La muerte de la bien amada, una señora de rojo sobre fondo gris

16/01/2016

Señora de rojo sobre fondo gris. Miguel DelibesDespués de morir, antes de cumplir los cincuenta, su esposa Ángeles Castro, Miguel Delibes atravesó una crisis creativa que duró varios años –al menos tres, dicen-. Aunque por edad a él le quedaban muchas novelas importantes y premios por delante, su introversión ya característica se agudizó desde entonces: Me parece que hemos pasado de la juventud a la vejez no en poco tiempo, sino en una noche. Él mismo dijo alguna vez que a todo el mundo, más tarde o más temprano, algo en la vida le parte.

El de la muerte de Ángeles fue su punto de inflexión, y plasmaría sus recuerdos de ella y la reacción inmediata tras su falta en Señora de rojo sobre fondo gris, y el de Marc Bernard, escritor de Nimes de origen mallorquín (1900-1983), también fue con toda probabilidad el fallecimiento de su mujer Else, porque sus vivencias con ella le inspiraron, una vez muerta, no uno sino tres libros: La muerte de la bien amada, publicado por Errata Naturae, y dos más que aún no se han traducido al castellano: Au-delà de l´absence y Tout est bien ainsi.

Ambas, la de Delibes y la primera citada del francés, son novelas de gran valor sentimental y humano y testimonio de un tipo de relaciones que hoy resultan cada vez más raras (largas, sólidas, basadas en la seguridad de fondo y no en el cuidado de centenares de detalles…) pero sobre todo prueban que  -seguramente no siempre pero sí a menudo- los periodos de crisis personales coinciden con los de gran lucidez en otras áreas. La desgracia personal de ambos (en Bernard, Mi amor estaba aún vivo y no sé en qué gastar estos restos) se transformó en gracia creativa, aunque ellos sobra decir que hubieran preferido que las tornas se invirtiesen, y el resultado son sendos relatos que trazan la personalidad interesante y fuerte de dos mujeres que vivieron circunstancias muy diferentes, una en Valladolid y otra huyendo en París del Holocausto; pero que, tras la lectura de estos libros, vemos que tuvieron mucho en común: ambas fueron fuente de enseñanzas, de aprendizaje, para quienes más cerca las tuvieron, y dejaron en ellos una huella imborrable, tanta que en los dos libros se narran experiencias con un grado de detalle que solo puede explicarse por esa manía de nuestra memoria, la de todos, de retener del pasado lo que de verdad nos marcó, aunque nos pareciera nimio entonces y no fuésemos conscientes.

Las formas de narrar las vivencias y el dolor son, eso sí, muy distintas en uno y otro libro, por forma de ser y por cultura de los autores: maneras contenidas en Delibes, amante siempre de la vida sencilla y creyente en el poder de una cierta resignación (Nos bastaba mirarnos y sabernos. Nada importaba los silencios, el tedio de las primeras horas de la tarde. Estábamos juntos, era suficiente. Cuando ella se fue, todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabra, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida, eran sencillamente la felicidad) y más poéticas en Bernard, que, a diferencia del español, expresa de manera menos pudorosa las emociones y dedica a ellas páginas enteras sin que intervenga la acción. Delibes prefiere explicar los sentimientos, y explicar a Ángeles, a través de detalles o sucesos concretos y no se explaya en la divagación; no sería propio de él. Si en Bernard predomina la pasión, en el escritor vallisoletano encontramos fundamentalmente el recuerdo sereno, la reflexión.

Una anécdota: ambas novelas tienen su toque artístico. Como muchos sabréis, el alter ego de Delibes en Señora de rojo sobre fondo gris es pintor, y ella es su mayor fuente de inspiración, y en La muerte de la bien amada Marc y Else se conocen en el Louvre: Dos veces, y por mi culpa, estuve cerca de perderla. La conocí en el Louvre, ante la Venus de Milo, una mañana del otoño de 1938. Al mismo tiempo que ella rondaba la escultura, yo la rondaba a ella.

Terminamos con un par de párrafos más:

Cuando alguien imprescindible se va de tu lado, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales. (…) Tal vez las cosas no puedan ser de otra manera, pero resulta difícilmente tolerable. La imposibilidad de poder replantearte el pasado y rectificarlo es una de las limitaciones más crueles de la condición humana.

Señora de rojo sobre fondo gris

Solo me queda el residuo de la vida y lo que esta posee de mecánico. Lo más sorprendente es que no puedo serle infiel, de lo contrario sería más desdichado que Job sentado en medio de las cenizas.

La muerte de la bien amada

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