Allá por la segunda mitad del s XVI, los príncipes europeos desarrollaban una intensa actividad coleccionista con pocas fronteras: adoraban lo ecléctico conforme al espíritu manierista de su tiempo. En un principio las piezas que atesoraban se guardaban en Kunstkammer (cámaras de arte, donde recopilaban artificialia, objetos salidos de la mano del hombre) y wunderkammer (cámaras de las maravillas, destinadas a naturalia o tesoros naturales) hasta que ambos espacios quedaron fundidos en wunderkammer que abarcaban naturalia y artificialia y estaban ligadas a la idea de crear colecciones que fuesen microcosmos y resumen de todos los saberes. Coleccionaban por estudio y por placer.
La colección de Rodolfo II de Praga, Archiduque de Austria y Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, no era tan extensa como la que consiguió reunir Fernando del Tirol en el Ferdinandeum de Ambras, pero sí refleja un espíritu claramente manierista en cuanto a su composición: piezas extrañas que podemos relacionar con la peculiar personalidad del emperador, que vivió entre 1552 y 1612 y ostentó ese título desde 1576.
Con Rodolfo II, que también fue rey de Hungría y Bohemia, las Cámaras de las maravillas alcanzaron su esplendor e iniciaron su decadencia. Rodolfo fijó su residencia imperial en el castillo de Hradschin, en Praga, un lugar fascinante y atractivo ya entonces para ilustres personajes, y antepuso su amor por el coleccionismo a sus obligaciones militares y políticas. Brillante intelectual, introvertido, dicen que extraño y sombrío, taciturno y melancólico, se hizo con una importante colección gracias a su dinero y sus influencias pero también a su pasión: parece ser que conseguía las piezas que deseaba a toda costa; a veces pidiéndolas a otros príncipes y no devolviéndolas después.
Se sabe que en 1604 el Cardenal D´Este pudo entrar en su wunderkammer y afirmó: “El Tesoro, todo, es digno de su dueño”, en alusión a que reflejaba su personalidad. Se hablaba en aquel tiempo de este espacio como lugar de extravagancias y maravillas que creaban a la par admiración y desasosiego, sensaciones, como sabemos, propias de lo sublime y buscadas por el propio Rodolfo, que tenía especial cariño por las piezas difíciles de conseguir. Le interesaba todo y, cuanto más extraño, mejor. Y un dato llamativo, y poco frecuente entre los coleccionistas de cualquier época: no buscaba exhibir sus tesoros, era un coleccionista “de armario”, más que “de vitrina”. Sólo algunos elegidos podían acceder a su Cámara de las maravillas.
A Rodolfo II le gustaba rodearse de alquimistas, ya que era aficionado a la astrología, a los especímenes naturales, el espiritismo o la magia negra.
Se hablaba de esta wunderkammer como lugar de extravagancias y maravillas que creaban a la par admiración y desasosiego
¿Pero qué coleccionaba? Lo sabemos gracias a algunos inventarios, aunque incompletos. El más antiguo menciona los nombres de los artistas autores de los cuadros en su poder, pero proporciona pocos datos más. Otro posterior, de 1648, fue redactado con premura y tosquedad ante el inminente saqueo de Praga, pero enumera el contenido de su bien nutrida galería de pinturas, compuesta por unos ochocientos cuadros, que se describen aunque sin citar autores.
La wunderkammer de Rodolfo II estaba compuesta por cuatro estancias abovedadas con ventanas cerradas. Los cuadros se tapaban con cortinas y sólo entraba la luz cuando el emperador accedía a ellas. Seguramente en una amplia mesa en el centro de una de esas salas se colocaban las piezas mayores: artificios pesados, relojes, alguna estatua…y las piezas más pequeñas se disponían en armarios. Además había allí treinta y siete cajas con cajones repletos de menudencias artificiales y naturales cuya pequeñez no implicaba nunca escaso valor y en las paredes se colocaban también animales disecados, objetos… Todo ello en total desorden, sin ningún afán de clasificación.
Había curiosidades chinas, egipcias, africanas, orientales y piezas relacionadas con la magia, como un diablillo de cristal para prácticas nigromantes, mandrágoras, piedras bezoares o una copa de cuerno de rinoceronte con otra piedra bezoar dentro. También reunió fetos malformados, gorros de supuestos gnomos, varitas en teoría mágicas e instrumentos extraños que, ensamblados, podían producir movimientos perpetuos, enormes gusanos, imanes, clavos de hierro que se pensaban procedentes nada menos que del arca de Noé, relieves de cera, autómatas sofisticados, lujosos recipientes y aparatos científicos de todo tipo, joyas muy valiosas, como la Gema Augustea que perteneció al Duque de Berry, y trabajos en coral.
En los libros de viajes de la época se recomendaba además visitar la botica del castillo, por sus pócimas.
En el capítulo artístico, destaca su colección de bronces, muy exquisitos, de los Leoni o Giambologna y pinturas de Rafael, Tiziano, Holbein, Cranach o Corregio; de este último poseía su serie basada en la Metamorfosis de Ovidio. Otro de sus artistas predilectos era Arcimboldo, que vivió y murió en Praga y allí fue llamado por el emperador. El milanés tenía fama como constructor de máquinas ingeniosas y como creador de máscaras y vestidos para fiestas, y Rodolfo II lo llamó para que organizara sus veladas, muy refinadas y recordadas por sus disfraces y decorados fantasiosos.
Pero a Arcimboldo hoy lo recordamos como pintor, y de hecho entonces fue bautizado como “el Leonardo da Vinci de la corte de Bohemia” y trabajó como pintor de corte. Elaboró también instrumentos musicales y aparatos hidráulicos, como Turriano en la Corte de Carlos V (es probable que Arcimbolo conociera sus obras cuando visitó España). Para Rodolfo II, y probablemente bajo su influencia o la de sus asesores, pintó sus célebres cabezas compuestas utilizando elementos naturales, entre ellas la de el emperador como Vertumno, fechada en 1590. Vertumno es un dios de origen etrusco vinculado a la idea de cambio en la naturaleza, a los árboles frutales y la vegetación.
Al emperador le obsesionaba la idea de la esencia de las cosas, la metafísica, y estas cabezas de Arcimboldo vienen a reflejar cómo, en la naturaleza, existe un espíritu de unidad profunda que circula a través del hombre y del universo y los funde a ambos; al ser humano y a esa naturaleza que le cuesta tanto entender y que le desasosiega.
También coleccionó Rodolfo II obras de Durero, al que podemos considerar el mayor artista clásico centroeuropeo en lo formal, pero cuyo carácter era también próximo al Manierismo. En algunos de sus trabajos ahondó en los sentimientos del artista, en la concepción de éste como ser eternamente melancólico, pensamientos próximos a los del emperador, que también tuvo obras de Brueghel el Viejo, otro pintor norteño de mentalidad manierista, universalista y pesimista. Destacan La parábola de los ciegos (1568), sobre el hombre que no es capaz de encontrar a Dios, se aleja de Él y se autodestruye (Dejadlos; son ciegos que guían a otros ciegos; pero si un ciego guía a otro ciego, ambos caerán en el hoyo), o La construcción de la Torre de Babel (1563), sobre la incomunicación humana y la inexistencia de más certezas que la muerte.
Finalmente, la colección de Rodolfo II de Praga se disgregó. A finales de la Guerra de los 30 años, sufrió el saqueo sueco y, muerta Cristina de Suecia, sus herederos vendieron parte de esas piezas a príncipes romanos y a la Corona española. Muchas otras obras se trasladaron a Viena y otras se vendieron para sufragar los salarios de los soldados que participaron en la batalla de Praga. Años después, Maximiliano de Baviera se llevó también parte de ellas a Múnich (se habla de quince carretas) y, en 1771, cuando Praga fue ocupada por los sajones, éstos trasladaron a Dresde cincuenta carretas y algunos barcos cargados de más objetos.