilidad estética de Raag, patente también en las irrupciones de un tercer personaje importante, rodeado de cierto misterio, el de Stéphane. Al principio podemos pensar que es su hijo (es él quien se ocupa de contratar a Anne), pero la película nos desvela que, pese a sus evidentes décadas de diferencia de edad con Frida, mantuvo con ella una relación amorosa cuyo fin ella no asume, puerilmente o quizá tratando de aferrarse a los impulsos de una vida que ya se le escapa.
Quedan muchas preguntas y sugerencias latentes en Una dama en París sobre el paso del tiempo, la aceptación de lo pasado, la capacidad de empatía y generosidad…y pese a que parezcan cuestiones muy hondas aquí se tratan con ligereza y matices, con no más dramatismo que el justo y sin dar lecciones. Buscadla.