Las herederas empieza en penumbras y en penumbras avanza hasta su desenlace: uno de los grandes valores de esta película paraguaya consiste en el talento del director, Marcelo Martinessi, para mantener vivo el misterio, el silencio y una atmósfera cargada de secretismo y pesares en esta historia sobre los últimos compases de la pareja formada por Chela y Chiquita. Son los últimos eslabones de familias de Asunción que fueron pudientes y que ahora venden sus muebles para seguir adelante, pero no han podido prescindir de su criada, torpes a la hora de hacer frente a la intendencia diaria. Son reseñables las secuencias en que Chela, la más insegura y solitaria de las dos, se esconde mientras los compradores visitan su casa junto a la sirvienta, para no alimentar su vergüenza, y entendemos que crece y se reta a sí misma cuando decide estar presente.
Su expresión es casi furtiva y la comunicación con su pareja reducida; cuando hablan lo hacen sobre sus estrecheces y sobre una acusación de fraude: la edad y las necesidades han arrastrado su relación. Su fractura, entre sí y con la vida, se acentúa cuando aquella denuncia lleva a Chiquita a una populosa cárcel de mujeres y Chela queda aún más sola, con una continua expresión de orfandad e incredulidad: nunca gozó de grandes alegrías, pero hasta entonces la tristeza no se había acompañado también de la penuria económica y la separación.
Más por azar que tomando la actitud activa de encontrar ingresos, se convierte Chela en chófer de sus acomodadas vecinas, circunstancia que le lleva a conocer gente nueva y también a escapar de un hogar cada vez más vacío y frío. Se despiertan entonces en ella sentimientos y nervios olvidados, ya incómodos: lo sabemos más por los silencios que por sus palabras, incluso también por la oscuridad alrededor. Martinessi concede peso expresivo a lo que queda fuera de foco, desde luego a las miradas y también al movimiento torpe y al que no se llega a hacer.
No hay en esta película -donde predominan los planos de figuras individuales, solas, en llamativo contraste con los carcelarios- ninguna figura masculina, ni presente ni recordada y sus mujeres componen una constelación de mundos complejos que se relacionan sin llegar a alcanzar verdadera cercanía: la mayor complicidad la alcanza Chela con su criada, que entiende sus sentimientos desde la intuición aunque no las veamos mantener apenas conversaciones.
Sobre todas ellas, en todo momento, sobrevuela un enigma y no solo Chela, mimetizada con la ruina en que su casa está a punto de convertirse, parece ser un espectro del pasado en medio de una nebulosa de desolación, de pena sin aspavientos. El director nos deja ver que los vacíos de fuera son los de dentro y aleja a casi todos sus personajes del estereotipo, sugiriendo lo que en ellos hay de misterio y también entablando paralelismos entre el declive de pasados privilegios sociales y el personal, llegada la madurez y el miedo a cambiarse a uno mismo.
Pero, con todo, Las herederas no termina siendo el relato de un final, sino el de un comienzo: en un giro inesperado, asistimos finalmente a la liberación de la protagonista de un pasado que ya nada le puede ofrecer y que ya la hundió todo lo soportable.