Infeliz, abandonada y despechada, víctima de una vida trágica que acaba con un posible suicidio… Los clichés y rumores que han rodeado, durante su vida con fiereza y después con persistencia, a María Callas son los que solo puede suscitar (y resistir) alguien de personalidad poderosa y lo bastante inteligente para mantener en torno a sí un trabajado misterio.
Tom Volf, el director de Maria by Callas, ha tratado de adentrarse en ese enigma, guardando pudorosas distancias pero también iluminando zonas oscuras. Lo ha hecho recuperando la voz de la cantante a través de entrevistas y cartas (a estas últimas las pone voz Fanny Ardant), pero también sus imágenes desconocidas, mostrándonosla entre bambalinas, recogiendo sus gestos de cansancio o desconfianza ante la prensa y sus momentos de felicidad franca y relajada, sola o acompañada, en su casa o en el mar. También la alegría sincera, un punto conmovedora, que es evidente que experimentaba al sentirse querida por el público.
Si cuarenta años después de su muerte no ha habido soprano cuyo aura y misterio pueda equipararse a los de la Callas, se debe, además de a su talento evidente -un talento nacido tanto de la naturaleza como del esfuerzo y la constancia, como bien subraya su maestra española Elvira Hidalgo- a su poco frecuente capacidad interpretativa, a un titánico perfeccionismo y a su magnetismo. Por su origen de clase media, su timidez, sus muy supuestas y cacareadas debilidades y malas fortunas… cualquiera podía identificarse con la Callas; su don arrollador la situaba, sin embargo, lo bastante lejos del resto de mortales como para convertirla en mito.
Volf nos descubre a una Callas llena de aplomo, que se conoce bien, que no hubiera dedicado su vida entera a la música de no ser por las ambiciones de su madre y su marido, Meneghini; que cree sin fisuras en que no hay escapatorias al destino y que no se victimiza; de hecho, cree que debería repetirse más a menudo que es feliz. También a una Callas fruto de su tiempo, tradicional, a quien le hubiera gustado formar una familia feliz porque considera ese camino el propio de una mujer… aunque no el de ella.
Desde la entrevista que abre el filme, este se articula combinando a María y a la Callas, retazos de su imagen pública y fragmentos de su esfera privada: ella misma confesaba su empeño por conjugar ambos roles, buscando un equilibrio costosísimo.
No hay en este documental un narrador, y tampoco se ha consultado a los conocidos de Callas más allá de la citada Elvira Hidalgo y de su buen amigo Pasolini, que, consciente de su capacidad interpretativa, la invitó a rodar con él Medea. Pero son muy reseñables, por más que sean breves, los dos o tres testimonios de jovencísimos seguidores que esperaron horas, con mantas en la acera, para poder asistir a su tardío regreso a Nueva York tras una tempestuosa salida de la Metropolitan Opera House. No parecen tener más de veinte años y explican por qué la Callas bien merece una noche en la calle con una fluidez y una profundidad dignas de periodista especializado; la pasión mueve montañas.
Siendo escasos, por tanto, los testimonios de terceros, el eje de Maria by Callas son las propias palabras de la cantante, sobre todo las recogidas en una entrevista, hasta ahora inédita, que concedió a David Frost, amigo suyo y de Aristoteles Onassis, en 1970. Se muestra sincera, segura, libre, muy consciente de lo bueno y malo de su vida y del poder didáctico del dolor: a nadie le viene mal soportar ciertas penurias…
Huelga decir que, aunque no constituyan el centro de la propuesta de Volf, algunas de las mejores interpretaciones de Callas están aquí: escuchamos Madame Buterfly, el Casta Diva de Norma o La Habanera de Carmen, y a menudo la elección de unas y otras piezas tiene que ver con el momento vital de la artista al que se refiera esta obra. La música hace nuestras sus emociones.