Unas semanas después de La estación de las mujeres, llega a cines un nuevo filme dedicado a la denuncia de la situación social india, esta vez sin centrarse en la discriminación femenina y el ámbito rural, sino pintando un fresco general rico y desalentador del que se consigue extraer un cierto mensaje de esperanza.
Neeraj Ghaywan nos presenta en Masaan las historias paralelas y absolutamente veraces de Devi, una chica inteligente y trabajadora a la que la policía y la justicia hacen la vida imposible por el mero hecho de citarse con un chico en un hotel (en India es un delito el sexo fuera del matrimonio), y de Deepak, un joven de una familia humilde que trabaja en la quema de cadáveres a orillas del Gangés y que se enamora de una muchacha de clase social superior con las dificultades que eso conlleva, no solo en cuanto a la aceptación familiar, también en su propia relación.
Ambos transmiten fuerza y deseos de superación, voluntad seria de escapar a sus desgracias, en un entorno que les pone todo en contra y que contrasta absolutamente con su tesón individual. Pocos aspectos de la desigualdad india quedan sin apuntar en Masaan, que se llevó el Premio FIPRESCI en el Festival de Cannes del año pasado: la explotación infantil, la corrupción de la justicia, el sometimiento a las mujeres, la muy escasa porosidad social y el peso opresor de tradiciones anacrónicas en un país que se debate aún entre dos mundos.
Uno de los puntos fuertes de la película, junto a su valor como documento histórico, es precisamente ese reflejo social con sus luces y sus sombras, ese introducirnos en las escenas diarias de Benarés con nula impostura: junto a los actores protagonistas, que realizan un magnífico trabajo, no encontramos extras sino gente real que no realiza acciones demasiado distintas a las de su complicada existencia cotidiana. Pura vida.
Puede resultar un tanto forzado que las historias, y los personajes, de Devi y Deepak se crucen en un desenlace con sabor más o menos optimista, pero probablemente fuese esta la manera de subrayar que la fuerza de los individuos (ambos, además, se han formado y son trabajadores competentes) puede ser la herramienta viable para dejar atrás un sistema político, social y de valores castrador.
La mirada profundamente crítica de Ghaywan hacia ese sistema que embrutece a las personas se combina en Masaan con otra mirada respetuosa y conmovedora hacia quienes buscan salir adelante sin atajos ni chantajes: el niño que trata de recoger dinero para su patrón cuando él mismo apenas tiene para comer, el padre que hace lo imposible por salvar la honra de su hija, la hija que escapa de un empleo donde un compañero la trata con machismo o el chico humilde que estudia a conciencia para ser aceptado por la familia de buena posición de su novia. Conviven en la película la brutalidad y la belleza en crudo.