NUESTROS LIBROS: Los buscadores de loto

23/08/2024

Charmian Clift. Los buscadores de loto. Gatopardo EdicionesSí, hay otra comadrona. Vive en la montaña y tiene unas garras largas y negras y un pico ganchudo y prepara pociones a base de hierbas; de cicuta, creo. Si su nombre no es Hécate, debería serlo. Limpia a los recién nacidos (cuando los saca de una pieza) con periódicos viejos.

Hoy, en Hidra no están permitidos los vehículos y la mayor parte del transporte público se realiza, bien en burro, bien en taxis acuáticos, aunque sus habitantes suelen trasladarse a pie por las calles empedradas; hace más de sesenta años, cuando Charmian Clift y su marido George Johnston adquirieron su casa en la isla, ocurría más o menos lo mismo. Buscaban una vida más sencilla y cercana a la naturaleza para ellos y para sus hijos (dos, y un tercero en camino) y un tiempo antes habían probado suerte en Kalymnos, experiencia que Clift plasmó en Cantos de sirena.

Con Hidra hizo lo propio en Los buscadores de loto, un repaso lúcido, entre el humor y la desesperación ligera, a sus vivencias y las de sus vecinos, nativos y extranjeros, en esta pequeña isla del Egeo que, por su geografía, difícilmente ha perdido su autenticidad, pero que ya en ese momento -la novela data de 1959- comenzaba a ser meca de artistas, intelectuales y de algunos pretenciosos sin oficio que dependían gustosamente de la generosidad ajena; también de rodajes de cine un tanto invasores. Por su condición de escritores y por su natural simpatía, la prensa del momento asoció su vida en Grecia con el descanso y la bebida, pero lo cierto es que ni la actividad ni la actitud de esta pareja permiten considerarlos como nada parecido a bohemios holgazanes: se emplearon a fondo en la reforma de su casa, no abandonaron sus jornadas de trabajo establecidas y en la década que vivieron en este lugar de las manos de los dos, Johnston y Clift, salieron dos libros de viaje y catorce novelas. Además, afrontaron el enorme reto de residir fuera de sus mercados naturales y de cubrir necesidades con las escasas sumas que los derechos de autor les rentaban en tres países distintos con sus respectivos regímenes tributarios; sus ingresos no eran, por tanto, regulares y diariamente peleaban con la incertidumbre, aspecto casi continuamente presente en este libro, pese a ello, como dijimos, luminoso y divertido. Ella llega a afirmar, agazapada en un rincón de su casa, una cita que conmueve por lo que tiene de asimilación de la desesperanza: No es la pobreza lo que importa, sino la certeza de que uno seguirá siendo pobre.

Hidra, sin embargo, les ofrecía la ventaja de que esa inestabilidad en las ganancias era algo más llevadera: por el coste menor de la vida y porque era comprendida por los locales, que convivían con población en situaciones parecidas y, en ocasiones, prestaban a crédito. En todo caso, su mudanza a esta isla, llegados ellos de conservadores ambientes urbanos de Australia donde gozaban de empleos más o menos estables y arrastrando a sus niños, los más felices aquí, tuvo mucho de libre aventura con evidentes claroscuros: hubieron de amoldarse a la precariedad en los suministros caseros, a la vida sin secretos en una población pequeña, a los continuos consejos no demandados de sus vecinos, a la posibilidad de un parto complicado con asistencia escasa… temores ocasionalmente salvados por un sol y un agua clara que cada día se empeñaban en iluminar sus vidas, un mar que invitaba a nadar y a volar a la vez (Pero qué bien sentaba estar viva y tumbada al sol; qué fantástico y libre era lanzarse desde la roca más alta sobre el borde de la cueva, incitando a tus brazos extendidos a sostenerte arqueada en el aire. Era un día para intentar lo irrazonable, hasta tal punto parecía fácil, tan a su alcance, desafiar las leyes de la gravedad).

El desafío, arduo y placentero, tuvo un desenlace casi tétrico, que esta novela no alcanza a narrar (Johnston fallecería de tuberculosis, Clift se suicidó poco después de regresar a su país), pero ese final no empaña las conquistas que alcanzaron en un deseo de sencillez y libertad de las que la autora da cuenta, en una trama vertebrada en doce meses y atenta a las estaciones, en este volumen que el año pasado editó Gatopardo, con traducción de Patricia Antón. Para Clift, el sol mediterráneo no dejaba lugar a engaño y reparaba: Creo que ninguna belleza ha sido nunca tan auténtica para mí como esta belleza de rocas y mar y la de las montañas que emergen entre uno y otro azul, con la única presencia en sus faldas de las austeras terrazas blancas de unas casas simplificadas hasta la más pura geometría de planos y ángulos. Me da la impresión de que también nosotros nos hemos simplificado, viviendo aquí, como si el sol hubiera abrasado la lanosa pelusilla de nuestras confusiones individuales: los deseos a medias perseguidos con vacilación, los miedos a medias que nunca se vencen del todo, los logros parciales que medio rechazamos desde un perplejo descontento. Al despojarnos de tanto, nos vemos reducidos a nuestros seres más elementales, más ligeros y más libres, pero no más empobrecidos, puesto que solo nos hemos despojado de unas cuantas ridículas y pequeñas vanidades.

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