Natalia quería evitar la vulgaridad de un matrimonio infeliz y lleno de mediocridad, porque la mayoría lo son, pero eso también era un pensamiento demasiado moderno. No todo el mundo lo entiende, igual que tampoco entienden que la tía haya vivido la vida de otra mujer y no la suya, pero estas son cosas que se aprenden a llevar los primeros años, y también son la vida.
De esas cosas que, gusten más o menos, también son la vida, y que casi nunca se dicen pero explican todo – en cualquier parte y más en la familia- está llena Madre e hija, novela que Jenn Díaz publicó hace un par de años en Destino y que nos sumerge en un microcosmos particular que se hace cosmos, a secas y universal, a medida que avanzamos en la lectura y nos damos cuenta de que todos tenemos rasgos de alguno de sus personajes. O de casi todos.
La mayoría son femeninos, porque en esta historia en la que no pasa nada ocurriendo todo nos sumerge Díaz cuando un hombre (Ángel, marido, padre y hermano) fallece y no es ya el centro de la vida de las mujeres de su familia. Al duelo por la pérdida se suma la necesidad de reelaborar las relaciones entre ellas, madres e hijas que son contemporáneas a nuestras madres y abuelas -las de quienes compartimos generación con Díaz- y que se debatieron entre la fidelidad a las tradiciones y costumbres respetables y las dudas, los anhelos de una vida diferente respecto a los caminos trillados que llevaban a muchos a la infelicidad delante de ellas.
Como decimos, la acción es escasa, y los escenarios, contados (habitaciones, jardines): el ritmo de la novela lo marcan los pensamientos, sobre todo, y las palabras, menos. Y en la elaboración de las personalidades de estas mujeres y de lo que les pasa por la cabeza y por las tripas es donde esta autora demuestra un talento fresco y poco habitual, una sensibilidad muy suya, y una capacidad de observación y de atención a lo pequeño que tampoco son frecuentes o no se despliegan con esta claridad. Díaz no se sitúa, como narradora, en un plano temporal o cultural diferente al de Dolores, Gloria, Natalia y Ángela, sino que relata desde los enfoques diversos de cada una – parece una perogrullada, pero no está de más, a veces, recordar, que compartir sexo, generación, nivel social o cultural y ni siquiera sangre no convierte a las personas en intercambiables-.
La autora nos adentra en sus conciencias, sus temores y sus deseos de cambio, muchas veces silenciados y otras, cuando se desbordan, contados en seco, como cuando queremos terminar pronto y no volver atrás. El hombre es un trasfondo, y en torno a Ángel giran muchas emociones malas, buenas y tóxicas, pero ni él, ni algunos amantes posibles, son tan importantes como los sentimientos de las mujeres hacia ellos y hacia sí mismas: aparecen por lo que de ellas nos pueden hacer saber.
Nos gusta de Madre e hija la sencillez en el estilo, el hecho de que Díaz, que lo sabe todo de sus personajes, sepa también guardarles respeto, y el que logre también contárnoslo todo, bondades y miserias, sin perder por eso un pudor (afectuoso) compartido con las protagonistas.