¿Quién no arrastra algún misterio en su biografía? Hay detalles que se pierden en la noche de los tiempos y es mejor así: terminar de entender las cosas vuelve rígida la mente.
Allá por 2017 Anagrama nos trajo una novela breve de María Gainza, crítica de arte argentina que ha trabajado en medios como ArtNews y Artforum, que apenas necesitaba 150 páginas para sugerir la cercanía íntima y posible del arte con las vidas de todos, las de cualquiera. En este tiempo, El nervio óptico ha alcanzado las quince ediciones, más bien discretamente pese a sus buenísimas críticas, seduciendo con sigilo, que quizá sea la mejor forma de atracción.
Sus once capítulos, que podrían leerse de forma independiente al constituir relatos autónomos, enlazan vivencias personales de la autora, su familia y sus cercanos, desde la infancia hasta el momento presente y siempre tamizadas por la mirada creativa de Gainza, con su concepción de determinadas obras de arte a las que, por razones igualmente vitales, se ha sentido próxima; no existen distancias entre los lienzos y sus experiencias, como no la hay entre los vaivenes de las trayectorias de los artistas de los que nos habla y las peripecias vitales de sus amigos o de sí misma. Nada tienen de nuevos los motivos de nuestros quebraderos de cabeza y, a veces, quienes mantuvieron nuestras dudas, compartieron nuestros defectos o padecieron nuestra enfermedad tomaron un pincel y han alcanzado los museos. El buen encuentro con sus imágenes lo describe sabiamente como un enamoramiento: En la distancia que va de algo que te parece lindo a algo que te cautiva se juega todo en el arte y las variables que modifican esa percepción pueden y suelen ser las más nimias.
Las referencias cultas son constantes, pero en ningún momento la autora apabulla con ellas al lector, sino que nos conecta, de forma fluida y casi natural, con quienes hoy solo habitan los libros y las colecciones pero no son, por eso, del todo pasado. Así, las escenas de caza de Alfred de Dreux se enlazan con la trágica muerte fortuita de una amiga a causa de una bala perdida en un castillo en el campo francés y los supuestos fantasmas avistados en la representación de la Batalla de Yaraytí Cora por Cándido López, con el espíritu herido del bohemio Charly, excuñado de su marido. Las ruinas misteriosas de Hubert Robert, con algo de premonitorio, vinieron a su memoria al recordar el incendio de su casa de niña y ese lema constante entre ciertas capas de la sociedad de su país: Este país se va a prender fuego; al igual que el Mar borrascoso de Courbet, que ella define como la vida con todo su penacho estridente, una imagen oceánica con más naturaleza que arte, aparece ligada a sus primeras visitas adolescentes a las playas de Mar del Plata.
Como decíamos, en las apreciaciones de Gainza de la pintura y la vida no se establecen fronteras que los desliguen, y tampoco hay academicismo ni lecturas unívocas en El nervio óptico, solo y nada menos que una recopilación de divagaciones ricas sobre la creación y el día a día, de miradas tan entrenadas como abiertas a lo inesperado, desprejuiciadas y lejos del canon.
Podemos leer (y leeremos) más de María Gainza: se han publicado también La luz negra, una novela sobre falsificadores artísticos; Una vida crítica, recopilación de sus textos sobre artistas y Un imperio por otro, su primer libro de poesía.