Dos décadas llevaba David Fincher preparando el proyecto de Mank, su último filme, recientemente llegado a cines y a Netflix, pero su empeño por realizarlo en blanco y negro frente a criterios más comerciales fue dejándolo aparcado. Hasta ahora, diecisiete años después de la muerte del padre del cineasta, Jack Fincher, que fue quien escribió la película, planteada con claridad como homenaje a los guionistas, sobre todo a aquellos, relegados, a quienes no se reconoció lo suficiente su labor.
Mank es Herman J. Mankiewicz (hermano de Joseph), guionista de Ciudadano Kane (en los créditos, junto a Orson Welles), que también participó en la escritura de Los caballeros las prefieren rubias y que se opuso al delirio nazi hasta el punto de que Goebbels presionó a la MGM para que se eliminara su nombre de los títulos de crédito si se pretendía que sus obras se estrenaran en Alemania. El alcohol tuvo que ver con su ocaso, pero su influencia no mermó la calidad de sus trabajos.
Por razones obvias, la primera referencia de Fincher ha sido la propia Ciudadano Kane; ambos filmes nos muestran a hombres batallando contra sus demonios (a veces remando a favor de ellos) en pos de lo que parecen imposibles: la escritura de un guion en fecha y la paz consigo mismo, respectívamente. Y conforme avanza la trama de Mank, descubrimos también las figuras inspiradoras de la de obra de Welles, además de al mismo director (Tom Burke): el todopoderoso William Randolph Hearst (Charles Dance), capaz de comprar almas, y su amante y protegida Marion Davies, cuya supuesta personalidad tendente a la comedia es encarnada con brío por Amanda Seyfried.
En cualquier caso, solo hay aquí un protagonista y es el guionista genial y entrañable, bebedor, desordenado y generoso, que interpreta un Gary Oldman virtuoso, y escribe postrado en la cama no lejos de la botella. Frente a la versión oficial de que el guion de Ciudadano Kane es obra compartida de Wells y Mankiewicz, dado que el primero introdujo numerosos cambios en el libreto que el guionista le entregó, Fincher se abona a la creencia de que a Hermann le debemos su autoría casi plena.
El relato combina la trabajosa y lenta escritura del guion, proceso tejido de discusiones a varias bandas, con flashbacks que nos ayudan a construir la personalidad de Mank a la luz de su pasado tratando de abrirse camino en Hollywood; un pasado que, a su vez, es indirecta e inevitable fuente de inspiración de la propia historia de Kane cuando Mank va vertebrándola. Así, lo pasado nutre lo presente del mismo modo que el cine de los cuarenta alimenta de forma muy evidente lo último de Fincher: hay que recordar que los flashbacks eran constantes en el planteamiento de Ciudadano Kane, si bien el diálogo entre el ayer y el hoy resulta menos original… en la más contemporánea de las obras.
El Hollywood al que nos traslada Mank, a la vista está, solo era dorado en la superficie, quedando el polvo entre bambalinas, pero en cualquier caso la película mantiene constantemente vivo un halo de elegancia y clasicismo. Se evita el error maniqueo de ensalzar en exceso o demonizar a los sospechosos habituales, las puestas en escena han sido extremadamente cuidadas para replicar las atmósferas de las décadas de los treinta y los cuarenta y el trabajo de los actores es brillante; Oldman sabe transmitir genialidad, ternura y desastre en un equilibrio sobresaliente.
Es posible echar de menos originalidad en cuanto al tratamiento del género del biopic, pero Fincher no ha perdido en absoluto capacidad de seducción.