Quizá con el tiempo sea objeto de estudio el proceso seguido por Yorgos Lanthimos de Canino a La favorita, del cine ensimismado sobre individuos alienados y sobre las muy diversas formas de la rigidez en sociedad a esta película perversa, ácida, opulenta en su estética y, además, divertida. También debería analizarse, en paralelo, la evolución en nuestro recibimiento a sus obras: en pocos años ha pasado de ser un autor seguido (y conocido) por minorías a llenar las salas y generar amplísimas campañas publicitarias. Contar con actores célebres en La favorita y en Langosta puede explicar parte de esa nueva popularidad del director, pero seguramente no toda: quizá perseverar en sus intereses, no tener miedo a apuntar a nuestros abismos ni a que su obra se califique de rareza haya tenido estos resultados aparentemente inesperados, en forma de colas y de titulares que, a la larga, podrían suponer al griego también un desafío.
Regresando a La favorita, que no admite una fácil clasificación de género porque rompe todas las costuras del drama histórico, tenemos que decir que aborda un asunto de larguísima tradición y poso trágico: la sed de poder y de influencia, las envidias, la estupidez que rodea el mundo de los arribistas; pero lo hace -y no esperábamos menos- convirtiendo en oscuros a todos sus personajes: no solo enfanga a los ambiciosos, también a quien ya tiene el poder y no quiere perderlo y a quien no lo perderá pero no ha aprendido a utilizarlo.
La opulencia de la puesta en escena barroca, cuyo preciosismo nos hace pensar en el Barry Lindon de Kubrick, es el marco perfecto en el que desplegar las miserias de tres mujeres fundamentales que forman un triángulo de poder, ingenio e influencias (políticas, amorosas, sexuales) y de un puñado de hombres de relleno que pululan en torno a ellas y cuya autoridad es solo un pálido reflejo de la que ellas poseen. Se trata de la reina de Inglaterra (una sobresaliente Olivia Colman), de su confidente y muy estrecha amiga, la duquesa de Marlborough (Rachel Weisz) y de una prima de esta, interpretada por Emma Stone, que fue dama pero cayó en desgracia y que, en palacio, alimenta sus deseos de trepar, evolucionando desde la leve candidez hasta comportamientos propios de los Borgia (no haría falta irse tan lejos en el ejemplo). Si primero quiere dejar atrás la pobreza, sus fines van haciéndose más y más grandes.
A la reina la mueven puramente sus emociones cambiantes; Lanthimos nos la presenta vulnerable, desequilibrada y necesitada de afecto mientras las primas se disputan sus favores manipulándola y vendiéndole ese cariño. Aparentemente una de ellas vence, pero Lanthimos nos deja ver, eliminando cualquier traza de moralismo, que no de ironía crítica, que ninguna de ellas ha salido indemne de ese juego cínico.
Es la primera vez que los personajes de Lanthimos se ajustan a psicologías más o menos convencionales en las que el espectador puede penetrar, pero no es eso lo que le atrapará en La favorita sino lo que de su producción anterior queda en ella: un humor negro también más accesible, pero no menos inquietante por momentos; un trabajo brillante con el absurdo y con el cinismo de los personajes de Weisz y Stone y una provocación que aquí tiene tintes surrealistas.
Los comportamientos de las protagonistas ya no nos resultan extraños. Pero el cine de Lanthimos sigue sin parecerse a nada.