NUESTROS LIBROS: El expreso de Tokio

09/05/2011

Seicho Matsumoto. El expreso de TokioSeicho Matsumoto fue un muy prolífico escritor japonés que conoció casi todo el siglo XX: no comenzó a publicar hasta que pasaba de los cuarenta, pero desde entonces y hasta su ancianidad (sus últimas obras datan de 1989 y falleció en 1992) alumbró varias decenas de novelas, algunas llevadas al cine.

Empezó a trabajar como periodista sin haber recibido una educación formal y quizá esos inicios tengan que ver con el hecho de que El expreso de Tokio fuera una novela por entregas: vio la luz en 1958 y fue muy bien acogida, éxito que se repitió cuando fue reeditada como libro único.

Junto a El castillo de arena, puede que su mejor obra, La chica de Kyushu y Un lugar desconocido, El expreso es una de sus creaciones editadas por Libros del Asteroide, todas traducidas por Marina Bornas. Su terreno es el género negro y en él se maneja con precisión quirúrgica, hasta el punto de que, sobre todo en el arranque de este relato, la suya parece una escritura científica, por sencilla y directa. En sus narraciones no existe rastro de ambigüedad: el misterio, y el punto fuerte de su literatura, reside en la información que en cada capítulo elige no aportar; en la buena dosificación. Por lo demás todo es limpieza.

En Kuyshu, la isla de aquella chica de su otra novela, al pie de una playa fría y poco transitada, aparecen los cadáveres de un funcionario ministerial y de una camarera de cuyas vidas privadas se conoce poco. Las pistas apuntan al suicidio de ambos, pero no se tiene constancia de que los uniera ninguna relación hasta aquel día y sí se sabe que él podría aportar un testimonio clave en un caso de corrupción política a punto de destaparse.

La ausencia de más información alarmante hacía de este caso carne de archivo, pero conforme a los viejos esquemas del género, un héroe policial lo impide: Jutaro Torigai. Y sus pesquisas tenaces, continuadas por el subinspector Mihara, componen la mayor parte de la trama: una y otra vez las búsquedas se estrellan contra un muro, una y otra vez su intuición y sólo ella le lleva a no abandonar.

No será difícil que el lector tenga la sensación de que mueve a Mihara algo parecido a la obsesión: los motivos de su duda son pequeños gestos extraños de un empresario conocido de ambas víctimas que podrían tener un significado o no tenerlo. Incluso podría Matsumoto haber orientado su texto por ese camino, el de la ilusión paranoica de motivaciones criminales donde no las hay. Finalmente, y por eso es uno de los maestros canónicos del género, al que se ha comparado una y otra vez con Georges Simenon, todas las piezas encajan milimétricamente, en un ejercicio de ensamblaje que roza el prodigio.

Y tras el crimen subyace un interés: efectivamente relacionado con la ocultación de la corrupción. Esa es una de las claves de la literatura de Matsumoto, que le aportan una gran originalidad: la referencia a contextos políticos y sociales; la crítica nunca explícita, pero sí clara, del malhechor institucional que encuentra el modo de que otros paguen por sus fechorías. Y casi, sólo casi, de salir indemne.

Otro de sus talentos es la recreación de ambientes por la vía de la descripción y del uso maestro de lenguajes informales y más medidos: los de los restaurantes populares, los trenes bulliciosos, la soledad del hotel o los pasillos de la administración. Todo en esta historia es puntual y llega en hora, salvo la muerte inicial de los que se envenenaron como amantes sin serlo.

Seicho Matsumoto. El expreso de Tokio

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