Payal Kapadia es una joven cineasta india, nacida en Bombay en 1986, formada en Economía y en Dirección cinematográfica en su país y autora hasta la fecha de cuatro cortos, entre los que sobresale Afternoon Clouds, y de dos largometrajes: el documental A Night of Knowing Nothing, que pretendía rendir tributo a la labor del sistema educativo indio a través de la correspondencia de dos amantes en la distancia, y que obtuvo el premio Golden Eye a la mejor película en ese género en el Festival de Cine de Cannes de 2021, y All We Imagine as Light, La luz que imaginamos, que llegó a cines el pasado fin de semana.
Supone un prodigio de sensibilidad y una obra excepcional por su manejo del ritmo, de la luz y de las tramas, impropio en una directora con una experiencia breve: la película descansa sobre tres actrices, amigas entre sí en la narración, que corresponden aproximadamente a tres generaciones y que tratan de hacer frente a sus vidas lo mejor que saben en un clima hostil, sutil o abiertamente, al desarrollo de sus inquietudes. Habitan en viviendas mínimas en la masificada Bombay y dos de ellas (Prabha y Anu) comparten trabajo como enfermeras y también piso; la última, Parvaty, viuda reciente, se enfrenta a un próximo desahucio porque no existen papeles donde conste que su casa es suya: se encontraba a nombre de su marido fallecido, que no hizo las gestiones necesarias, y no tiene forma de probar que ha residido allí durante más de veinte años. Las más jóvenes afrontan igualmente problemas de difícil solución derivados de la desigualdad: Prabha encara con resignación infinita y sin demasiadas esperanzas el hecho de que su marido, con quien tuvo que casarse por conveniencia y sin conocerse, se trasladara a Alemania sin dar noticias en años -impidiéndola a ella, en el camino, una vida de mujer libre-; y Anu mantiene relaciones, continuamente a escondidas, con un chico musulmán, mientras trata de escapar a los deseos familiares de, nuevamente, contraer matrimonio con un desconocido.
En esta estructura, que recuerda en ocasiones a la de El círculo de Jafar Panahi, las tres amigas encarnan, por tanto, los tres estadios de una vida en la que su capacidad de decisión es anulada y casi todo cuanto pueda ocurrirles, de malo o de bueno, está en manos de terceros masculinos, pero Kapadia nos embarca en sus vivencias sin transmitir de forma obvia cualquier tipo de discurso: opta por un naturalismo extremo, un montaje que apenas se hace notar; no hay en la película ni escenarios, ni estéticas ni virajes del guion que sugieran falsedad o inverosimilitud. Silenciadas por sus circunstancias, estas mujeres no llegan a expresar -más aún en el caso de Prabha, casi presa- sus preocupaciones, el espectador ha de intuirlas, y puede hacerlo muy bien por el trabajo meritorio de las actrices (Kani, Divya Prabha y Chhaya Kadam), a través de sus primeros planos, que se acentúan en los fragmentos en que unas y otras se trasladan en atiborrados transportes públicos, una acción que, en ese afán realista, realizan una y otra vez: trenes y autobuses prácticamente marcan los tiempos de este filme, ejerciendo como instantes bisagra entre una cascada de malas noticias, de razones para vivir oculto, entre temores que siguen a otros. La soledad física parece imposible en una ciudad como aquella donde no hay lugar donde no asomen conocidos, miradas que todo lo observan, como la cámara, sin hacerse notar; la soledad interior se presenta como el modus vivendi general, solo desafiada por amistades que en estas condiciones se tornan vía de resistencia.
Rompen una monotonía que podría aplastarles por dentro y por fuera pequeñas sorpresas en las que la directora encuentra sentido lírico, como el regalo de una cacerola anaranjada sin remitente, que en este contexto llegamos a apreciar como bella, o la elección de unas gafas de sol. Y, sobre todo, alivia la rutina de las tres su viaje al pueblo de Parvaty, donde esta espera vivir tras quedarse sin techo; cuando, rodeadas de bosque y mar, se ven por fin solas, aflora el baile, la risa e incluso la conversación.
Imaginamos muy complejo rodar, con el nivel de depuración y sabiduría que alcanza Kapadia, una historia tan sencilla.