La semilla de la higuera sagrada, la épica del cine iraní

31/01/2024

La semilla de la higuera sagrada. Mohammad RasoulofMohammad Rasoulof inició su trayectoria como cineasta hace más de veinte años y, si bien sus primeros largometrajes tuvieron un eco más o menos limitado (The Twilight, La isla de hierro, The White Meadows), los que viene realizando desde hace aproximadamente una década han sido ampliamente reconocidos en los festivales europeos (Goodbye, Manuscripts Don’t Burn y Un hombre íntegro obtuvieron premios en la sección Un Certain Regard de Cannes y La vida de los demás se llevó el Oso de Oro en Berlín, en 2020, y el Premio de Cine de Sídney en 2021).

Al igual que su amigo Jafar Panahi, otro de los directores iraníes que mayor oportunidad hemos tenido de conocer en Occidente -junto a Asghar Farhadi-, Rasoulof ha sido sometido a numerosos juicios y prohibiciones por parte del gobierno de su país a raíz del compromiso que ha manifestado en sus películas; desde la pasada primavera se encuentra, de hecho, exiliado en Alemania y allí ha manifestado su voluntad de seguir filmando trabajos vinculados a la realidad social de Irán y que puedan interesar al público europeo.

Ese doble propósito se hace evidente en La semilla de la higuera sagrada, su obra ahora en cines y candidata al Óscar a la Mejor Película Internacional 2025; puede fácilmente percibirse su estructura en dos partes: una primera en la que asistimos a las primeras rebeliones tras el arresto y asesinato de Mahsa Amini reclamando la libertad de las mujeres en Irán, y a la brutalidad con que fueron reprimidas, imbricándose secuencias reales grabadas aquellos días con la vivencia ficcional de esos hechos por parte de una familia; y una segunda, traslado geográfico mediante, en la que la trama, que ya nos había dejado atisbar un principio de thriller, se sumerge del todo en esa senda para ofrecernos el desarrollo de un oscuro conflicto familiar que no deja de suponer sino la traslación al ámbito privado de aquel otro conflicto y brutalidad pública.

En ese primer desarrollo de La semilla…, la narración conecta con los relatos enlazados de La vida de los demás, historias sobre víctimas de la pena de muerte que no lo eran de forma directa: se trataba de verdugos y cercanos a los ajusticiados envueltos en un sistema que los somete a la culpa y al dolor, a la decisión de afrontar las consecuencias de la resistencia moral o las de plegarse a las normas. Los protagonistas de lo nuevo de Rasouluf son un matrimonio y sus dos hijas adolescentes: él, como juez reciente que busca un ascenso, es presionado para aplicar los mayores castigos a la masa de jóvenes que se rebela; su mujer, cuya actitud remite en ocasiones a la de la esposa de Rudolf Hoss en La zona de interés, parece más interesada por la prosperidad material que por los escrúpulos éticos; y las jóvenes se alinean, en la medida de lo posible, con la causa de las protestas. La familia nada entre las aguas del deseo de bienestar que ofrece el nuevo (y sanguinario) empleo del padre, al que se ha querido llamar Imán, y la incomodidad con la violencia.

El macguffin que desencadena el arranque del thriller es la desaparición de la pistola que se ha concedido al propio Imán para su seguridad, aparentemente en su casa. Ese suceso parece hacer evolucionar al personaje: primero padre ausente, pero razonable y moderado, deviene desconfiado hasta el punto de someter a su mujer y a sus hijas al interrogatorio espeluznante de un experto y, después, de conducirlas a la casa familiar de su infancia, aislada en el campo, con el pretexto de recuperar la unidad familiar. Allí tiene lugar un intento de secuestro, que finalizará en persecución abierta con ecos de El resplandor, con un desenlace, algo impactante y excesivo, que apunta al que el director desearía para la lucha en la que en aquellos días se encontraba sumido su país: el de la victoria de la cordura en este caso representada por las mujeres y, muy especialmente, por las más jóvenes.

A medio camino, por tanto, entre el cine social y el de suspense, Rasoulof nos deja una película que, examinada en sus costuras narrativas, ofrece algunas incoherencias -transiciones difíciles en el carácter de ambos padres y en la relación del matrimonio- y un final que no responde a la complejidad y matices del conjunto del filme, pero que en ningún momento pierde el pulso durante casi tres horas de metraje. Resulta magnética en su fondo y su forma (en una de sus mejores secuencias, la mano materna recoge con tacto y decisión los muchos perdigones disparados al rostro de una joven inocente, convertidos por el buen trabajo en fotografía en semillas de la revolución) y deja poso, además de por la valentía del director en su contexto particular, por translucir el lastre del integrismo en las vidas cotidianas, y las psicologías, de la gente corriente.

La semilla de la higuera sagrada. Mohammad Rasoulof

 

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