A mediados de 2014 se debatía en el Parlamento italiano el posible cierre de las residencias psiquiátricas mientras la situación económica del país preocupaba a algunos hasta el desquicie. Aquella controversia y el precedente crítico de El capital humano inspiraron a Paolo Virzi a vertebrar Locas de alegría, la aventura con forma amable y fondo amargo de dos internas en una de esas residencias, una clínica en un entorno paradisiaco, atendida por profesionales empáticos, en la que pacientes con enfermedades de gravedad muy diversa tratan de recuperarse.
La locura de las dos protagonistas (una Valeria Bruni Tedeschi en expansión y Micaela Ramazzotti recluida en sí misma) es literal y no tanto; evidentemente necesitan recurrir a la medicina, pero la suya es una de esas tristezas sin asideros, sin fecha de principio ni fin pero con causas trágicas y muy justificadas: la soledad, la ausencia de cobijo ni familiar ni sentimental, la suma de pesares sin espacio para la calma… el cansancio de vivir, como finalmente reconocen las dos. Si una se refugia de su pena en una alegría que es incapaz de canalizar y en mentiras y delirios de grandeza que le dan placeres breves, la otra lo hace en su propia nostalgia y en el deseo de recuperar, un día, al hijo del que perdió la custodia.
Las personalidades de la una y la otra apenas se acercan, pero quizá por eso se convierten en algo más que amigas íntimas: en consuelo mutuo, casi en ayuda imprescindible, quizá porque solo quien está en situación parecida a quien padece males psicológicos de este tipo puede proporcionar este tipo de comprensión que no demanda ni juzga y que consiste solo en acompañar. Su unión les permite encontrar cierto rumbo en sus constantes huidas sin destino, sus intentos por escapar, en el fondo, de sí mismas.
Las historias de ambas, y la mutua, son profundamente tristes (de una tristeza seria), pero Virzi ha tenido el acierto de trasladárnoslas desde la ternura y el humor, dando por hecha la inteligencia del espectador para comprender el fondo trágico de sus vidas sin mostrar ningún patetismo evidente. Quizá no porque el tema mueva a la chanza, sino porque la naturaleza humana puede ser realmente graciosa. La risa en las escapadas de Beatrice y Micaela es inevitable, tanto como obvia es la dificultad del camino que las dos tienen por detrás y por delante.
Ambas son tóxicas y la personalidad de ambas atrapa, porque su locura puede ser ambigua y cuestiona lo que entendemos por cordura. Virzi lo declaró en la pasada Seminci, donde Locas de alegría obtuvo la Espiga de Oro: Atención, que en este mundo te conviertes en loco en un momento.
El toque realmente sentimental nos espera en el desenlace, que no conmueve menos por más que podamos anticiparlo.
Aunque Micaela y Valeria, sobre todo esta última, se merienden casi al completo la película los tipos con los que se cruzan dan para trazar un análisis psico o sociológico de una sociedad de norte un tanto perdido (sus padres, sus amantes y conocidos son casi invariablemente egoístas o hipócritas y la bondad la acaban encontrando en desconocidos). Como en El capital humano, Virzi no da puntada sin hilo.