Los destellos: otras formas de amor

09/10/2024

Los destellos. Pilar PalomeroPilar Palomero no ha dado puntada sin hilo desde que en 2020 presentara su primer largo, Las niñas, el recuerdo de una infancia en los ochenta; dos años más tarde llegó La maternal, sobre la vida cotidiana en un centro de madres adolescentes que se preparan para adentrarse en terrenos adultos; y el pasado fin de semana, manteniendo ese lapso temporal de dos años, estrenó en salas Los destellos, el filme donde ha consolidado los códigos de su cine, de temas humanos, enfoque íntimo y una gran soltura en el manejo de los ritmos y de los silencios y en la transmisión de emociones con medios sencillos, aspecto este último fundamental en su película más reciente.

La trama de la obra se basa en la reunión, muy paulatina, de una antigua pareja que no se ve ni mantiene contacto desde hace más de una década, la formada por Isabel y Ramón (Patricia López Arnaiz y Antonio de la Torre), cuando al último de ellos le quedan jornadas escasas para fallecer a causa de una enfermedad terminal, un mal que el espectador no conoce porque no ha de aportarle información valiosa; tampoco sabremos las circunstancias en que su relación se acabó, que se adivinan difíciles aunque no terriblemente traumáticas. Ella comparte ahora su vida con un profesor de música y él vive solo: necesita ayuda y, en un principio, la hija de ambos, Madalen (Marina Guerola), parece la única dispuesta a proporcionársela.

En un inicio por atención a ella, y después intuiremos que por propia convicción, acude Isabel a atender a Ramón: comienza entonces en los dos, pero sobre todo en ella en este filme, que adopta su punto de vista, un proceso que transita desde el rechazo y la molestia al reconocimiento y el cariño hacia el enfermo, cuya situación, esos últimos días, le hará entender de forma diferente tanto su pasado común como un presente y un futuro que ya solo le pertenecen a ella. De esa evolución toma conciencia el espectador a través de sus miradas, de detalles extremadamente medidos, como el progresivo paso de unos y otros personajes desde el quicio de la puerta al interior de las habitaciones, y de un guion, elaborado por la propia Palomero a partir del relato de Eider Rodríguez Un corazón demasiado grande, en el que no existen fallas ni por exceso ni por defecto. Podremos tener la sensación de que no mucho más callaríamos ni diríamos nosotros en las mismas circunstancias.

Aunque el peso interpretativo en Los destellos recaiga fundamentalmente en López Arnaiz y en la expresividad de sus primeros planos, las respiraciones agitadas y serenas de De la Torre, y su aceptación lenta pero agradecida de la presencia de otros en su intimidad, desempeñan un rol muy importante en el desarrollo de la película, junto al impulso vital y generoso del personaje de Guerola, que en un momento dado realiza una lectura muy delicada de un fragmento de Platero y yo capaz de unir a sus padres en algún punto del espacio y del tiempo. Otras secuencias esenciales serán el baile de la propia Madalen con su padre en la cocina, al ritmo del A tu vera de Lola Flores y en las horas previas a una muerte tranquila (recordaremos otra danza paternofilial con comida familiar de fondo, la de El sur de Víctor Erice) y la charla cálida que un equipo de profesionales dedicado a ayudar a transitar a los enfermos hacia su fallecimiento mantiene con Ramón. No son actores, sino trabajadores reales, y su conversación no responde a un guion, de ahí que todos quedemos encandilados cuando uno de ellos haga ver a esta familia que la conciencia de la muerte hace la vida más interesante.

En solo tres películas ha gestado Palomero una manera de hacer cine muy particular -que no se pierde ni en detalles superficiales ni en asuntos menores y que, por eso, no necesita incidir en gravedades-, y conseguido que sus filmes, quizá sobre todo este último, dejen un poso poderoso y difícil de describir.

Los destellos. Pilar Palomero

 

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