NUESTROS LIBROS: Dos vidas

26/01/2023

Dos vidas. Emanuele TreviLa literatura halla su razón de ser en la negativa a generalizar: siempre cuenta la historia de “esta” persona, encerrada en su unicidad, artífice y prisionera de su singularidad. Y, por tanto, cuando habla de una enfermedad, tiene que convertirla en una enfermedad sin nombre, la única digna de esa irrepetible combinación de destino y carácter, contingencia y necesidad que da vida a un personaje.

Rocco Carbone fue un escritor y crítico literario, experto en la figura de Giovanni Verga, que durante un tiempo colaboró con cabeceras italianas como La República, La Unidad o Il Messaggero; Agosto es su obra más conocida, y Pia Pera, escritora como él (Aún no se lo he dicho a mi jardín, El huerto de una holgazana), fue también traductora de clásicos rusos. Ambos fallecieron tempranamente, aunque con ocho años de diferencia (en 2008 y 2016), y compartieron amistad entre sí y con Emanuele Trevi, quien en 2021 obtuvo el Premio Strega por una novela que dedica a los dos y a la naturaleza, sencilla y cambiante, de sus relaciones: Dos vidas (Sexto piso, 2022).

Su texto los trae a la memoria, pero no tanto para hablarnos de sus biografías sino para retratarlos desde la mirada del amigo; de quien trata de entender quiénes fueron y dónde se encuentran sus huellas tras haberlos perdido; en un caso abruptamente (Carbone falleció en un accidente de tráfico en circunstancias algo confusas, poco después de haber hablado con Trevi) y en otro tras la pena lenta de una enfermedad degenerativa (Pera padecía ELA, y en sus libros últimos se refirió a su vivencia de la enfermedad y a la paz y la sensación de acogimiento que encontraba entonces en el jardín de una finca heredada).

La amistad como forma de relación familiar en la que no median compromisos no elegidos, y amorosa pero de mucho más suaves demandas, era ya el centro de obras anteriores de este autor, como Algo escrito, pero seguramente con más claridad en este libro seguir los pasos de sus dos amigos, tratar de comprender sus emociones, las mansas y las agitadas, y sobre todo fijarse en el camino de su apego, con sus tiempos de distancia y de contacto casi constante, le sirve para probar que explorar sus vínculos con ellos y encontrar formas de relatarlos es también una senda para explicarse a sí mismo; lo que narra es compartido y a los tres atañe (además de a los lectores, porque, como apunta el italiano, no hay caso particular donde otro, en alguna parte, no pueda dar con una forma de reflejo). Hay algo suyo, en definitiva, que brota al recordar a sus compañeros y que no hubiera hecho acto de presencia, no hubiera emergido, de no haber iniciado ese ejercicio de memoria.

Son muy distintas las personalidades de Rocco y Pia, el primero expansivo y torturado, nunca reconocido como quisiera y obsesionado por encontrar en su escritura las palabras exactas que hicieran imposible la ambigüedad, una tarea hercúlea o imposible. Pia, sensible como él, caminaba más ligera; era sabia sin abrumar y se la describe irónica y entera frente a los pesares. Deduce Trevi al calor de la narración que buscaban ambos, por caminos parecidos (la literatura) pero con pasos distintos, formas de exorcizar sus dolores, de lograr felicidades momentáneas, porque, como apunta una cita de Cristina Campo en el inicio, ser felices es lo terriblemente difícil, lo extenuante: es como llevar en equilibrio sobre la cabeza una preciosa pagoda, hecha de vidrio soplado que, sobre todo a Rocco, se le caía con frecuencia y con estrépito.

Hay nostalgia en el relato de Trevi, pero no conduce en el texto hacia ninguna parálisis ni a la recreación en lo pasado: más bien logra que un determinado modo de aproximarse a Rocco y Pía no quede perdido; que lo que pervive de su vínculo con el amigo, solo la memoria, tenga palabras de quien ahora puede darlas.

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