Solo ha dirigido hasta ahora dos películas, pero mucho nos sorprendería Fernando Franco si la tercera fuera una comedia pura o un filme que tocara temas sentimentales desde el enfoque de la dulzura. En Morir repite actores respecto a La herida (Marián Álvarez y Andrés Gertrudix) y también clima emocional, porque ambas hablan de la enfermedad –mental en un caso y física en el otro– y del papel confuso, complicado y poco reconocido, en la intimidad y en lo público, de quienes acompañan a quienes la padecen. Lo hace con voluntad de realismo, pero no de drama.
Álvarez y Gertrudix dan vida a una pareja joven, bien avenida y aparentemente feliz, que se ve sacudida por la enfermedad terminal de él. Va a morir, ambos lo saben, y desde el momento del golpe que supone la noticia, su relación asentada se va resquebrajando, muy poco a poco, primero en forma de desavenencias dominables, de mentiras contadas para ganar momentos de soledad, y luego en forma de hostilidad y celos, naturales y antinaturales: porque no habrían llegado de no estar la muerte rondando y porque, seguramente, no hay muchos que mantienen el carácter templado, o simplemente la personalidad que solían mantener en vida, siendo conscientes de que están en tiempo de descuento. En el caso de Luis, el personaje interpretado por Gertrudix, el cambio lo hace posesivo, malhumorado, un vampiro emocional.
Muchos cuidadores de enfermos terminales podrán verse, por eso, reconocidos en el personaje de Marta, por su entrega altruista a cambio, no ya de agradecimiento, sino ni siquiera de respeto. Vivir esas circunstancias y comprender que el enfermo con quien tratas no es ya la persona con quien trataste, no del todo, es un proceso largo y triste al que pone cara Marián Álvarez, prácticamente durante toda la película y con la solidez que ya mostró en La herida. Ella vive un calvario paralelo al de él, y su infelicidad, sus esfuerzos por mantenerse entera ante los desprecios de Luis, forman parte de su acompañamiento, de su fidelidad.
No obstante, el eje de la película no es tanto la evolución triste de su relación de pareja como la reacción propia y de los seres queridos ante la muerte, un asunto un tanto dejado a un lado en el cine actual, y quizá aún más en el español.
La austeridad en Morir –título perfectamente elegido, dejando al margen criterios comerciales– está en los paisajes del norte y los cielos nublados y también en los diálogos justos, porque las muchas emociones de los protagonistas van, sobre todo, por dentro y se encuentran en constante evolución, compleja y desgarrada. Todo es sencillo por fuera y dificilísimo por dentro.