Mariana (Antonia Zegers) parece una mujer rica y de vida resuelta, alguien no expuesto a los temporales cotidianos y no forzado a tomar decisiones importantes. Porque se las roban: nada más presentárnosla Marcela Said en Los perros, sabemos que tanto su padre como su marido tienen con ella una actitud paternalista, condescendiente, invasiva y, en algún caso, abiertamente agresiva. No lo sabemos a ciencia cierta, pero podemos intuir que aprender a montar a caballo es una de las pocas decisiones que ha tomado por sí misma y que le sirve para descargar frustraciones.
Su profesor de equitación se revela pronto como un personaje turbio, a veces apacible y otras autoritario (y qué otra cosa podíamos esperar, a estas alturas, del Alfredo Castro de Desde Allá o El club). Sin entrar en detalles, porque no es el propósito de la película hacer historia y sí explorar el peso del pasado en el presente, averiguamos que este individuo, el coronel Juan, desempeñó un rol en la dictadura de Pinochet lo suficientemente oscuro como para ser procesado, condenado y muy increpado en la puerta de su casa. También conocemos que el propio padre de Mariana tampoco mantuvo entonces una conducta ética, y que en la familia de su marido, quien pretende alejarla de Juan, hay igualmente militares en la cárcel por su participación en la dictadura argentina.
Sumergida en un ambiente en el que las fronteras entre lo moral y lo cruel no están claras y la autojustificación egoísta campa a sus anchas, Mariana profundiza en su relación con el coronel. Lo hace con la libertad un tanto ingenua de quien juega sin temer y se adentra en mundos complejos hasta ahora vedados, probablemente conjugando la curiosidad y la despreocupación habituales en quien no ha padecido problemas demasiado graves y el deseo de distanciarse de su familia y su pareja, de desafiarlos.
La situación, por supuesto, estalla, y transforma a Mariana y a su entorno, pero la propuesta de Said va más allá del relato personal: plantea la dificultad de disociar, en la esfera pública, el pasado y el presente, y en la personal, el talante cortés de la ideología radical y violenta. También la vigencia de responsabilidades y culpas décadas después de los hechos, las opciones de la justicia para hacerles frente, la pervivencia de un machismo que, desde luego, escapa a clases sociales, y, sobre todo, el misterio humano que hay en quien hizo, quien juzga y quien trata de entender.