El pasado viernes llegó a cines el tercer largo de la directora india Leena Yadav, La estación de las mujeres, un friso a cuatro bandas sobre la situación de las mujeres y sobre la relación de los hombres con ellas en la India rural. Son cuatro las protagonistas, y cada una se enfrenta a un futuro gris en el que no parecen tener poder de decisión por una razón diferente: Rani es una joven viuda sometida al luto constante y al cuidado de un hijo imbuido de una educación ancestral; Lajjo, una mujer maltratada por su marido sobre la que recae la “enorme desgracia” de no poder tener hijos porque nadie cuestiona que la infertilidad es suya y no de su casi anciano esposo; Bijili es una deseada bailarina, que puede parecernos a priori la más libre del grupo pero que depende de hombres que se sirven de ella, y Janaki, nuera de Rani, una jovencita a la que se arranca su gusto por la lectura y su inocencia a través de un matrimonio temprano lleno de violencia.
La forma de vida a la que les somete, no solo un sistema bien armado de creencias y tradiciones, sino un consejo de ancianos que toma decisiones sobre la vida personal de los habitantes de su pueblo, el ficticio Ujhaas, que la directora sitúa en la región de Gujarat, no parece darles espacio para tomar, en ningún aspecto, su propio camino, ni dentro ni fuera de las paredes de su casa. Rani fundamentalmente, pero el resto también, se mueven en un terreno movedizo en el que sus creencias, de las que en principio no plantean deshacerse, chocan con sus deseos y con un elemental sentido humanitario, y las cuatro también tienen en común su capacidad de humor y su disfrute del aire fresco, importándoles a unas más y a otras menos que este se lleve su velo por delante. Quizá precisamente porque, para ser creíble, la ruptura con lo ancestral no puede ser radical, la liberación de Rani consiste en entablar relación con otro hombre escapando a su luto; la de Lajjo en tener, por fin, un hijo, y la de Janaki en marchar con su novio de infancia, en lugar de establecerse solas, que sí parece ser la mejor salida para Bijili.
Cuando las dificultades comienzan a ser difícilmente soportables, es la búsqueda del disfrute y de la risa lo que las salva, pero sobre todo su unión, una empatía que si ellas no se ofrecen entre sí saben que no encontrarán fuera. Esa hermandad femenina y la búsqueda de grietas de libertad y capacidad de decisión en un entorno retrógrado, presente en filmes recientes que la sitúan en otros contextos (Mustang en Turquía, La fuente de las mujeres en Oriente Medio), hacen de esta una obra social que puede que no sea original en su temática pero que sí cuenta con planteamientos enriquecedores, como las muy diferentes personalidades de las mujeres protagonistas, con interpretaciones muy honestas, una fotografía cuidada y minutos de oro, como los que Rani, Lajjo, Bijili y Janaki dedican a desfogarse insultando a los hombres al pie de un principio con las palabras malsonantes que normalmente solo se pronuncian en femenino.
La estación de las mujeres transmite energía y esperanza y, geografías aparte, sus lugares comunes no dejan de apelarnos a todos.