Entre los méritos del cine francés reciente está el dejarnos películas capaces de abordar sin complejos las bondades y problemas de la educación en contextos sociales complicados; hay que recordar La clase de Laurent Cantet, la más poética Los chicos del coro o dos documentales que podemos recomendaros sin reservas: Ser y tener de Nicolas Philibert y el más reciente Hoy empieza todo, sobre la importancia de enseñar a pensar y a dialogar desde el parvulario. Fuera de Francia habría que citar como referencia La ola de Dennis Gensel, cuya versión teatral pudimos ver hasta marzo en el Teatro Valle- Inclán.
La profesora de historia, dirigida por Marie-Castille Mention-Schaar, es otra oda a la educación como herramienta capaz de cambiarlo todo, siempre pero muy especialmente en el caso de los alumnos que por su situación personal dan por hecho que no pueden esperar mucho de su futuro. Una profesora de historia firme, comprometida y partidaria de la escucha al alumno y de la confianza en sus capacidades como vía para mejorar su autoestima y en el camino también su curiosidad y su deseo de mejorar, da clases en un instituto con chavales de toda condición y creencias, en su mayoría indisciplinados y algunos abiertamente violentos.
El cambio, progresivo, de actitud de su clase se produce cuando el grupo entero es invitado a participar en el Concurso Nacional de la Resistencia y la Deportación celebrado en Francia, y conociendo y empatizando con los casos particulares de niños y jóvenes que padecieron los campos de concentración nazi se deshicieron de prejuicios religiosos y raciales, aprendieron a organizarse por sí mismos para sacar adelante un trabajo en equipo y ganaron seguridad en sí mismos –y en buen comportamiento, que van unidos- al obtener el reconocimiento del jurado del premio, pero sobre todo de la profesora que con maestría y paciencia motivó la transformación, porque este filme tiene mucho de homenaje a los docentes implicados de verdad.
Esas dos etapas del comportamiento de los alumnos (del desaliento gamberro al trabajo esperanzado) aparecen bien marcadas en la película mediante un cambio drástico en la iluminación, menos lúgubre conforme avanza la narración.
Las interpretaciones de los chavales están en general bastante pulidas, pero hay que destacar la de Ahmed Dramé, como alumno musulmán que sueña con dedicarse al cine y que se enfrenta a su baja autoestima y a la discriminación. Al parecer el papel se basa en su propia experiencia (la película en general responde a hechos reales ocurridos en 2009) y Ahmed se llevó un Premio César como actor prometedor.
Por el tema (desafíos de la educación pública, campos de exterminio) era fácil caer en tópicos o en discursos lacrimógenos, pero no se da el caso. Sí resulta algo cándida la perspectiva de que alumnos tan conflictivos puedan cambiar tan radicalmente con la sola experiencia de ese trabajo colectivo (nada es tan fácil), pero como alegoría de lo esencial de la enseñanza, no ya como vía para obtener un trabajo futuro sino para el crecimiento personal, La profesora de historia funciona perfectamente. Significativamente preside el patio del instituto una cita de Leon Blum que habla de las intenciones de la película: La ética consiste en tener valor para decidir.